Caminaba para la cancha de Ferro y mientras me
acercaba a la barrera del Sarmiento caí que a pesar de vivir relativamente
cerca de ahí, la última vez que transité
esa zona Federico García Lorca se llamaba Cucha Cucha, y los Molinos de Morixe ocupaban
el lugar de esa inmensa torre que está ahora, que de seguro en su exceso de
aires acondicionados es responsable de varios de los cortes de luz que me
afectaron este verano. Pero eso no es todo, además me iba fijando en la
cantidad de remeras con los logos de Heroes del Silencio que hacían el mismo
camino que yo. Es increíble lo que esa banda representa en Argentina, tanto que
la gente se resiste a olvidarla en los shows de Bunbury aún cuando su cantante
y líder se haya preocupado tanto por transitar un camino musical tan diferente
como coherente, y que en definitiva ya lleva recorridos la misma cantidad de
años que lo que duró la vida de la banda que lo hizo trascender al gran público.
Y una vez adentro del estadio y mas aún con el show en pleno apogeo, me doy
cuenta que el carisma de Enrique Bunbury traspasa esas identidades, no necesariamente
contrapuestas pero sí diferentes, y consigue que a pesar de algún canto tibio
de “Heroes va a volver” o algún murmullo entre dientes pidiendo “más rock”, la
gente se acopla a su (no tan) nueva propuesta y la acepta con beneplácito.
En un campo acotado con vallas para limitar el
espacio disponible para la cantidad de gente que se había llegado hasta
Caballito, Los Santos Inocentes dieron comienzo al show con “El mar, el cielo y
tú”, la breve pieza instrumental de Agustín Lara que da comienzo al álbum a
presentar: “Licenciado Cantinas”. Después sí el ingreso de Enrique para hacer “Llevame”
y en seguida “El solitario (Diario de un borracho)” de Alfredo Gutierrez con un
arreglo en donde la cumbia se mezcla con el reggae, mientras la guitarra de de Álvaro
Suite le saca telepáticamente más de un gesto de aprobación a Cesar Rosas. Disco
nuevo sí, pero para quienes hayamos presenciado presentaciones de discos de
Enrique Bunbury no es novedad que el disco sea solo una excusa. Una excusa que
sirve para sumar canciones al repertorio, pero jamás el aragonés va a tomarse
el trabajo de tocar todo un disco nuevo en un solo show, porque a este tramo de
su carrera lo guía su andar errante entre España y Latinoamérica, durante el
cual recoge canciones ajenas, rescata otras propias, y aprende y absorbe melodías y enseñanzas. En
definitiva: suma y enriquece su repertorio. Ese viaje sin pausa ha dado por
resultado un disco (y un mediometraje dirigido por Alexis Morante llamado “Licenciado
Cantinas – The movie”) que no hace otra cosa que plasmar su deleite y devoción
por una vida que encuentra su mejor expresión en las cantinas o bares latinoamericanos,
cuyas noches lo han licenciado en bohemia. Emparentado musicalmente con “El
viaje a ninguna parte” (2004), pero esta vez limitándose a interpretar
versiones de temas tradicionales de todo el continente, “Licenciado Cantinas”
es la muestra más acabado de cómo Bunbury ha asimilado esas canciones y se ha
apropiado de ellas de tal manera, que si uno no las conociera de antes, bien
podría adjudicárselas a su autoría. Como por ejemplo la versión del bolero “Ódiame”,
con la cual parece asumir una identificación absoluta.
Arriba del escenario el español sigue siendo el mismo
de siempre: una especie de Marc Bolan torero, elegante y glamoroso, pero también pasional y dramático. Recostado sobre
una banda sólida y precisa, intercaló sabiamente canciones viejas haciendo una
selección acorde con los sonidos del nuevo disco como “El extranjero” (de las
más celebradas), “No me llames cariño” y “Sácame de aquí”, y mantuvo en la
lista un par de verdaderos temazos de “Las conseuencias” como “Los habitantes”
y “De todo el mundo”. No quiero dejar pasar
por alto la versión de “El anzuelo” cuyo nueva base funk saca lo mejor
de la banda y que por momentos la emparenta con el “Superstition” de Stevie
Wonder. También Enrique soportó las quejas con el volumen que llegaron desde el
campo VIP, deficiencia que quienes estábamos más atrás no notamos en absoluto,
y que me llevó a sospechar más en un problema de orientación del sonido que de
decibeles, y coronó su afición por las cantinas y las noches interminables con la
mexicanísima “Ánimas, que no amanezca”. Para el final guardó el irresistible “El
día de mi suerte” de Willie Colon, levantó el clima y compartió con la gente “Si”
y cerró, luego de presentar uno por uno a los integrantes de los Santos
Inocentes, con “El hombre delgado que no flaquerá jamás”, en la cual la banda
demuestra que a la hora de rockear no se privan de nada y no tienen nada que
envidiarle a los Heartbreakers de Tom Petty (dicho esto por alguien que aún no
ha visto en vivo a Tom Petty y que probablemente el día que lo haga se
arrepienta de la exageración que acaba de escribir. Yo solo quería dar una referencia,
así que ofrezco las disculpas correspondientes).
A la primera tanda de bises, Enrique eligió abrirla
con (según sus propias palabras) un blues de Atahualpa. Entonces la noche
encontró su momento más emotivo. Cada frase de “El cielo está dentro de mí” que
se desprende de la garganta de Bunbury es acompañada por un slide lejano y
atemporal que pareciera llegar para confirmar cada sentencia que la sabiduría
de Yupanqui plasmó en cada uno de los versos. La gente escucha esas verdades
eternas en un silencio hipnótico y hasta respetuoso, mientras la versión gana
en intensidad. “El cielo está dentro de uno, y está el infierno también. El
alma escribe sus libros, pero ninguno los lee”. Por si alguien lo dudaba: Atahualpa
es (también) rock. A semejante momento había que cortarlo con mucha energía, y
la encargada fue “Bujías para el dolor” y finalmente cerró “Infinito”, ese
blues latino de “Pequeño”, clásico por excelencia del repertorio solista de
Bunbury. Pero claro, además de Yupanqui había que homenajear a Buenos Aires y
Enrique y los suyos volvieron para hacer “Cosas olvidadas” de Rodio y Contursi.
Honestamente no me parece muy lograda esta versión (ni siquiera está a la
altura de la versión de “Confesión” con la que cerraba el “Pequeño Cabaret
Ambulante” a principios de siglo), y si se trataba de hacer un tema más del
repertorio argentino, me quedo mil veces con el rockero y potente cover de “Chacarera
de un triste” de los Hermano Simon, que forma parte de “Licenciado Cantinas” y
que anoche quedó en el debe. Como último tema quedó “Y al final”, el vals de “Flamingos”
que ya es una especie de código de despedida entre Bunbury y su público que se
fue lentamente por Avellaneda esquivando la sobreabundancia de vendedores
ambulantes de remeras, poco estratégicamente colocados frente a la única salida
del estadio. “Sigue dando vueltas, si aguantas de pie” canta Bunbury en el
final, y en mi caso el seguir dando vueltas me llevará esta noche a Palermo al
encuentro con Morrissey. Pavada de programa.
1 comentario:
Siempre que leo tus crónicas músicales siento como si hubiese estado ahí, seguro que ya te lo dije pero es algo que no deja de sorprenderme.
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