Una de las pocas cosas a
las que nunca le encontré explicación fue haberme perdido la visita
anterior de Morrissey a la Argentina. La del 2000 tiene más
atenuantes, pero la de 2004....encima aquella vez vino a un festival
que incluía a Blondie y Cerati entre otros, así que doble culpa por
mi lado. Esta vuelta no podía dejarlo pasar, además GEBA es un
lindo lugar para ver un show. Un lindo lugar si uno llega temprano,
porque la platea estaba repleta y tuve que ver el show desde un
ángulo muy rebuscado. A Mozz lo vi joya, al resto poco y nada.
Supongo que el baterista, a quien Morrissey desgnó su preferido
durante la presentación de la banda debería, mover mucho sus
bracitos para hacer sonar los tambores. Pero esa presentación de
músicos fue al final. Antes Kristeen Young había cumplido las veces
de número de apertura, aunque yo solo la escuché en los últimos
dos temas y me alcanzó para definirla como una Kate Bush gritona
(iba a escribir “una Kate Bush con pretenciones de Valeria Lynch”,
pero me arrepentí. Cuando la escuche tranquilo seguro le hallaré
sus méritos). Después una pantalla proyectó varios de los videos
favoritos del británico, en los que apenas reconocí a Nico medio de
refilón. Y puntualmente a las nueve de la noche, como marcando
tarjeta, actitud que repetirá cumplida la hora y media prevista de
concierto, Morrissey arrancó el show con “First of the gang to
die”, y allí nomás le pegó “You have killed me”.
Irresistible. Dos golpes certeros en el primer round para una pelea
que ya estaba ganada antes de empezar. Porque no nos engañemos,
Morrissey girando con un grandes éxitos casi que no tiene rival.
Mucho público y como
suele suceder con artistas masivos bienvenidos en el universo de la
diversidad sexual, lo más lleno era el VIP. Un espacio en el que más
de uno se debe haber sentido estafado, porque formaron una especie de
corralito a la izquierda del escenario, con lo cual quien pagó la
mitad de dinero y se tomó el tiempo de llegar temprano, consiguió,
en el peor de los casos, la misma ubicación que quien pagó por un
sector supuestamente privilegiado. Detalles menores, en realidad,
porque cuando reparé en esto el show estaba en pleno apogeo y a
nadie le molestaba nada. En continuiudad con el concierto, a aquel
arranque demoledor le siguió “You're the one for me, fatty” y el
primer momento Smiths de la noche: “Theres is a light that never
goes out”. Allí sorprende como Morrissey es capaz de recuperar el
tinte que tenía su voz más de veinte años atrás. Como si el
semitono más grave con el canta sus canciones más nuevas fuese una
decisión propia más que una exigencia del paso del tiempo. Y
pegadito “Everyday is like sunday”, justamente en un domingo que
por clima y por él mismo, no tuvo nada de silencioso ni gris.
El histrionismo de este
Morrissey es medido. Su pose sobre el escenario mantiene su postura a
medio camino (o la suma de ambos) entre la sensibilidad y la
arrogancia. De la ironía y el sarcasmo se encargan las T-shirts de
los músicos declarando su odio por los príncipes William y Kate.
Camisas coloridas que cambian del amarillo al rojo, y luego al azul.
Pocas palabras, las justas en realidad, diciendo que nos ama, y
pidiendo que lo amemos a él. (“I'm the star!” Gritó al salir al
escenario, y “griten duro por este hombre” arengó Gustavo
Manzur, su tecladista colombiano, cuando volvieron para el último
tema). Y la música claro. Esas canciones poseedoras de una lírica
única y que en continuado van armando un show inolvidable. Aunque
para decir verdad, y en esto me baso únicamente en mis espectativas,
temazos como “Alma matters” o el oscuro “Ouija board, ouija
board” no tuvieron la mejor respuesta. Es decir, sí mucha
atención, pero los aplausos al final no parecieron ser la justa
medida de juicio por lo que acababa de suceder.
Pasaron la bella “I'm
throwing my arms around Paris” (justo la noche anterior un pub
había acompañado la cena post Bunbury con “Midnight in Paris”,
mirá vos) y llegó el momento que yo más esperaba cuando Mozz a
capella arrancó con “I can feel the soil falling over my head”
(No. No pronunció el “Oh mother”). “I know is over” es una
de las mejores canciones que jamás se hayan escrito. Y que cuando la
escuché en la voz de Jeff Buckley decidí que era la mejor de todos
los tiempos, consagración que los melómanos podemos sostener a lo
sumo por una semana. Pero sí, una de las más grandes. Versión
sentida, sin el desborde de emotividad en el final prolongado de
otros shows que vi en video (ni hablar de los de The Smiths) pero lo
suficientemente conmovedora como para que yo sienta que eso solo
había valido la entrada. Y en seguida “Let me kiss you” y la
camisa revoleada al VIP, para confirmar que la imagen de sex symbol
no se pierde por unos kilos demás.
Después de “Black
cloud” llegó una oscura versión de “Meet is murder”, esa
especie de cachetazo a los que nos sentimos a gusto como especie
omnívora. Mi posición en la platea me sirvió para estratégicamente
ignorar el video con imagenes crudas y golpes bajos, y mi poco
conocimiento del inglés me sirvió para esconderme de las palabras y
disfrutar de un clásico como pocos, que tuvo un final sonoro y
luminoso casi apocalítiptico. Después llegó esa especie de
disculpa que hoy por hoy parecen necesitar los británicos honestos
(??) con respecto a la postura de su gobierno para con las Islas
Malvinas. Sí, quedate tranquilo Steven Patrick: las Malvinas son
argentinas y no le vamos a achacar a los buenos británicos en
general la acusación de piratas; y mucho menos aún si cantan como
vos. Anécdota: a la salida, una chica de piernas interminables
vestía calzas con la bandera inglesa, con lo cual bien podría haber
zanjado la cuestión de la soberanía con un “Las Malvinas son
argentinas, but my legs are british”. Seguido hubiese estado genial
un “Margaret in the guillotine”, pero Mozz eligió dejar la
política de lado para suplicarnos “Please, please, please let me
get what I want”. Y sí, claro. Como no.
El cierre fue con
“Scandinavia”el tema nuevo que todos los que no pudimos con la
ansiedad, escuchamos decenas de veces en internet, y por si le
faltaba a algo al show, otro clásico de los Smiths: “How soon is
now”. “I am human and I need to be loved, just like everybody
else does”; nada para agregar entonces. Varios buscamos el celular
para ver la hora, porque nos pareció poco. Y sí, estábamos en lo
cierto. Aunque tengo que decir que cuando un show resulta tan
consistente como el de anoche, cuando una banda suena con tanta
fuerza, precisión e intensidad, al menos para mí, el tiempo no
cuenta. Y si bien la despedida incluyó como único bis a “One day
godbye will be farewell”, la cuenta estaba saldada de antemano. Las
luces se encendieron veloces como para que no queden dudas de que el
final no admitía prerrogativas, y el humo de los patys en las
afueras del estadio resultaron una provocación.
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