Ayer era la
tercera vez que iba a ver en vivo a Cat Power. El dicho popular dice
que la tercera es la vencida, pero en este caso las dos primeras
habían sido victorias contundentes, con shows parecidos entre sí (a
no ser por la banda de apoyo reducida en el segundo), en cambio en
este caso la novedad era que, si uno andaba desprevenido por el
mundo, Chan Marshall parecía estar feliz. Bueno...feliz. Aclaremos,
porque se puede prestar a confusión: se trata de todo lo feliz que
puede llegar a mostrarse Chan Marshall. A la hora de compilar su
vida, la prensa suele hablar de abusos y excesos, uno ya sabe. De
hecho su primera visita al país en 2001 mostró más de eso que de
otra cosa. A ese show no fui, pero sí a los posteriores en 2009 y
2010 (la última en el mismo teatro), en donde vimos una versión de
Chan Marshall mínima e instrospectiva. Ahora, luego de la separación
de su novio Giovanni Ribisi, la nacida en Georgia parece haberse
tomado las cosas de buena manera, y reaccionado hasta con cierto
optimismo, algo que salta a la luz en “Sun” su disco del año
pasado, en el que muestra un insospechado lado amable y pop. Todo
esto al menos desde las formas de las melodías, porque a la hora de
las letras, Cat Power deja en claro que no está dispuesta a ocultar
ninguna de las huellas y heridas que resultan el saldo de aquella
ruptura.
“Nubes en
mi casa” era la banda soporte, a la que esuché apenas en sus dos
últimos temas, suficiente como para deducir dos cosas: la primera,
que era una buena elección para la noche; y la segunda, que tengo
que prestarles atención, suenan prolijos, bien arreglados, y tienen
una saludable vocación por las melodías. Eso sí, terminaron de
tocar casi a la hora en que estaba anunciado el show principal, así
que para disfrutar de Cat Power hubo que esperar un poquito. Una
música suave amenizó una espera en la que se cruzaron Iggy Pop
cantando en francés y Nico y la Velvet con “I'll be your mirror”.
Un espejo justamente, tal vez un mirada lapidaria sobre sí misma es
lo que haya dado origen a “Sun”, aunque no solo al disco sino a
la gira toda. Porque los cambios en Cat Power no se limitan solo a la
música, sino que se suman a su banda (de sus Dirty Delta Blues Band
solo sobrevive el tecladista Gregg Foreman), y un rotundo cambio de
imagen, que nos la devuelve a Buenos Aires con chaqueta negra, y pelo
rubio, corto e irregular.
El show
abrió con una letárgica versión de “The greatest” y una
especie de blooper (o efectivamente un blooper, vaya uno a saber)
porque un asistente se cruzó hasta el centro del escenario ya
iluminado y con los músicos tocando, para buscar el micrófono con
el que Chan entraría cantando. Y ni bien su figura se recortó en el
primer haz de luz que la iluminó, buena parte de la gente en la
platea abandonó sus asientos para colmarla de presentes: algún
disco, recuerdos y, por supuesto, flores. Esa reacción de la gente
no es nueva, y aunque esta vez pareció por lo menos apresurada,
tiene que ver con la devoción que siente por la artista. Una
devoción que es también una especie de ternura sobreprotectora,
para con una Chan Marshall que se expone sin límites, que desnuda
sus dudas y confiesa todos y cada uno de sus temores a traves de sus
canciones. Porque aunque “Cherokee” suene pegadiza, y el “kissing
me, when I'm going down” parezca jovial, solo anticipa el relato
de una ruptura amorosa que se mostrará de manera descarnada.
El
concierto se basó en “Sun” y apenas tuvo algunos gestos para con
el resto de su discografía. Desde lo musical, la presencia de
programaciones, y por momentos una doble percusión, le dieron otro
ritmo al show, a diferencia de los que Cat Power nos tiene
acostumbrados. En “Silent machine” la banda suena poderosísima a
tres guitarras, y en “3,6,9” el ritmo es por demás contagioso.
Chan Marshall recorre el escenario menos retraída que otras veces,
como si ese pulso la obligara a mostrarse más segura. Alguna vez la
vimos tímida, casi ensimismada, mientras que ayer, siempre con esos
pasos lentos y alargados que caracterizan su andar por las tablas, se
mostró más elocuente y decidida. Ese tono tiene mucho que ver con
los ritmos del disco, que liberan un costado optimista que le
desconocíamos. Aunque desde ya, todo en dosis mínimas, y con una
fuerte mirada cargada de cinismo, sin inocencias ni incredulidades.
Eso sí, no faltaron los momentos íntimos y de alta intensidad,
como en “Bully” (un tema estrenado hace un año en lo del bueno
de Jools Holland), cuando queda iluminada por un círculo de luz
rojo, como en una sala de revelado, del que entra y sale como si su
indecisión tuviera que ver con aceptar o no esa luz que la la
descubre en su contorno. “Everything we now know, with a smile on
our face. I, I can never forget” le canta Chan a un amor de los 27,
que también dejó cicatrices. Esa intensidad se mantendrá con
“Angelitos negros” de Pedro Infante, y esa especie de interludios
apocalípticos que preceden a cada estrofa.
“Metal
heart” es otro de los momentos más profundos, con una canción que
la define e identifica tanto, que hasta la grabó dos veces en
álbumes diferentes “I once was lost but now I'm found was blind
but now I see you how selfish of you”. Otro clásico que sonó
anoche fue “I don't blame you” (de “You are free” de 2003),
e incluyó una destacada performance de Gregg Foreman en el piano.
“Nothing but time” es una épica canción inspirada en la
adolescente hija de su ex pareja, pero que vale como implacable
visión del mundo adolescente (You know what you got to do. You ain't
got nothing but time and it ain't got nothing on you). En el disco
Iggy Pop se suma a los coros en los últimos versos, ayer nosotros no
tuvimos ese privilegio. Y hacia el final, fiel a su estilo, Cat Power
nos regala otro personal cover, esta vez de “Shivers”, el tema de
Rowland Stuart Howard, el compañero de Nick Cave en The Boys Next
Door y The Birthday Party., fallecido en 2009.
Entre las
cosas que sorprenden en “Sun”, tal vez lo más inusual sea “Peace
and love”, en donde Cat Power le roba un verso a la Nina Simone de
“Funkier than a mosquito's tweeter” (“Peace and love is
a famous generation ”), para casi rapear una
despiadada visión del mundo, sobre una base irresistible, que
termina con Chan Marshal (a esa altura con camisa celeste) sumándose
a la percusión, en una versión suya tan divertida como infrecuente.
Y para el final, porque no hubo bises, (apenas un amague de saludo en
“Peace and love”, pero nunca se fueron del escenario), quedó
“Ruin” y ese loop de piano contagioso sobre el que Chan Marshall
despliega toda su desesperanza, relatando las postales más crueles
de sus periplos por el mundo para concluir en un desencantado “What
are we doing? We’re sitting on a ruin”. Mientras tanto, y como si
ese teatro fuera una abstracción perfecta del mundo que relata, Chan
se acerca a la gente, les toca las palmas de las manos, los saluda tímida y les
devuelve las flores, lanzándolas de a una a una platea que en toda
la noche, jamás dejó de observarla de cerca ni de velar por ella.
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