sábado, 9 de abril de 2016

Valle de Muñecas en La Trastienda - Presentación de "El final de las primaveras"

“El final de las primaveras”, el último trabajo de Valle de Muñecas se publicó, haciendo honor a su nombre, en Noviembre del año pasado. Pero la presentación quedó para cuando la primavera recién empieza a hacer pie, pero en el hemisferio norte. Sin embargo este hecho no pareciera ser caprichoso.
Jan, el protagonista de “El malentendido” de Albert Camus, le dice a su descreída hermana Marta durante una charla algo así como que “el otoño es una segunda primavera, donde cada hoja es una flor”. En la obra la frase se afirma en una mirada optimista de la vida y sugiere una apuesta a las segundas oportunidades. Fuera de contexto, las palabras que Camus pone en boca de Jan bien podrían remitir a un elogio de la madurez. Y precisamente esa fue la primera sensación que me quedó del show que Valle de Muñecas ofreció anoche en La Trastienda: madurez. La madurez de una banda asentada hace rato, pero también del disco, maduro en su concepto, con cada canción expresando el máximo de su potencial en escena. Y también maduro en los oidos del público, que recibió la música con más júbilo que sorpresa.
Por ese motivo si tuviera que resumir el show de Valle de Muñecas de anoche, diría que más que una presentación, asistimos a una celebración del disco. Y si de puro rebuscado fui capaz de meter a Camus en la crónica de un show del indie porteño, redoblo la apuesta y lo meto también a Stravinsky: digo entonces que asistimos a la consagración de “El final de las primaveras”.
Para mí la noche arrancó extraña. Amagaba a llover todo el tiempo. El horario del show me permitió una pizza casera antes de partir. Debuté en el 4 con el nuevo precio del pasaje. El colectivo casi no se detuvo en ninguna parada, con lo cual de salir ajustado, terminé llegando a San Telmo con tiempo de sobra. Y eso me permitió presenciar la salida del público del show anterior: las insólitas “Noches sabineras”, que vienen a ser algunos de los músicos de Sabina, pero sin Sabina, cantando canciones de Sabina. Algo así como una reunión de Punch sin Miguel Cantilo (!). Mi yo lombrosiano, además, detecto al sector más arjonesco del público del andaluz.
Aunque voy a hacer solo una mención al pasar, si el inicio del post incluyó cita literaria, no puedo dejar de contar que mientras buscaba un trago en la barra, El Principe Idiota abrió la noche con cuatro o cinco canciones acústicas. La Trastienda no estaba muy poblada a esa hora (después sí llegó más gente), y yo me preguntaba que cómo era posible. La expectativa era grande, los medios del palo le dieron amplia difusión al show (Valle de Muñecas llegó a ser tapa del suplemento joven de Clarin) y las entradas no eran caras. Evidentemente hay un público al que no le interesa expandir sus gustos, concluí. Un público conservador que parece darle más la razón a los Alejandro Medina que a los Alfredo Rosso. En realidad, es muy pobre esta explicación, y solo pretende dar cuenta de la, por lo general pasajera, impotencia que me produce saber que estamos ante un momento tan rico del rock argentino y ver lo cuánto que le cuesta trascender. Pero durante un momento estuve indignado y quería contarlo.
El show arrancó como el disco, con “Las espadas del sol” y al principio creí que iban a tocarlo completo y en orden. Pero no. “Días de suerte” y “Dejadez” fueron las encargadas de sacarme rápido esa idea de la cabeza. “Una brisa fugaz y el zumbido del mar en las entrañas”, esos versos bien podrían resumir el concepto de la música de Valle de Muñecas: el zumbido de las guitarras y la brisa que significan las melodías sobre ese sonido eléctrico. El disco nuevo tiene mucho del anterior (“La autopista que corre del océano hasta el amanecer”), pero sin embargo no es tan facil de asimilar. Algo anduvo diciendo Manza acreca de esto en los medios. Tal vez dando lugar más a su mirada de productor que de músico, dio en el clavo en las dos características fundamentales que distinguen a “El final de las primaveras”: las guitarras de Fernando Blanco y el carácter algo más exigente del álbum, a la hora de degustarlo.
El esquema del show consistió en idas y vueltas a lo largo del disco y del resto de la discografía de la banda. “El final de las primaveras” (la canción) pasa de una voz quebrada a una explosión noise envolvente. “Reinvención” sostiene ese mismo esquema aunque en un andar melódico más ameno. De las nuevas, “Una hoja en blanco” y “Las cosas perdidas” fueron las mejor recibidas. En “Esta vez” un único haz de luz ilumina la cabeza calva de Manza que le canta una despedida confidente. Y “Sábados” y “Ni un diluvio más” ganaron entre los clásicos más festejados.
A la hora de citar a Menos Que Cero, Manza eligió la inesperada “Cartas” y después la punkie “Recuerdos del invierno”. Y de allí, de esos días de lluvia y viento que recuerdan a los inviernos que se van, uno puede intuir el comienzo de esa primavera a cuyo final le estábamos cantando. Porque como dice “La llave de los días mejores” que le siguió: nada sucede al azar.
Para el final quedaron “La soledad no es una herida” y “Gotas en la frente” para que la comuníón entre la banda y su público sea absoluta. Y un tramo de bises a la medida de fans de la primera hora con “Rutina especial”, “Regresar (a traves de la noche)” y una despedida definitiva con “Vamos al cine”. Otra vez la suerte, esta vez como guía de una caida inevitable, dice presente en universo Valle de Muñecas, para darle cierre a una noche que tuvo en el afuera un guiño cómplice: la llovizna que aumentaba su caudal disfrazaba el clima de una típica primavera porteña en retirada. Claro que el otoño bien podría reclamar con justicia también esa puesta. Pero que se arreglen entre estaciones, yo me quedo con la música. Que de flores y hojas secas, se ocupe Camus.


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