
Por cuestiones que no
vienen al caso no vengo programando mucho mi vida social estos meses,
así que cuando puedo aprovechar alguno de los shows que hay dando
vuelta por allí, lo hago decidiendo sobre la marcha. La visita de
Ashcroft era uno de los conciertos que tenía apuntado, en principio
en el Personal Fest, pero cuando vi que tocaba también en el Gran
Rex, pasé a priorizar este último. Algunas notas en los medios y
las repercusiones de su set en el Personal me terminaron de decidir.
Además la web que vendía las entradas mostraba el suficiente
espacio disponible como para hacer lo que finalmente hice: sacar la
entrada más barata en la fila más alta del teatro y ganar una
docena de escalones, que en términos de precio, son unos $200 o más.
De todas maneras, al comenzar el show, salvo las últimas filas y
algún claro a los costados de la pullman, el Gran Rex mostraba una
buena concurrencia.

El concierto abrió con
el bailable “Out of my body”, con un escenario sin grandes
pretensiones, a no ser un impactante juego de luces y flashes que no
otorgaría descanso visual en todo el show. Y enseguida “Sonnet”,
el primer himno urbano de la noche. De allí en más, sin bien el
clima no fue lineal, el show no decayó nunca. Ashcroft se mostró
como un gran performer y su voz no evidenció síntoma alguno de
desgaste. Tanto a él como a sus músicos se los notó entusiasmados
con la respuesta del público local, y además de algunas banderas
esparcidas sobre el escenario, el momento demagógico de la noche
llegó cuando Richard se calzó una camiseta de la selección que le
arrojaron desde la platea. Prometió volver pronto y hasta imaginó
un Luna Park
Sin bien los samples
abundaron, y las guitarras más las luces le otorgaron un leve efecto
psicodélico a los temas en escena, el mayor mérito de la música
de Ashcroft radicó en las melodías, que relucieron más allá de
los arreglos. En todo el tramo solista del set, las canciones más
celebradas fueron “A song for the lovers” y “Music is power”,
que arrancó como un country folk y terminó bien arriba, luego del
lucimiento de los dos guitarristas.
Los temas intrepretados
no fueron muchos, pero las versiones fueron largas, con lo cual
cuando el show cerró a puro The Verve, con Ashcrot revoleando las
banderas que le arrojaron y la banda tocando “Space and time”
primero y “Lucky man” después, yo nunca pensé que apenas habían
sonado diez canciones.

En mi cuenta personal de
estrellas del brit pop, el álbum de figuritas está lleno. Y a la
hora del recuerdo de los mejores shows del año, el de anoche
rankeará bien alto.