Llegué a GEBA con una
sensación extrañísima. Había pagado por un festival en el que
solo me interesaba ver una sola banda. Tal vez la curiosidad de
Jarabe de Palo, que eran los que pedían por un beso de la flaca
cuando pisé el predio, que a esa hora estaba desierto. Ahí nomás
en el escenario 2 aparacieron los Pista 2 y.....bueno, fue como si el
rock urbano me empujara hacia afuera del predio y aproveché para
chusmear un rato. Al regreso tocaban los venezolanos Caramelos de
Cianuro, y aunque sonaban bien, su música no me provocó emoción
alguna. Además el cantante me pareció el resultante de una fórmula
matemática que se podría definir de esta manera: Trent Reznor –
Fernando Ruiz Diaz + Robbie Williams. Pero mi festival eran los
Primal Scream y para saciar mi ansiedad tuve que aguantarme la media
hora que se retrasó el show, supongo que porque la gente estaba
llegando tarde en un día laboral.
Bien, a esta altura poco
se puede decir sobre Sreamadelica. Del hito inalcanzable que
significó en la carrera de Primal Scream, de las influencias que
generó durante dos décadas, de los músicos que todavía sobreviven
utilizando como faro el molde de aquella obra cumbre. Y el show, se
sabía, era un auto homenaje a ese disco que en está cumpliendo los
veinte años de editado. Y a eso se abocaron los escoceses, mientras
la percusión leve y el piano trajeron “Movin' on top” y esa
introducción de ineludible referencia, la que podría llamarse
tranquilamente “Sympathy for the trip”. Fórmula marca
registrada, climas que se expanden y crecen, la voz femenina que
parece un coro gospel completo y un irresistible ingreso al mundo
psicodélico de Bobby Gillespie y sus muchachos. Y obedeciendo al
disco, siguieron con “Slip inside this house” y el justo tributo
ácido al delirio de Rocky Erikson.
Después llegó el
momento del lucimiento de Mary Pearce, la voz femenina que los
acompaña en la gira y que entregó una interpretación de “Don't
fight It, feel It” de altísima intensidad. Aún así, gran parte
del público les era ajeno y se notó la dificultad para establecer
conexión con la propuesta de la banda. Para colmo la hermosa
“Damaged” sufrió una merma en el sonido, dificultad que llevó a
que muchos nos desconectemos con el clima que se empezaba generar.
“I'm comin' down”
fue la encargada de reconstruir las cosas y el show lentamente fue
recuperando el ambiente. Y a partir de “Higher than the sun” se
produjo el efecto esperado en el show y por fin encontramos lo que
habíamos ido a buscar. Hipnosis absoluta. La piel se vuelve
insensible, la vista se pierde en los círculos concéntricos y
multicolores que se proyectan desde las cinco pantallas que custodian
el escenario. Los cuerpos elevados se estremecen bajo el signo de un
éxtasis sensitivo en una agonía interminable, con saxos y guitarras
que conmueven en aullidos que hacen del trance una experiencia tan
caótica como irresistible. Va un meddley con “Who do you love”,
algo que Morrison hubiera sabido apreciar (si es que no lo hizo
mezclado entre nosotros) y sigue “Loaded” que redobla la apuesta
para decantar en el “Come together” que no solo cierra el show
sino también ese disco que anoche se mostró inmune al paso del
tiempo. Así como en “Alta fidelidad” los melómanos se preguntan
por lo mejores temas de apertura de un disco, ese cierre merece una
nominación especial en el absurdo ejercicio de elegir los mejores
temas finales de álbumes clásicos. Y el “We are together, we are
unified” se repite y se suma al “come together as one”, y el
teclado se eleva en volumen y aturde en la despedida anárquica.
Desde el escenario se habló de orgasmo masivo, y algo de eso fue lo
que ocurrió. Y mientras yo me dejo llevar por un clima que puede
durar minutos, pero que pueden parecer horas, Gillespie arranca
cantando “Country girl”, el potente hit de “Riot city blues”.
Y yo ahí sentí que el clima se quebraba por completo. No es que no
me guste, fueron como los bises pero en continuado y poco tenía eso
que ver con lo que estaba sucediendo antes. Como si las chicas del
comercial de Gancia entraran a los gritos por la ventana en medio de
la clase de yoga. Son divinas chicas, las amo a todas, pero la fiesta
no era hoy. No es que esté mal, pero en ese momento Primal Scream se
vuelve una banda completamente diferente. Ojo, los tipos la rockean,
pero esa versión de los escoceses es la de un grupo al cual, en
medio de la hiperabundancia de shows, no me hubiese costado relegar
en pos de otras opciones. Siguieron con “Jailbird” y cerraron con
“Rocks” cuando el cuerpo ya se había acostumbrado al nuevo
pulso de la banda y el rito irresistible era acompañado por unos
pies a los que todavía les costaba volver a la superficie. No es que
haya estado mal ni mucho menos, sino que fue otra cosa.
Lo que siguió en la
noche del festival fue un despropósito. Snow Patrol no puede suceder
a Primal Scream. Señores de la gaseosa que no sirve para ni para
rebajar el fernet Capri: ustedes violaron el orden lógico del
universo. Pusieron al after office después de la noche descontrolada
e interminable. Invirtieron las cosas y los dioses los castigarán
otorgándole sabor a remedio a su producto por el resto de la
eternidad. Una locura ilógica por donde se la mire. Como atacar la
caja de los Capitán del Espacio antes de encender el porro. Encima
en el medio estuvieron los Volador G y su cantante que le debe haber
vendido el alma al diablo a cambio de la voz de Richard Coleman. Y
después sí los Snow Patrol. Si les digo que dieron un show prolijo
me creen, verdad? Que los temas que estrenaron mantienen la linea de
los anteriores, también me creen, no? Que el cantante fue demagógico
en extremo también era provisible, pero fue un asco, un relajo de
demagogia para una banda que en el mejor de los casos vale como el
Coldplay menos inspirado. Pero la gente lo disfrutó, y a decir
verdad, el campo (especialmente el VIP) estaba lleno de fans de la
banda. Eso sí, el primer tema de los bises estuvo muy bien Pero yo
fui a ver a Primal Scream, así que el show de Snow Patrol que se los
cuente otro, mientras yo me voy a buscar mi 2x1 de Daikiri en la
happy hour de Palermo.
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