
Jan, el protagonista de
“El malentendido” de Albert Camus, le dice a su descreída
hermana Marta durante una charla algo así como que “el otoño es
una segunda primavera, donde cada hoja es una flor”. En la obra la
frase se afirma en una mirada optimista de la vida y sugiere una
apuesta a las segundas oportunidades. Fuera de contexto, las palabras
que Camus pone en boca de Jan bien podrían remitir a un elogio de la
madurez. Y precisamente esa fue la primera sensación que me quedó
del show que Valle de Muñecas ofreció anoche en La Trastienda:
madurez. La madurez de una banda asentada hace rato, pero también
del disco, maduro en su concepto, con cada canción expresando el
máximo de su potencial en escena. Y también maduro en los oidos del
público, que recibió la música con más júbilo que sorpresa.
Por ese motivo si
tuviera que resumir el show de Valle de Muñecas de anoche, diría
que más que una presentación, asistimos a una celebración del
disco. Y si de puro rebuscado fui capaz de meter a Camus en la
crónica de un show del indie porteño, redoblo la apuesta y lo meto
también a Stravinsky: digo entonces que asistimos a la consagración
de “El final de las primaveras”.
Para mí la noche
arrancó extraña. Amagaba a llover todo el tiempo. El horario del
show me permitió una pizza casera antes de partir. Debuté en el 4
con el nuevo precio del pasaje. El colectivo casi no se detuvo en
ninguna parada, con lo cual de salir ajustado, terminé llegando a
San Telmo con tiempo de sobra. Y eso me permitió presenciar la
salida del público del show anterior: las insólitas “Noches
sabineras”, que vienen a ser algunos de los músicos de Sabina,
pero sin Sabina, cantando canciones de Sabina. Algo así como una
reunión de Punch sin Miguel Cantilo (!). Mi yo lombrosiano, además,
detecto al sector más arjonesco del público del andaluz.

El show arrancó como el
disco, con “Las espadas del sol” y al principio creí que iban a
tocarlo completo y en orden. Pero no. “Días de suerte” y
“Dejadez” fueron las encargadas de sacarme rápido esa idea de la
cabeza. “Una brisa fugaz y el zumbido del mar en las entrañas”,
esos versos bien podrían resumir el concepto de la música de Valle
de Muñecas: el zumbido de las guitarras y la brisa que significan
las melodías sobre ese sonido eléctrico. El disco nuevo tiene mucho
del anterior (“La autopista que corre del océano hasta el
amanecer”), pero sin embargo no es tan facil de asimilar. Algo
anduvo diciendo Manza acreca de esto en los medios. Tal vez dando
lugar más a su mirada de productor que de músico, dio en el clavo
en las dos características fundamentales que distinguen a “El
final de las primaveras”: las guitarras de Fernando Blanco y el
carácter algo más exigente del álbum, a la hora de degustarlo.
El esquema del show
consistió en idas y vueltas a lo largo del disco y del resto de la
discografía de la banda. “El final de las primaveras” (la
canción) pasa de una voz quebrada a una explosión noise
envolvente. “Reinvención” sostiene ese mismo esquema aunque en
un andar melódico más ameno. De las nuevas, “Una hoja en blanco”
y “Las cosas perdidas” fueron las mejor recibidas. En “Esta
vez” un único haz de luz ilumina la cabeza calva de Manza que le
canta una despedida confidente. Y “Sábados” y “Ni un diluvio
más” ganaron entre los clásicos más festejados.
A la hora de citar a
Menos Que Cero, Manza eligió la inesperada “Cartas” y después
la punkie “Recuerdos del invierno”. Y de allí, de esos días
de lluvia y viento que recuerdan a los inviernos que se van, uno
puede intuir el comienzo de esa primavera a cuyo final le estábamos
cantando. Porque como dice “La llave de los días mejores” que le
siguió: nada sucede al azar.

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