Por cuestiones en las
que no voy a entrar en detalles, últimamente las cosas no me están
saliendo del todo bien. Dios debe andar enojado conmigo por mi manía
de negarlo, o qué sé yo. Pero la cuestión es que más allá de
algunos contratiempos personales, sumados a problemas cotidianos
menores, pero que en su sucesión no hacen otra cosa que sumar
fastidio, yo no andaba con ganas de mover el culo la noche de un
jueves de invierno. Y en ese contexto, si me hubiese llegado un mail
de una banda punk llamada Suicidas Reincidentes invitándome a la
presentación de su disco “Los hermanos Schoklender le cantan al
amor”, hubiese sentido que el mundo por fín me comprendía. Pero
no; la banda no existe (quiero creer), el disco mucho menos (quiero
creer más aún), y lo que recibí fue una invitación de los Nubes
en mi Casa para su show en La Oreja Negra. Para los que siguen el
blog recordarán la buena impresión que me dejaron en el poco tiempo
que alcancé a escucharlos teloneando a Cat Power en el Coliseo, así
que sabrán de donde viene mi curiosidad. Pero para ser honesto, el
envión que me llevó a aceptar la invitación tuvo menos que ver con
ese recuerdo que con una repentina intuición de que era la
oportunidad para que el universo se empiece a recomponer, al menos el
mío. Por todo esto, este post puede convertirse en un crónica de mi
noche, la cual incluyó a una banda llamada Nubes en mi Casa, más
que una crónica sobre su show. No estaría bien que así sea, así
que intentaré evitarlo. Un par de párrafos más adelante sabremos
si lo logré.
Llegué a La Oreja Negra
y mientras elegía el tapeo y el vino encargados de saciar las
necesidades menos espirituales, en la pared de mi izquierda Dennis
Hopper encerrado en un placard espiaba a Isabella Rosellini mientras
ella se desnudaba. “Blue velvet” no podía ser mejor augurio, y
aunque el peinado de Isabella en esa película resulte un atentado
terrorista, la cita a los '80 no sería una referencia fuera de lugar
en la noche.
Nubes en mi Casa me
seduce desde el nombre. Enterarme que proviene de un tema de Voivod
no va a cambiar mi opinión al respecto. Me remite a George Harrison,
pero también a Vox Dei, por aquello de encerrar a las nubes. Y ni
siquiera la idea de (mal)pensar el nombre como matáfora sobre un
cuarto lleno de humo marihuano le quita poesía a la imagen. Y además
cuando uno ve la banda en escena, en seguida se da cuenta de que ese
nombre les cae perfecto. Arrancaron el set con “Cuenta”. “Yo
me aburro de lo absurdo y prefiero derribar tu juego” canta
Josefina Mac Loughlin (a quien conocía por los temas que grabó con
Entre Rios), haciendo un enorme esfuerzo por vencer una angina
inoportuna, que no logró opacar su performance. El sonido prolijo y
los detalles delicados que motivaron mi atención aquella noche en el
Coliseo fueron apareciendo de a poco, y de a uno fueron confirmando
de que no me había equivocado. “Cuerpo” fue el segundo tema de
un set breve, pero encantador.
Antes dije que los '80
no serían una referencia desubicada, y “Después” es lo que
confirma esa apreciación. La película de David Lynch es del '86, y
poco antes (Noviembre del '85 para ser preciso) se editaba
“Psychocandy”, el disco de The Jesus and Mary Chain desde el que
los hermanos Reid parecen inspirar a la guitarra con la que Hernan
Dadamo acompaña la melodía de la canción. Esta fórmula se
repetirá en “Acostumbrados” y a mi juicio es, dentro de una
propuesta variada, lo que mejor le sienta a Nubes en mi Casa. Las
canciones por momentos tienden a un clima melancólico, pero si uno
afina los sentidos los colores y las luces no tardan en aflorar. “Me
suelto y vuelvo”, su segundo disco los descubre maduros y
confiados, y en vivo la banda consigue transmitir cada sensación
pretendida en las pistas grabadas.
El intenso y logrado
final de “Los gigantes”, la dulzura pop de “Aceleremos”, y la
bella melodía de “La ventana” (canción que los llevó a rotar
en Club Fonograma) se fueron sucediendo para redondear el concierto
precioso y delicado que fui a buscar. Cerraron con “Mareo”,
incluída en la banda de sonido de “Voy a explotar” de Gerardo
Naranjo, y que permitió al grupo hacerse de un lugarcito entre los
oidos mexicanos. Para cuando volvieron para despedirse
definitivamente con el optimista “Ser feliz”, mi botella de
malbec estaba lo suficientemente vacía como para dedicarles un
brindis a tono con la melodía.
Aunque yo fui a ver a
Nubes, la noche musical venía por duplicado. También tocaba
Sobrenadar, el proyecto solista de la chaqueña Paula García, quien
tocó acompañada de un muchacho todo vestido de jean, a quien no
presentó, al que googleando supe que se llama Javier Medialdea, y
que es dueño de un look que a Federico Moura le hubiese fascinado.
Sabiendo que los iba a ver, había buscado alguna info previa en
internet y lo que había encontrado me había abierto expectativas
que no llegué a confirmar. Pero ojo, que esto no se entienda como
una crítica, porque como dice el profeta Diego Peretti: en este caso
no sos vos, soy yo el del problema. La propuesta no estaba a tono con
mi ánimo (mucho menos después de la cena y el brindis) y siento que
me perdí la oportunidad de disfrutarla como se debe. Las melodías
tienen una ineludible impronta dream pop, que por momentos me remitió
a esos primeros y extraordinarios discos de Lush. Pero en lugar de
guitarras, con dos laptop. Definitivamente Paula sabe trabajar los
arreglos, la electrónica no se vuelve fria en ningún momento. A las
letras no llegué a entenerlas, cosa que a decir verdad, no me
hubiese importado tanto de haber tenido ganas de ser hipnotizado y no
seducido. Ese susurro débil con el que Paula García dice las
melodías es tan indispensable como coherente en la propuesta. Ya lo
dije antes: era yo el del problema. Mientras escribo suenan algunos
temas del bandcamp de Sobrenadar y mi inicial juicio indiferente
lentamente se va revirtiendo. A esta altura podría llegar a decir
que tal vez se trate de música más para escuchar en casa que para
ver en vivo, pero no quiero meter la pata de nuevo. Con lo que a mí
me gusta Cocteau Twins, la posibilidad de tener en Paula una
Elizabeth Fraser vernácula, me entusiasma de sobremanera. Así que
los invito a que como yo abramos los oidos a Sobrenadar.
Al final de la noche, y
mientras la avenida Córdoba sufría un embotellamiento impropio para
la hora, aquella intuición inicial se había confirmado. El universo
(el mío al menos) empezaba a recomponerse. La almohada se encargaría
de terminar el trabajo que el menú de La Oreja Negra, y la música
de Sobrenadar y Nubes en mi Casa había comenzado. Ahora falta que se
vaya el frio, pero el invierno es un enemigo dificil. Toneladas de
combustible fosil quemado a diestra y siniestra aún no consiguen
terminar con las olas polares que nos azotan.
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