Ayer empecé la crónica hablando de pasado. Hoy se trata de presente y futuro. Presente y futuro que tienen un pasado. Reciente, pero pasado al fin. Porque en un principio Tom Anderson y Chris De Wolfe crearon Myspace. Y desde aquella plataforma el mundo virtual empezó a parir artistas de todo tipo. El caso de Liliy Allen seguramente es el más reconocido, pero esperpentos como Tila Tequila de pronto alcanzaban una masividad inusitada. Y al candor de ese espacio, muchos artistas se animaron a dar a conocer sus canciones y empezar a divulgarlas hacia una platea infinita y ávida de nuevas voces. De allí fue que Laura Marling comenzó a hacerse visible y a sorprender con sus canciones tan intensas como mínimas. Y a medida que su espacio crecía en seguidores, nombres como los de Keren Ann y Regina Spektor empezaron a sonar como directas influencias. Hasta algún aventurado llegó a citar el pretencioso nombre de Joni Mitchell. Uno ha aprendido hace rato que a la hora del hype todas las exageraciones son válidas, pero yo la escuchaba y nada me resultaba del todo extremo. Incluso yo sumaba a Jolie Holland a las referencias que su voz me traía a la memoria. Digo todo esto cuando a esta descripción aún le falta un dato fundamental: Laura tenía apenas dieciséis años.
Anoche en el Samsung sucedieron cosas inéditas, como la ausencia de butacas (no era un show para ver de parado, ni siquiera la convocatoria lo justificaba), y entre el público se escuchaban más voces en inglés que en español. En la previa la aparición no anunciada de Pete Roe, tecladista de Laura, quien presentó temas propios mientras en la sala se oía más el murmullo desinteresado de la gente con Stella Artois en la mano y los chistidos de los que quería escuchar, que al pobre muchacho, de quien tengo que decir que no me conmovió para nada. Al rato nomás, sí se descorrió el telón y Laura Marling inició su concierto con “Ghost”, de su primer disco “Alas I cannot swim”. Batería, banjo, piano, contrabajo y cello acompañaban a la voz y guitarra de cantautora británica. En seguida “Devil’s spoke”, de “I speak because I can”, el segundo trabajo que fue el que la terminó de mostrar como una artista inusitadamente madura para sus, ya por entonces, veinte años.
Laura canta mirando por encima de las cabezas de la gente, con los ojos puestos en un punto en un horizonte inexistente que la lleva a ignorar que delante de ella está el público. La rodea un aura de niña tímida que se contrapone con las letras de sus canciones. “He could fall and she could weep. But as holy are her feet and hard with mention. But dear they may not speak We fell tight when there is tension and their eyes could make us weak” canta en “Alpha shallows”, una canción folk con un cierto aire renacentista, que si el Ian Anderson que visité anoche escuchara, recibiría sin dudas con un guiño aprobatorio. El nuevo “Don’t ask me why” es otro momento de alta intensidad. Su fraseo al cantar justifica aquella inicial comparación con Joni Mitchell, pero la cadencia de su tono melancólico y su perfecta dicción, la colocan más cerca de aquellas voces que deslumbraron a fines de los ’60 en las Islas Británicas. Gente como Bert Jansch o John Renbourn se desvivirían por acompañar la amplitud, el colorido y la seductora tersura de esa voz, que es capaz de quedar sola sobre el escenario con su guitarra para hacer maravillas propias, como “Goodbye Endgland (covered in snow)”, o ajenas, como el cover de Jackson C. Frank “Blues run the game”. Y que conmueve al punto de generar un ambiente de cálida intimidad, impregnando la noche con su impronta delicada y levemente frágil. Ese clima que solo se rompe con algún olvido en la letra, como al principio de “Alpha shallows”, o el nombre del propio Jackson C. Frank (aunque en este caso doy por seguro que Laura conoció esa canción más por las versiones de Sandy Denny o Nick Drake, que por la del propio autor); y que toma un cariz simpático cuando Laura responde sonrojada y bajando la mirada, a los “i love you” y los “te amo”, que llegan a sus oídos tanto de voces masculinas como femeninas de la platea.
Canciones como “Blackberry stone”, la inédita “Night alter night” o “Alas I cannot swim” me llevaron al recordar el impacto que me provocó ver a Russian Red (otro producto “made in Myspace”) por primera vez sobre el escenario. Pero lo que en la española es jovialidad y frescura, acá es retraimiento y languidez. Y una complejidad melódica y armónica que la colocan varios escalones por encima de Lourdes.
El final llega con “Rambling man” y la canción que a nombre a su segundo trabajo, “I speak because I can”. “My husband left me last night. Left me a poor and lonely wife. I cooked the meals and he got the life, and now I'm just out for the rest of my time”. Así se despide esta niña dejando en claro una vez más su madurez como artista, ya que además de sus dotes vocales, se muestra saludablemente inquieta e inconformista a la hora de componer. No hubo bises, ella lo había advertido. Solo un saludo leve y una sonrisa cómplice.
A la salida me tomé un taxi y tuve la desgracia de toparme con uno manejado por una mujer. Y mi queja en este caso no se detiene en la divulgada creencia de la incompatibilidad de género con la conducción de vehículos, ni mucho menos. Sino que las mujeres taxistas hablan mucho. Más que un taxista hombre oyente de Gonzalez Oro de los que pide la vuelta de los militares. Y la locuacidad de la señora se contraponía con el estado introspectivo que me había dejado el recital. Y mientras ella contaba que justo iba por Belgrano para bajar hasta el casino para levantar pasajeros allí, yo hacía oidos sordos, mientras trataba de fijar los recuerdos que quedaron plasmados en los párrafos previos. Y las historias de la taxista incluían siempre jugadores empedernidos y borrachos, que no le pagaban los viajes. Para mis adentros yo pensaba que por qué me contaba eso a mí, si los concurrentes más duros de la noche del Samsung de ayer éramos incapaces de resolver ese problema, y que de seguro el Sindicato de taxistas tenía gente más grande y mejor adiestrada para tomar cartas en ese asunto. Eso sí, entre esa especie de masoquismo financiero de la señora y el relato en sí, Tom Waits tenía historias para grabar un disco doble. En mi caso, lo que yo quería era llegar rápido a casa porque tenía hambre. Y al llegar a Parque Chacabuco, no dudé en pagarle el viaje; no sea cosa que después la señora ande hablando mal de los fans de Laura Marling. Y volviendo a Laura, hoy toca de nuevo en al Quilmes Rock. Después de Los Tipitos y antes de Jack Johnson. Lo que se dice, todo un desperdicio.
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