En enero de 2010 Brett
Anderson tenía prevista una fecha en La Trastienda y yo, aún con
entrada en mano, me preguntaba cómo haría para conciliar la imagen
del crooner adulto en el que se había convertido Brett, con la del
andrógino y provocador frontman de Suede, al que pretendía ver por
lo menos una vez en mi vida sobre un escenario. Pues bien, aquella
presentación se canceló, yo me gasté esa plata probando centollas
en Ushuaia, y me quité ese dilema de la cabeza. Pero el tiempo pasó,
y las situaciones se fueron encadenando de manera tan maravillosa,
que la revancha vino con yapa: Anderson había decidio reunir Suede y
además hacer pasar su gira por Sudamérica.
Llegué al Teatro
Vorterix esperando ver las anunciadas reformas y mejoras, a las que
tengo que confesar no vi. Nunca había ido desde la reapertura, pero
yo no noté demasiadas diferencias. Para colmo la barra es de una
pobreza llamativa, limitándose a vender fernet y cerveza Quilmes, a
la que a esta altura solo recurro cuando las alternativas son el agua
o la muerte por deshidratación. Detalles sin importancia, pero que
no quería dejar pasar.
A pesar de la
trascendencia que en un hecho así debería tener, el Teatro Vorterix
recién se llenó con las entradas vendidas en la puerta. La remanida
sobreabundancia de recitales, con el agregado del inminente show de
Pulp, otra banda pionera del brit pop con la que, obviamente,
comparten público, seguro influyó. Pero lo cierto es que cuando
puntualmente se apagaron las luces, el Teatro Vorterix lucía de la
mejor manera. Y hablando de brit pop, cuando a principios de lo '90
en la "pelea" comercial entre Oasis y Blur se nombraban a
los Beatles y a los Stones como referencia, algunas voces se
atrevieron a reservarle a Suede el lugar de los Who. Pues bien, hasta
no verlos sobre un escenario uno no tiene noción de cuan justo
resulta aquel parámetro. A su show se lo puede resumir, haciendo
una analogía con el boxeo, de esta manera: Suede te empieza a
tantear con “Introducing the band”, “She” funciona como los
primeros jabs que empiezan a sacudirte la cabeza, y la combinación
“Trash”, “Filmstar” y “Animal nitrate”, resulta una
sucesión de ganchos al hígado y directos al mentón que te deja
groggy. Groggy hasta que algo más de una hora más tarde, y después
de unos cuantos floreos, te terminan por noquear con “Beautuful
ones”.
Entre medio de todo eso,
durante el tramo de los floreos y el lucimiento, pasaron muchas
cosas. El regreso de una banda clásica sin material nuevo asegura
una catarata de hits y Suede cumplió. Tienen tantos que pueden darse
el lujo de armar un set contundente dejando afuera éxitos como “Stay
together”, “She's in fashion” y “Obsessions”, y que nadie
reclame nada. A la andanada inicial, a la cual cerraron con un “We
are the pigs” que dejó afónico a varios, la cortaron con momentos
más densos y oscuros como “Pantomime horse” y “The drowners”.
Y cuando parecía que iba a haber más tiempo para tomar aire, el
riff de “Killing on a flashboy” sonó más filoso y agresivo que
nunca. Y “Can't get enough”, esa mixtura entre guitarra y bases
dance que los británicos dominan a la perfección, consiguió la
síntesis perfecta de lo que fue el concierto: todos saltando y
bailando, todos cantando y coreando cada momento como si fuera el
último.
Antes nombré a The Who,
y no es casual la referencia. Fue el mismísimo Roger Daltrey para
su concierto anual en beneficio de la organización Teenage Cancer
Trust, el que los incentivó para el regreso. Y hay que ver como se
para, toma su instrumento y se perfila el bajista Mat Osman, para
comprender que es una réplica de Townshend con dos cuerdas menos.
Claro, no revolea su instrumento, cosa que sí hace Anderson con el
micrófono, conviertiéndose por momentos en una versión delicada de
Roger Daltrey. Desde ya que es el cantante el que controla la escena.
Con el refinamiento de Morrissey, la elegancia de Bowie y la
performance desaforada del cantante de los Who, Brett Anderson es un
frontman de un despliegue y dominio escénico como pocos. Recorre el
escenario de un lado a otro, arenga con gestos a un público
subyugado, se les acerca y aleja a los más adelantados, baila como
poseído sacudiéndo su torso tan delgado como cuando en los '90 lo
contorneaba la heroína, y por momentos se somete ante una energía
que se le devuelve por duplicado. La guitarra de Richard Oakes (a la
cual un poco más de volumen no le hubiese venido nada mal) hace rato
que hizo olvidar a Bernard Butler, y sin poses exageradas, colma a
cada tema de una energía avasallante. Neil Coding acompaña
alternando teclados, y guitarras eléctricas y acústicas, y Simon
Gilbert es un relojito.
Los coros del público
se escucharon más que las cuerdas irresistibles de “Everything
will follow”, a la que Anderson cantó sentado al borde del
escenario. Y como en un sube y baja, o para seguir con el boxeo, como
un estilista que luego de cada paso atrás, retoma con su ofensiva
demoledora, Suede alterna los climas y en una racha final encadena
“So young”, “Metal Mickey”, “The wild ones”, “Heroine”
y “New generation”. Y cierra entonces con el knock out
inolvidable de “Beautiful ones”, cuyo riff permaneció en la
garganta de todos los que estábamos en el Vorterix, y que se repitió
durante los tres o cuatro minutos que duró el intervalo hasta los
bises.
De regreso el show tuvo
otro clima. “My dark star”, un oscuro tema de “Sci-Fi
Lullabies” (el disco de B-sides del '97) fue una sorpresa, porque
no venía integrando la lista de los últimos shows, y la despedida
definitiva fue con un “Saturday night” casi épico, con un coro
repetido hasta el hipnotismo y que redondeó una noche inolvidable.
La velocidad en el encendido de las luces y la música que ganó la
pista del Vorterix fue señal suficiente para comprender que no había
más para pedir.
La salida resultó lenta
porque afuera se llovía todo, pero a decir verdad, el agua funcionó
como esas toallas húmedas que les ponen a los boxeadores noqueados
en la nuca, cuando todavía no saben si la pelea terminó, está por
empezar o si todavía el referee les está contando. Así quedamos,
así nos dejó Suede. Y una convicción: si “Positivity”, el
inminente nuevo disco de la banda, es capaz de reproducir la energía
con la que encararon el repaso de su obra, seguro que vamos a estar
hablando de algo grande.
Los seguidores del blog
ya lo saben: se vienen días movidos. La próxima estación será el
jueves con Jack Bruce.
2 comentarios:
¡Buenísimo, Hernán! Para mí están tocando como nunca. Lo de ayer fue hermoso. Me quedé sorprendida por la calidad y la afinación de la voz de Brett. No tenía expectativas tan altas para un vivo, pero superaron todo. Dijo en una entrevista que, para compensar tantos años de ausencia, el disco de 2013 lo presentan primero en Sudamérica. ¿Será? ¡¡¡Ojalá!!!
De los años que llevamos intercambiando data y comentarios no me cuesta colegir que te has dado un gusto de los grandes y, encima, en un contexto mil veces más adecuado que el de un festival.
El modo de consolarte por el gig frustrado de Anderson ("centollas en Ushuaia") va perfecto con el glamour dandy de la banda, eh ;-)
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