Ni bien uno entra al
Centro Municipal de Exposiciones puede percibir que lo que va a
presenciar no será un recital común y corriente. Un par de
pantallas gigantescas y una especie de manifiesto nos da la
bienvenida y funcionan como puerta de entrada a la propuesta con la
que Björk nos recibe: la naturaleza como eje, y de como esta
entrelazada con la música y la teconología nos puede revelar sus
componentes invisibles. Björk nos propone la misión de desentrañar
los secretos de los perfumes, los colores, el sentido del tacto y por
supuesto los sonidos combinados como origen de la música. Y a medida
que uno avanza en el salón empieza a notar como con sencillez se
introduce en un universo que las palabras de bienvenida podrían
augurar pretencioso, y que sin embargo resulta todo lo contrario.
Adentro, en un salón en donde una isla central ofrece desde sushi
hasta pizzetas, y agua mineral Palau (!), los televisores se repiten
recreando videos e imágenes del sitio web interactivo, rodeando un
espacio en el que la gente se va ambientando en la propuesta y
dentro del cual se puede jugar a crear sonidos con unos Ipads,
interesarse por el Biophilia Educational Project o simplemente
acceder al merchandising oficial. Telones negros hacen las veces de
decorado de todo ese espacio a media luz, que además mediante
letreros desaconseja el uso de cámaras fotográficas para poder
disfrutar del show en tiempo presente y en el lugar, y no a futuro en
casa. Algo que repetirá en inglés un locutor antes de comenzar el
show, y que será traducido al español por una chica voluntariosa,
aunque con mucha dificultad. Un pibe al lado mío aplaude a rabiar el
consejo, mientras se compenetra en el show comiéndose unos nachos
(?).
La apertura coral con
Óskasteinn finalmente da por iniciado el concierto en sí, que
aunque el concepto Biophilia Residency (anunciado como colaboración
entre Björk y Michel Gondry allá por 2010) lo excede como tal, uno
lo asume inconscientemente de esa manera, ya que más allá de las
aplicaciones, los juegos, y los videos interactivos, lo que motiva en
primer lugar a estar allí sentado son las canciones y la música de
Björk. Y es “Thunderbold” la encargada de ser la primera en
sumergirnos en una experiencia única. La voz cristalina de Björk
nos invita a anhelar milagros, mientras las pantallas que rodean al
escenario desde lo alto proyectan imágenes de la tierra cubriéndose
de luz y sombra alternativamente. El negro absoluto que viste el
recinto más las estrellitas a manera de cielo nocturno dan la
impresión de estar dentro de un planetario. Todo es minimalista.
Empezando por el espacio reducido que le da al show un ambiente
cálido e íntimo, hasta los sonidos que acompañanan las melodías y
que funcionan como música incidental para arropar canciones mínimas
que la fragilidad de la islandesa interpreta con su conocida
intensidad. Por un momento Björk podría ser una bailarina en medio
de una cajita musical, y es notable como los distintos componentes del show fluyen en una armonía asombrosa.
El escenario está
ubicado en el centro del recinto con lo cual todo parece más
cercano. Una batería electrónica más un set de artilugios sonoros
inclasificables a cargo de Manu Delago, más un par de teclados, una
colección de laptops, un reactable, y la consola de comando de un
órgano huérfano, además de cuatro péndulos ubicados en las
esquinas opuestas, manejados por Max Weisel son los encargados de la
música. Ellos más el coro Graduale Nobili, compuesto por un grupo
de islandesas que parecen escapadas de un relato mitológico nórdico,
son todo lo que necesita Björk para adentrarnos en su cosmogonía.
El set está compuesto
obviamente por las canciones de Biophilia (tocó todas salvo
“Sacrifice”) más una selección de gemas de toda la carrera de
la cantante. Las pantallas nos muestran imagenes con paisajes tanto
terrestres como marinos, todos ellos paradisíacos, figuras
geométricas que se desarman y se reconstruyen en forma de
constelaciones, y viajes insondables hacia el interior de moléculas
y microorganismos que muestran su vitalidad como revelados bajo la
lente de un microscopio. Björk transita el escenario lentamente,
casi reverenciándose a cada paso, movimiento que nosotros seguimos
encandilados. Es ella, vestida en plateado y azul bajo una peluca tan
gigante como bizarra, el centro de ese cosmos creado a partir de la
sugestión por la naturaleza, a la que se aborda desde una mirada
fascinacinada e inocente. Todo parece primitivo. La voz fragil de
Björk bien podría ser la perfecta alegoría del débil equilibrio
natural que nos rodea; y los coros que la acompañan la ideal
concreción para un ambiente etéreo en un espacio que parece
atemporal. En cuanto a la continuidad de la música en sí,
“Crystallyne” termina en una furiosa descarga percusiva; “Hollow”
apuesta a encontrar el ADN del ritmo por debajo de un órgano
enigmático y tenebroso, mientras que temas como “Dark matter” y
“Virus” nos mantienen hipnotizados. A ellos se suman y adaptan
con una naturalidad asomobrosa canciones como “Hidden place” (de
“Vespertine”) y “Mouth's craddle” y “Sonnets/Unrealities
XI” (de “Medulla”). También aparecen maravillas como “Joga”
y “Pagan poetry”, aunque acá estoy obligado a hacer una
salvedad: ver y escuchar a Björk a menos de diez metros
interpretando esos temas es una experiencia de tamaña intensidad,
que para describirlo requieriría de toda una crónica aparte. En el
final hay un retorno a “Biophilia” con “Mutual core” y su
alusión a los movimientos tectónicos, y en ese tramo sobresale la
belleza única de “Cosmogony”. La despedida es con “Solstice”
en la que la islandesa parece definir nuestro espacio en el universo
(And then you remember, that you, yourself, you are a light-bearer. A
light-bearer receiving radiance from others), mientras se retira
lentamente del escenario por un pasillo que divide la platea
principal.
Los bises dan cuenta por
primera vez de algunas expresiones de admiración histérica, que a
mí me fastidian y bastante, pero las canciones son un regalo que
excede al universo “Biophilia”. Primero un viaje al pasado, más
precisamente a 1995 y “Post”, con “You've been flirting again”
e “Isobel”; y después un movido cierre a cargo de “Pluto”
(en la gira actual, en los shows extra-Biophilia Residency,
“Homogenic” es un disco que aporta muchas canciones al set). Y si
me refiero a “Pluto” solmente como movido, es porque si no me
quedaría sin palabras para graficar el segundo (e imprevisto)
regreso, y un “Declare independence” que convirtió al escenario
en una auténtica rave y al Centro Municipal de Exposiciones en un
gigantesco boliche. Las coristas se sacudían enajenadas, poseídas
por un ritmo que marcaba una especie de final liberador. La energía
desprendida por todos se expandía como en un big bang desde el
escenario hacia todas las plateas generando un clima celebratorio y
vital que, aún cuando no haya sido buscado, cierra una parábola
perfecta entre la exploración sensorial made in Biophilia y el
éxtasis enfervorizado como punto culminante de la experiencia. Björk
nos despide con un “gracias!” mientras vuelve a perderse debajo
de las plateas y algún desobediente intenta obtener las últimas
fotos de una noche irrepetible.
4 comentarios:
Hernán siempre te escribo para decirte que tus crónicas es como haber estado ahí escuchando el mismo recital y está vez así fue y deberías haber notado que el vestido era violeta no azul. Con respecto al resto del espectáculo tenes razón en todo daban unas ganas locas de ser parte del Graduade Nobili para bailar y exorcizar cualquier cosa ajena a ese mundo maravilloso que creo para los que allí estábamos.
En realidad el vestido era color arándano pero para vos si se come no es color...
Qué hermosura ese día... no me lo voy a olvidar jamás.
Muchas muchas muchas muchas graciassssssss!!!!!!!
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