Me resulta raro armar
una crónica de lo que fue el concierto de anoche de Me Darás Mil
Hijos en la Sala Siranush porque al tratarse de la presentación de
un disco al que no había escuchado, salvo algunos adelantos on line,
los dedos tecleando me tientan a convertir esta crónica en un juicio
sobre el disco en sí mismo. Porque aunque ambas cosas van de la mano,
no necesariamente tienen que ser lo mismo. Sin embargo es imposible
desprenderse a la hora de contar del primer impacto que las nuevas
doce canciones de la banda producen, a medida que uno las va
descubriendo.
Empiezo por retrotraerme
unos años atrás, más exactamente a la noche del 3 de diciembre de
2009, en un Niceto repleto, con Me Daras Mil Hijos celebrando el
final de la gira de presentación de “Aire”, su último trabajo
hasta ese momento. La fecha me resulta imposible de olvidar, porque
un día despues el flaco Spinetta repasaría toda su carrera en el
inolvidable concierto en Velez. Y porque a pesar de la maravilla que
sucedió una noche más tarde, perduran en mi memoria las imagenes
intactas de ese jueves con Leonora Arbiser acomodando el acordeón
por encima de su panza de embarazada y Kevin Johansen sumándose a la
fiesta. Luego llegó un parate, un grupo transformado en quinteto y
la concreción de “Santo remedio”, el disco al que fuimos anoche
a escuchar completo por primera vez.
No conocía la Sala
Siranush, había estado un par de veces a punto de ir, y por un
motivo u otro no había podido hacerlo. Ubicada en el Centro Armenio
en Palermo, entre un templo y el Colegio San Gregorio, resultó ser
un lugar más que acogedor. Aunque la espera en la noche fría
coincidió con una reunión en el patio del colegio, y mientras
olíamos los aromas que llegaban desde las brasas daban ganas de
olvidarse un rato de la música y arrimarse a la parrilla, la
expectativa estaba dentro del teatro. Un recinto hermoso, con tres
arañas dignas de museo y el público acomodado entre silloncitos y
mesas, en las que puede disfrutar de una tabla armenia, quesos o
pizzetas, y una copa de vino mientras disfruta del concierto.
A raíz de que, salvo
algunos privilegiados, nadie había escuchado el disco, Me Daras Mil
Hijos decidió iniciar el show tocándolo completo y en continuado
(Qué cosa curiosa son las referencias que trae la mente, la última
vez que recuerdo haber vivido una experiencia parecida fue con
Spinetta y su “Para los árboles” en el Gran Rex). Sin
nerviosismo, con orgullo y fe en esas nuevas canciones, la banda
encaró cada uno de los nuevos temas como una auténtica reliquia. A
medida que fueron pasando, cada una pasó a incorporarse a ese
repertorio atemporal que consigue que cada nueva melodía pareciera
haber existido desde siempre. “Algo del río” es remanso folk,
que más tarde se vuelve pura sangre litoraleña en “Pasillo hacia
el río”. En “Merienda” la angustia tensionada de una
separación es cubierta por una bellísima melodía piadosa que
pareciera sanar las almas de esos dos rendidos que se dirimen entre
gritos y suspención. Y así pasan los temas mientras el grupo suma
invitados que suben al escenario para enriquecer el sonido. Los coros
de Pelu Romero, el piano de Horacio Gomez, el violin de Christine
Brebes se suman a Gaspar Tytelman (percusión), Fede Ghazarossian
(contrabajo), Santiago Fernandez (guitarra, cavaquinho), Gustavo
Senmartin (guitarra eléctrico, acordeón) y Mariano Fernandez
(guitarra y voz), y arman una especie de peña que hace de la
presentación del disco una ceremonia que contagia cada uno de sus
climas.
La música de Me Daras
Mil Hijos, de impronta rioplatense pero de expansión ilimitada,
tiene una característica que a mí es lo que más me impacta y
rescato: las canciones hablan de rutinas reconocibles. De desayunos,
siestas, trabajos, anécdotas que parecen llegar desde otro tiempo y
lugar, pero que sin embargo son presentes y tangibles. De anécdotas
ajenas que contadas en su sencillez pueden volverse propias De
música llegada desde una radio a válvula sobre un mueble
destartalado, de una tazón de leche mirando la, ahora improbable,
escarcha citadina en la vereda. De recuperar aromas e imágenes que
cruzan puentes imaginarios con el ahora, y de percibir como esas
reminiscencias abandonan el pasado para covertirse en un cálido
presente. De saber que a la hora de atesorar momentos y de construir
rutinas, no somos tan distintos que nuestros abuelos. Y que la vida
se celebra hasta en los momentos más imperceptibles y menos
valorados. Por eso Me Daras Mil Hijos contagia la alegría de
levantarse temprano a trabajar “para que mis hijos tengan lo mejor”
(“Tempranito”), la inocencia infantil de “Canción
desordenada”, y el voluntarismo optimista de “Esta no es una
canción de amor” (Si hay que remar, yo remo. Si hay que nadar,
aprendo. Si hay que esperar, espero. Si hay que volar, me suelto).
La música de Me Daras Mil Hijos sana el espíritu, y por ese motivo
“Santo remedio” es un nombre perfecto para el disco.
A mi juicio los dos
puntos más altos (en realidad son tres, porque también incluyo
“Merienda” a la que ya cité) son en los que participan los dos
invitados que anoche estuvieron ausentes. “El inadecuado”, en
donde el recitado de Daniel Melingo entrega algunos versos gloriosos
(Los fantasmas no sangran, sangran los inadecuados. Los de la muerte
romántica, poética, ególatra. Los que ruedan cuesta abajo en lugar
de avanzar. Los que ven el abismo como quien mira al mar y comentan:
qué lindo che...parece una postal). Y en el cual un slide delicioso
acuna una historia espectral que parece escapada de una película de
Wenders. Y “El reflejo”, en el que Liliana Herrero suma su voz
para una canción que cierra el disco en un círculo volviendo al
clima orillero, melancólico y en el que la espera de la lluvia para
limpiar los espejos es tan palpable que hacen de la canción un
cuadro pintado a fuerza de trazos de melodía y verso.
Una vez terminada la
presentación de “Santo remedio” llegó el momento de abandonar
las novedades y finalizar el concierto con las gargantas de la gente
acompañando los clásicos reconocibles. Primero desde “Un camino,
algún lugar” con “Ojos verdes”, un “Sueños de autostop”
adivinado por una chica del público (que motivó una ironía sobre
el setlist filtrado en wikileaks), y “Luna vieja”, con una gran
performance de Horacio Gomez al piano. Después “Canción rota”
de “Aire” y un viaje de más de diez años hacia al disco debut,
con “Virgen de acero”. Por último “Invierno” haciendo honor
al clima de afuera que después de una semana templada y húmeda, se
había sometido al mandato del calendario. Sin embargo el “te veo y
amaina el invierno” en boca de Mariano Fernandez traspasa su
sentido original y se convierte en una perfecta descripción de lo
que muchos sentimos dentro de la sala.
Había tiempo para más
y ganas de levantarse un poco de las butacas. Todos, músicos y
público lo entendimos así, y la niña del collar de flores, que ya
debe marchar más que derechito y firme, volvió a tambalear con sus
primeros pasos solo para ponernos a palmear un ratito. Y después
todos los invitados juntos al escenario para “Paso bien cortito”
y esa cumbia que a mí tanto me remite a Los Lobos y que terminó por
romper la barrera con el escenario.
Afuera se vendía el CD
en una edición limitada y artesanal que le entrega al disco un valor
extra. Me Daras Mil Hijos habla de atesorar, y creo que es la palabra
que más se acomoda al significado del disco. Y con esto no me
refiero solo al formato físico, sino también a cada una de las
canciones, y de la noche de presentación toda. Se repite el 6 de
Julio y yo que ustedes me estaría asegurando un lugar.
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