Si hacía falta algo para comprender aquel lema de George Clinton de fines de los ’60, cuando en plena ebullición del LSD afirmaba aquello de “Free your mind and your ass will follow”, eso era tener la oportunidad de presenciar en vivo a ese colectivo del funk que resulta el combo Parliament, Funkadelic, P-funk All stars, o cuanto nombre pueda o quiera atribuirse. Porque a partir que la arenga “We Got The Funk” empezó a hacerse eco en La Trastienda, lo que se vivió anoche fueron cerca de 3 horas y media (!!!) de explosión musical de alto voltaje, repletas de groove, ritmo, baile, desparpajo, intensidad, lucimiento personal, y mucha diversión y color.
Sobre el escenario de La Trastienda había músicos como para cortar la 9 de Julio, llegué a contar 19 en un momento, pero no puedo asegurar que no haya habido más. El show en sí tiene al funk como sustento, pero a lo largo de él aparecen chistes, danzas, se reparten volantes al público, personajes excéntricos por donde se los vea, y todo dirigido por un George Clinton que hace las veces de maestro de ceremonia, aunque recién haya pisado el escenario cuando había transcurrido casi una hora de show. En escena se puede ver a lo largo del show a Larry “starchid” Shider vestido solamente con un pañal, una cantante vestido de rey, una guitarrista (Sauna Hall) que a lo lejos parece Michael Jackson, un guitarrista con una máscara y peluca afro multicolor, a la bella corista Kim Manning haciendo gala de sus agudos casi operísticos paseando en patines sobre el escenario mientras comparte cigarrillos y bebida con el público a cambio de sonrisas y corazones, y algunas incursiones de Carlos “sir No se” McMurray portando carteles con leyendas tipo “george fuck” y pidiendo al público que no aplauda a los solistas. Pero además de todo el color y el movimiento de personas sobre el escenario, hubo música, y mucha. Porque Lige Curry en el bajo de seis cuerdas y Frankie “khas” Waddy en batería sostienen una banda, que a modo de las grandes orquestas del jazz, despliega toda su música haciendo bailar al público (las mesas del salón duraron poco más de 20 minutos en su lugar) e intercalando momentos solistas, algunos de ellos brillantes, en especial los que corresponden a las voces de Steve Doy y Belita Woods.
Si bien la excusa era presentar el disco “George Clinton & the gangsters of love” de 2008, se pudieron escuchar clásicos como “Give up the funk (tear the roof off the sucker)”, “One nation under a groove”, “Dr. funkenstein”, “Cosmic slop” o “(not just) knee deep” (con Larry Shider haciendo corear al público mientras hacía gala de su voz blusera). Además de funk hubo soul, blues (extraordinaria y desgarradora performance de Mary Griffin en la voz), y mucho rock. La versión de “Maggot brain” a cargo de la Gibson Flyin V de Michael “kid funkadelic” Hampton fue descomunal, aunque cortó un poco el clima festivo del show. En el final, mientras algunas personas se retiraban en virtud del horario, otras se trepaban al escenario invitadas por “Sir no se”, para sumarse a su baile contorsionista y abrazar al gran George, pretendiendo que el show no termine nunca. Quedará alguna queja con el sonido (algún acople, micrófonos que dejaban de funcionar) que puede quedar justificado en el poco espacio y el vértigo con que se desarrollan las entradas y salidas de músicos.
En resumen un show extraordinario, que no se puede compara con nada que ande dando vueltas hoy por el mundo, que deja bien en claro por qué el legado del padrino del funk está más vigente que nunca, y que marcará un hito en una ciudad poco acostumbrada al funk y sus desprendimientos. Quedan dos noches más, y aunque el costo de las entradas no es nada económico, créanme que valen cada peso que vayan a pagar.
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