Voy a empezar por una afirmación ineludible: Tony Levin, Pat Mastelotto y Michael Bernier son tres animales. Lo sabía antes del show (bueno, tal vez no sabia tanto de Michael), pero verlos arriba de un escenario no hace más que confirmarlo con creces. Llegué al Nd Ateneo con las mayores expectativas, y terminé saliendo con la convicción que ante semejantes músicos no hay expectativa válida, porque siempre son capaces de superar la valla más alta que uno se atreva a fijarles.
Desde la apertura (“Welcome” y “Sasquatch”) quedó claro cuál iba a ser la tónica del concierto: Levin y Bernier sacándole el jugo a las innumerables posibilidades sonoras de sus stick, y Mastelotto demoliendo cualquier lógica rítmica para encontrarse, perderse y reencontrarse con sus compañeros una y otra vez, como si entrar y salir de esos laberintos musicales fuese la cosa más sencilla del mundo. Yen la práctica si uno cerrase los ojos y solo se abocara a concentrar todos sus sentidos en el oído, le costaría creer que arriba del escenario no haya menos de seis personas. Porque cuando al tercer tema suena el primer clásico de la noche (Red”), uno puede sentir que sobre el escenario está King Crimson completo. Pero no. Aunque uno crea que Fripp y Belew andan escondidos por allí son ellos tres solitos dispuestos a arrasarnos con su energía a lo largo de la noche.
Michael Bernier toca con arco en varios tramos (“Inside the red pyramid” será la primera ocasión) incluído su set solista, entonces los stick además de bajo, guitarra, también funcionan como colchones de cuerdas sintetizadas que se intercalan y por momentos aplacan los climas demoledores durante las casi dos horas de show. Mastelotto combina la batería acústica con percusión electrónica y aporta al sonido timbres musicales diversos que decoran cada uno de los temas. Y no hace falta decir que lo de Tony Levin es fantástico. Sus dedos recorren el stick sin tregua, aportan texturas infinitas, combinan armonías imposibles y se desatan en contrapuntos con Bernier que dejan perplejos al público. Levin y Bernier, además se reparten las voces en los pocos tramos cantados del show. Stick men es una maquinaria perfectamente ensamblada y con cada tema parece perfeccionarse aun más consiguiendo interpretaciones decididamente increíbles. Como por ejemplo “Tsunami surfing”, composición tan intrincada y temeraria como la proclamada misión que le da nombre al tema.
Y hacia el final, Tony Levin se dedica a sacarle fotos al público con su camarita, y proclama su felicidad por la gira por Latinoamérica, pero dice que especialmente disfruta de Argentina; y declara a nuestro país segundo hogar de King Crimson, y a nosotros se nos cae la baba, porque el tipo lo dice con una humildad absoluta. La misma humildad con la que anuncia que se va a quedar firmando Cd’s en el hall del teatro, y con la que en el tramo final se adentra en el “Firebird” de Igor Stravinsky. Y la elección no puede ser más acertada, porque esos cambios de ritmos y las armonías politonales tan propias del compositor ruso le sientan de maravillas al trío. Y se va Stravinsky y empiezan a sonar los acordes de “Indiscipline” y uno ya no puede pedir más. Y dentro de una excelente versión del clásico de Crimson, Pat Masteloto, del que creíamos haberlo visto todo, nos demuestra que en realidad no habíamos visto nada. Porque la performance del baterista es sencillamente descomunal y el broche perfecto para el show; que tendría un regreso al escenario para dos temas más y otro cierre poderosísimo con “Relentless”. Y los tres músicos se abrazan y Tony Levin vuelve a sacar fotitos para su Road Diary, y se vuelve hacia su compañeros y pregunta: una más? Y la gente estalla, porque además esa “una más” no es cualquier “una más”, sino “Elephant talk” y entonces sí uno puede darse por satisfecho y salir a la madruga del sábado inmensamente feliz, aunque al mismo tiempo mirándose los dedos resignado y dándose cuenta que no hay “roña” Castro capaz de ponerlos a esa altura, porque como sabiamente dice Capusotto en la piel de Juan Carlos Pelotudo: es imposible!
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