En mi caso era el primer
show del año (que como empezarán a ver en este blog viene cargado),
y si me siguen por acá saben que el Bebop es un lugar que me
encanta. Plato sencillo, copa de vino y Coleman cantando ahí nomás.
De paso aproveché para estrenar la remera del Hansa Studio que me
compré cuando tuve la oportunidad de visitarlo hace unas semanas.
Sí, voy a presumir un poco. Pero no se trata solo de eso, sino que
la cita no es caprichosa, porque será una de las coincidencias que
se enhebraron a lo largo de la noche el jueves y que ya irán
leyendo.
Para empezar Coleman
salió vestido todo de negro, y eso, sabemos, es una señal. Si bien
el concierto nunca salió del tono relajado y amable de sus shows
acústicos (que en verdad nunca son estrictamente así, porque las
guitarras llevan efectos y aparecen instrumentos eléctricos) marcó
la tónica del repertorio. Tiempo atrás en un show similar en Ultra,
Coleman se había mostrado con ganas de charlar, de contar historias
acerca de las canciones y llenarnos los oidos de anécdotas de su
vida que linkeaban con los temas que estábamos escuchando. En este
caso (y el negro necesariamente no es inocente) eligió abandonar la
prioridad de su etapa solista, y recreó canciones de todas sus
épocas, inclusive muchas que hace rato no sonaban sobre los
escenarios.
El fan acérrimo de Los
7 Delfines disfrutó del primer tramo del show casi como un regalo
personal. “Never du nozin”, “En tu cabeza”, “Desierto”
(el tema que daba nombre al disco de mediados de los '90, disco que
volvería a citar hacia el final de la noche con la tensión erótica
de “Canción de cuna”) fueron los temas que apenas le dejaron
lugar a “Corre la voz”, que se entrometió como para anclar ese
pasado con la etapa más cercana de Richard. La última cita a L7D de
ese tramo fue ese temazo (que el mismo Coleman presentó como una de
sus preferidas) que es “Meteoro”. “Mi nombre está en lugares”
se oye, y uno sabe muy bien que uno de esos lugares, inevitablemente
es la memoria. La gente escuchaba tranquila, repitiendo en algunos
casos en voz baja los versos que esa memoria rescataba al unísono
con la interpretación. Y como si se tratara de una retrospección
hipnótica, la música siguió hurgando en el inconsciente, y
llegaron desde “Consumación o consumo” dos perlas del primero de
Fricción: “Entre sábanas” (que anticipaba el Coleman de letras
de amores al filo del tormento) y “Perdiendo el contacto”. Fiesta
para cuarentones, claro. Recién cuando entró Bodie Datino (su
inseparable cómplice en estas incursiones íntimas) las canciones
más recientes afloraron: “Jardines líquidos”, “Normal”,
“Perfecto amor” y “Hamacándote”, con la que cerró la
primera parte del show.
Y acá es el momento en
donde entra la otra coincidencia y el por qué de la cita a mi remera
del Hansa Studio. Bowie, Berlin, Heroes, todo se sumó en ese
momento. El 11 de enero yo iniciaba mi periplo europeo y con el wifi
de Ezeiza leía a Richard en su Face contando que no podía para de
llorar mientras escuchaba “Nothing has changed”. Claro que la
muerte de Bowie nos tocó a todos, y en ese tramo de la noche Coleman
contó que la última vez que tocó “Heroes” fue el día del
cumpleaños 69 de Bowie durante su show en Groove. Y agregó que su
tributo al Duke (que confesó que no sabe si va a poder cumplir) será
no tocarla más por un año. Pero Bowie no iba a dejar de estar
presente y aunque la versión original es de Johnny Mathis, muchos
conocimos “Wild is the wind” por la versión que cerraba “Station
to station”. Probablemente David Bowie haya conseguido en esa
versión la mejor performance vocal de su carrera, y anoche Coleman
(que la grabó en “A song is a song”) no solo estuvo a la altura,
sino que la tensión que cubrió al escenario mientras la cantaba
impactó bien profundo en cada uno de los que estuvimos ahí.
Homenajear a Bowie con esa versión era un desafio gigantesco y el
“uffff” aliviador de Richard y el trago de agua que siguieron al
tema dieron la pauta que el tributo se había consumado con éxito y
que no solo nosotros nos habíamos dado cuenta.
Bien, se me hizo largo
contrar esa parte, pero no podía dejar detalle de lado. El show
continuó con otros cover (ahora sí resumo) como “Love me tender”
y el “Changes” de Sabbath, aunque por allí se colaron otra vez
Los siete delfines con “Versos secretos” (Richard en slide
guitar), la citada “Canción de cuna” y, después de la versión
de “Escarabajo” con Bodie en el piano de Bebop que lo dio un
sonido original al tema, el cierre con “Carnaval de fantasmas”.
Como anécdota queda que
me quisieron cobrar una copa de vino de más, pero la gente de Bebop
es honesta y lo corrigieron. Afuera no corría una gota de aire, el
carnaval había terminado pero los fantasmas seguían ahí. Si van
los jueves siguientes, me cuentan.
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