
Había decidido estar en el regreso de Eruca Sativa a
los escenarios desde que conocí la fecha. Diferentes circunstancias hicieron
que no haya sacado entrada hasta último momento y hubo una inesperada noticia
en los días previos que puso mi presencia en duda: El Siempreterno anunció la
salida de Ariel Minimal de la banda, y que el del sábado 3 sería su último
concierto antes de un impasse sin límite. Aún así, dudando entre uno y otro
destino elegí estar en el Luna Park, y aunque ya me contarán que fue lo sucedió
“allá”, yo estoy más que conforme con mi elección: Eruca Sativa demostró que le
sobra paño para meterse en la primera línea del rock local.
El Luna Park, con las cabeceras cubiertas con largos
telones negros a pesar que se vendían con anticipación (estimo que a los que
sacaron allí los reubicaron en las plateas de los codos) y el campo rebalsado
de gente, no le quedó grande al trío cordobés, que luego de los embarazos de
Lula Bertoldi y Brenda Martin, regresó a los escenarios con su apuesta más
pretenciosa desde que empezaron a tocar en Buenos Aires.
Sin exageraciones la puesta resultó efectiva. El show comenzó
con las chicas golpeando tambores elevadas al costado de Gabriel Pedernera.
Debajo de los tres una pantalla de led mostraba símbolos que parecían seguir
las indicaciones de un dictado en morse. Lo tribal, lo primitivo cruzado con lo
tecnológico. Los signos de la pantalla se resolvieron en una leyenda: No pueden
callar la voz. Entonces sí Lula y Brenda acapararon la parte baja del escenario
y largaron con “Fuera o más allá”, al igual que como abre el disco “Blanco”, el
que las terminó por consolidar entre los oídos porteños. “Paraíso en retiro”, “El
genio de la nada”, “La carne” se fueron sucediendo mechando los dos últimos
trabajos de estudio.
Hasta ese momento sentí una sensación extraña. La
banda sonaba bien (algunas quejas con el volumen me resultaron injustificadas,
al menos desde uno de los codos donde yo estaba), la precisión, la ductilidad
arrolladora de la base que conforman Brenda Martin y Gabriel Pedernera (de lo
mejor que se haya visto por aquí en años, y aunque esto ya no sea novedad no
puedo dejar de decirlo), construían un show técnicamente perfecto, pero algo
frio. Las chicas parecían contendidas (intimidadas por el recinto?), como si
algo dentro de ellas les indicara que ya no son dos chicas rockeando, sino dos
madres rockeando. Como sea, esto se limitaba a arriba, porque abajo el público
no tomó nota, a tal punto que el pogo derrumbó uno de los vallados, y después de
la gran versión de “Eleanor Rigby”, tuvieron que parar el show hasta
reconstruirlo.

Si se trataba de ir tomando temperatura y coraje, el
incidente no ayudó para nada. Brenda agradeció a los que viajaron, y terminó
siendo la gente la que corrigió el incómodo impasse. Cuando Gabriel saludó y
dijo “desde chico, y no tan chico, siempre quise gritar esto: buenas noches,
Luna Park!”, se le pidió un solo. Y luego lo mismo con el bajo. Y lo que la
inexperiencia y las dudas arriba no había podido resolver, el empuje desde
abajo indició el camino y fue lo que terminó por enderezar la noche. Porque a
partir de allí el show no volvió a ser el mismo y Eruca Sativa directamente la
rompió.
Desde “Quemás” en adelante el escenario pareció
reducirse. Branda y Lula se animaron a transitar las pasarelas que en “V” se
abrían entre la gente. A cruzarse entre ellas, a abandonar el estatismo inicial
y devorarse a un público que si bien tenían comprado desde el primer tema,
tenían que pasar por arriba. Ese tramo terminó con el “No pueden callar la voz”
que lo preanunció: el grito contra el poder sobre un riff machacante, casi
trash, un rapeo intermedio y un
impiadoso juicio frente al espejo de “No pueden”.
Después
volvió el sonido tecnológico y la pantalla a anticipar el signo del tramo que
se venía “Es tiempo de activar el corazón”. Y desde que lo tocaron en “Siempre
es hoy”, un homenaje de la TV Pública a
Gustavo Cerati, “Corazón delator” no abandona sus setlist. Gran versión
mientras a sus espaldas unas manos enguantadas sostienen a un corazón que late
fuera del cuerpo.
De
allí al tramo “Huellas digitales”. Brenda y Lula se ponen a la par de Gabriel y
muestran otra versión de la banda: guitarra acústica, octopad, y arreglos que
llevan a las canciones a lucir en otro plano. “Mi apuesta” y “Tu trampa”
sonaron en ese tramo, con el bajo de Brenda Martin alcanzando un sonido
melodioso que la puso a la altura del mejor Pedro Aznar.

Cuando
volvieron al sonido eléctrico los climas estuvieron tan bien dosificados que
todo fue un espiral sigiloso que nos fue envolviendo hasta explotar en un
estallido de energía liberadora. La base de “Real ficción” remite a Divididos,
pero la intensidad con la que Lula canta y toca sobre ella, la envuelve en
intimidad. “Guitarras de cartón” es una de las joyas de “Blanco” y así avanzó
ese tramo hasta que Gabriel Pedernera con la acústica dio comienzo a “Amor
ausente”. El más logrado cruce entre Hendrix y el folklore desde que Divididos
versionara a Yupanqui. En el final, la voz de Bertoldi se desgarra desde lo más
profundo de sus entrañas y como si ese grito hubiese significado una señal de
largada, el trío se propuso cerrar la noche en un encadenado power que abrió
con el estreno (en vivo, porque el tema circula ya hace varias semanas) de “Nada
salvaje”, un anticipo que promete y mucho para lo que se viene.
Mas
allá de citar nombres de canciones (el conocido pero inédito “El límite”, “Ultimo.
Parte I: El balcón”, “Agujas”, el funk
irresistible de “Para que sigamos siendo”, con el público coreando el
estribillo sanador), a esa altura yo empecé a valorar otras cosas del desafío
de Eruca Sativa en el Luna Park. Eran la primera banda de rock cordobesa en
tocar en ese escenario, y asumieron el compromiso solos. Sin invitados, sin
sostén alguno, apelando a ellos mismos,
a su esencia, a sus armas y su convicción. Con una puesta lograda y un set lumínico más que efectivo, volvieron
y vencieron. Conquistaron otro templo del rock argentino y preanuncian que la
escalada no tiene límites. “Quiero todo el control para hacerlo a mí manera”
canta Lula Bertoldi y no parece haber alma dispuesta a negarse a semejante
convicción.
Las
dudas iniciales se había dispersado y el cierre con el chiste-hardcore pendenciero
de “Queloquepasa”, “Desdobla” y “Magoo” cerraron una noche inolvidable y
consagratoria, que los despidió de manera demorada repartiendo palillos de
batería y saludan con palmas a los más avanzados fans por un largo rato
mientras las luces del Luna Park se encendían de a pocoy tres fotos de cada uno
de ellos cubría parte del escenario vacío.

Eruca
Sativa es la avanzada de una movida de rock cordobesa cada vez más amplia y
reconocida. Rayos Laser, Martín Rodriguez, Un Día Perfecto Para el Pez Banana.
son algunos otros nombres que suenan cada vez más fuerte. Y a diferencia de
otras plazas, por ejemplo, La Plata, en las cuales las propuestas inundan la
escena indie, al cordobés la masividad no lo asusta. Y si no, preguntale a las casi
diez mil almas que salían anoche extasiadas a la calle, sin percibir que sus
remeritas de algodón tenían poca resistencia para ofrecerle al frio de esta inusual
primavera porteña.