domingo, 4 de marzo de 2012

Enrique Bunbury en el Estadio de Ferrocarril Oeste


                Caminaba para la cancha de Ferro y mientras me acercaba a la barrera del Sarmiento caí que a pesar de vivir relativamente cerca de ahí, la última  vez que transité esa zona Federico García Lorca se llamaba Cucha Cucha, y los Molinos de Morixe ocupaban el lugar de esa inmensa torre que está ahora, que de seguro en su exceso de aires acondicionados es responsable de varios de los cortes de luz que me afectaron este verano. Pero eso no es todo, además me iba fijando en la cantidad de remeras con los logos de Heroes del Silencio que hacían el mismo camino que yo. Es increíble lo que esa banda representa en Argentina, tanto que la gente se resiste a olvidarla en los shows de Bunbury aún cuando su cantante y líder se haya preocupado tanto por transitar un camino musical tan diferente como coherente, y que en definitiva ya lleva recorridos la misma cantidad de años que lo que duró la vida de la banda que lo hizo trascender al gran público. Y una vez adentro del estadio y mas aún con el show en pleno apogeo, me doy cuenta que el carisma de Enrique Bunbury traspasa esas identidades, no necesariamente contrapuestas pero sí diferentes, y consigue que a pesar de algún canto tibio de “Heroes va a volver” o algún murmullo entre dientes pidiendo “más rock”, la gente se acopla a su (no tan) nueva propuesta y la acepta con beneplácito.
                En un campo acotado con vallas para limitar el espacio disponible para la cantidad de gente que se había llegado hasta Caballito, Los Santos Inocentes dieron comienzo al show con “El mar, el cielo y tú”, la breve pieza instrumental de Agustín Lara que da comienzo al álbum a presentar: “Licenciado Cantinas”. Después sí el ingreso de Enrique para hacer “Llevame” y en seguida “El solitario (Diario de un borracho)” de Alfredo Gutierrez con un arreglo en donde la cumbia se mezcla con el reggae, mientras la guitarra de de Álvaro Suite le saca telepáticamente más de un gesto de aprobación a Cesar Rosas. Disco nuevo sí, pero para quienes hayamos presenciado presentaciones de discos de Enrique Bunbury no es novedad que el disco sea solo una excusa. Una excusa que sirve para sumar canciones al repertorio, pero jamás el aragonés va a tomarse el trabajo de tocar todo un disco nuevo en un solo show, porque a este tramo de su carrera lo guía su andar errante entre España y Latinoamérica, durante el cual recoge canciones ajenas, rescata otras propias,  y aprende y absorbe melodías y enseñanzas. En definitiva: suma y enriquece su repertorio. Ese viaje sin pausa ha dado por resultado un disco (y un mediometraje dirigido por Alexis Morante llamado “Licenciado Cantinas – The movie”) que no hace otra cosa que plasmar su deleite y devoción por una vida que encuentra su mejor expresión en las cantinas o bares latinoamericanos, cuyas noches lo han licenciado en bohemia. Emparentado musicalmente con “El viaje a ninguna parte” (2004), pero esta vez limitándose a interpretar versiones de temas tradicionales de todo el continente, “Licenciado Cantinas” es la muestra más acabado de cómo Bunbury ha asimilado esas canciones y se ha apropiado de ellas de tal manera, que si uno no las conociera de antes, bien podría adjudicárselas a su autoría. Como por ejemplo la versión del bolero “Ódiame”, con la cual parece asumir una identificación absoluta.
                Arriba del escenario el español sigue siendo el mismo de siempre: una especie de Marc Bolan torero, elegante y glamoroso, pero  también pasional y dramático. Recostado sobre una banda sólida y precisa, intercaló sabiamente canciones viejas haciendo una selección acorde con los sonidos del nuevo disco como “El extranjero” (de las más celebradas), “No me llames cariño” y “Sácame de aquí”, y mantuvo en la lista un par de verdaderos temazos de “Las conseuencias” como “Los habitantes” y “De todo el mundo”. No quiero dejar pasar  por alto la versión de “El anzuelo” cuyo nueva base funk saca lo mejor de la banda y que por momentos la emparenta con el “Superstition” de Stevie Wonder. También Enrique soportó las quejas con el volumen que llegaron desde el campo VIP, deficiencia que quienes estábamos más atrás no notamos en absoluto, y que me llevó a sospechar más en un problema de orientación del sonido que de decibeles, y coronó su afición por las cantinas y las noches interminables con la mexicanísima “Ánimas, que no amanezca”. Para el final guardó el irresistible “El día de mi suerte” de Willie Colon, levantó el clima y compartió con la gente “Si” y cerró, luego de presentar uno por uno a los integrantes de los Santos Inocentes, con “El hombre delgado que no flaquerá jamás”, en la cual la banda demuestra que a la hora de rockear no se privan de nada y no tienen nada que envidiarle a los Heartbreakers de Tom Petty (dicho esto por alguien que aún no ha visto en vivo a Tom Petty y que probablemente el día que lo haga se arrepienta de la exageración que acaba de escribir. Yo solo quería dar una referencia, así que ofrezco las disculpas correspondientes).
                A la primera tanda de bises, Enrique eligió abrirla con (según sus propias palabras) un blues de Atahualpa. Entonces la noche encontró su momento más emotivo. Cada frase de “El cielo está dentro de mí” que se desprende de la garganta de Bunbury es acompañada por un slide lejano y atemporal que pareciera llegar para confirmar cada sentencia que la sabiduría de Yupanqui plasmó en cada uno de los versos. La gente escucha esas verdades eternas en un silencio hipnótico y hasta respetuoso, mientras la versión gana en intensidad. “El cielo está dentro de uno, y está el infierno también. El alma escribe sus libros, pero ninguno los lee”. Por si alguien lo dudaba: Atahualpa es (también) rock. A semejante momento había que cortarlo con mucha energía, y la encargada fue “Bujías para el dolor” y finalmente cerró “Infinito”, ese blues latino de “Pequeño”, clásico por excelencia del repertorio solista de Bunbury. Pero claro, además de Yupanqui había que homenajear a Buenos Aires y Enrique y los suyos volvieron para hacer “Cosas olvidadas” de Rodio y Contursi. Honestamente no me parece muy lograda esta versión (ni siquiera está a la altura de la versión de “Confesión” con la que cerraba el “Pequeño Cabaret Ambulante” a principios de siglo), y si se trataba de hacer un tema más del repertorio argentino, me quedo mil veces con el rockero y potente cover de “Chacarera de un triste” de los Hermano Simon, que forma parte de “Licenciado Cantinas” y que anoche quedó en el debe. Como último tema quedó “Y al final”, el vals de “Flamingos” que ya es una especie de código de despedida entre Bunbury y su público que se fue lentamente por Avellaneda esquivando la sobreabundancia de vendedores ambulantes de remeras, poco estratégicamente colocados frente a la única salida del estadio. “Sigue dando vueltas, si aguantas de pie” canta Bunbury en el final, y en mi caso el seguir dando vueltas me llevará esta noche a Palermo al encuentro con Morrissey. Pavada de programa.

1 comentario:

Paula dijo...

Siempre que leo tus crónicas músicales siento como si hubiese estado ahí, seguro que ya te lo dije pero es algo que no deja de sorprenderme.