Tal vez el cliché perfecto cuando uno quiere transmitir emociones inexplicables es decir que no hay palabras para describirlas, y la noche de flaco Spinetta en Velez se presta perfecto para aplicarlo. Pero empiezo a escribir y me doy cuenta que si hay algo que sobran son las palabras. Porque bastaría hacer una enumeración de los nombres que pisaron el escenario, o sencillamente repasar la lista de temas que sonaron para dejar más que claro el tamaño y la profundidad de las emociones que se vivieron anoche en Liners. La decisión de Spinetta de repasar su carrera a cuarenta años de su primer disco y a poco más de un mes de soplar 60 velitas, resultaba de por sí un hecho inédito. Porque quienes lo seguimos por años sabemos de inquebrantable voluntad de llevar aquello de “mañana es mejor” a las últimas consecuencias, y que por ese motivo buena parte de su glorioso pasado apenas si se lo puede gozar en cuentagotas en sus recitales. Y además reuniendo a los grupos, esas bandas eternas que lo acompañaron a lo largo de su carrera y a muchas de las cuales jamás creímos poder ver nuevamente sobre un escenario, y mucho menos todas juntas y en la misma noche. Pero finalmente sucedió. Y sucedió en una especie de Spinetta Fest (casi cinco horas y media de show, con varios intervalos), durante el cual la música y la poesía hipnotizaron a las casi 40000 personas que perplejos, mirábamos el escenario y escuchábamos pasar las canciones y no terminábamos nunca de caer en el tamaño de la obra que ese tipo flaco y jovial que dirigía la batuta, nos ha dejado y felizmente, nos seguirá regalado.
Curiosamente el flaco decidió abrir el show en un recuento de ausencias. Nombrando a los músicos que por distintos motivos no iban a estar presentes a la hora de tocar (Pedro Aznar, Hugo Fattoruso, Nicolas Ibarburu, Rodolfo Mederos y varios más) o a la hora de ser interpretados (Moris, Calamaro, Indio Solari). Y ese recuento nos empezó a dar la pauta de quienes sí iban a estar y entonces empezamos a imaginar encuentros. Y después sí la apertura., que estuvo a cargo de “Mi elemento”, de su último trabajo “Un mañana”. A partir de allí comenzó la larga parte que se podría llamar primer show, en el cual su etapa de Jade tuvo preponderancia, con varias citas a sus distintas etapas solistas y también muchos homenajes. Y esas dos horas tuvieron picos inmensos. Porque por momentos Spinetta decidió olvidarse que estaba en un estadio y solo junto a sus tecladistas de Jade construyó momentos de belleza inigualable: “Ella también” y “Umbral” junto a Diego Rappoport; “Al ver verás” y “No ves que ya no somos chiquitos”, con los arreglos orquestales del Mono Fontana, tal cual lo hacía promediando los ’80; y junto a Leo Sujatovich, rescatando dos gemas de “Bajo Belgrano” como “Era de uranio” y “Vida siempre”, para terminar de celebrar aquel álbum con “Maribel se durmió”. Pero pasó también Juan del Barrio para “Alma de diamante”. Y sonaron también “La bengala perdida” y “Fina ropa blanca”. Y cada músico era presentado con una constelación de elogios repetidos, que terminó por resultar el chiste de la noche. Las palabras genios, maestro, talentoso se repetían de una manera que al mismo Spinetta le provocaba gracia la reiteración. Un flaco que dialogó y bromeó con el público como siempre, y que en un gesto que no hace otra cosa que demostrar su humildad, dedicó buena parte de su show de celebración de 40 años de carrera a homenajear a artistas contemporáneos a su obra. Así se escucharon “Mariposas de madera” (Miguel Abuelo), “A dónde está la libertad?” (Pappo), junto a Juanse, “El rey lloró” (Litto Nebbia), y “Yo necesito un amor” (Javier Martinez) en versión hip-hop, con sus hijos Dante y Valentino. Pero en esos homenajes hubo lugar para tres momentos cumbres: Fito Paez subió para hacer su propio tema “Las cosas tienen movimiento”, además de acompañar al flaco en “Asilo en tu corazón”. Un emocionadísimo Gustavo Cerati subió para las versión de “Te para tres” y “Bajan”, momento altísimo además, porque Gustavo Spinetta estaba a cargo de la batería y ya sin Cerati sobre el escenario hicieron “Cementerio Club” para completar las citas a ese disco incomparable que es “Artaud”. Y finalmente, después de una versión hermosísima de “Filosofía barata y zapatos de goma”, la presencia de Charly García sobre el escenario para cerrar esa primera parte con “Rezo por vos”
Habían pasado diez minutos de la medianoche, de las bandas eternas no había habido noticias, y a esa altura quedaban dos opciones: estábamos frente a una estafa gigantesca o la noche iba a ser interminable. El regreso de Spinetta al escenario dejó en claro cuál era la respuesta correcta. Y junto a Marcelo Torres en bajo revievieron el power trío de los ’90, Los Socios del Desierto. Pero claro, el “tuerto” Ruiz ya no está entre nosotros y el lugar de la batería lo ocupó Javer Malosetti (que ya había subido e tocar el bajo en la primera parte). Homenaje a Wirtz y dos temas de aquel disco doble: el conmovedor “Bosnia” y “Nasty people”. Otro intervalo y entonces sí se produjo la primera gran reunión de la noche, porque Machi Rufino y Pomo Lorenzo estaban sobre el escenario para revivir Invisible. Tengo que decir que por preferencias personales era el tramo que más esperaba del show, y no solamente no me defraudó sino que además quedo clara la vigencia de ese trío que a mediados de los ’70 deslumbraba por potencia, versatilidad y creatividad. Porque sonaron ajustados como si hubieran dejado de tocar hace meses, porque además no fueron complacientes a la hora de elegir los temas y porque dejaron bien en claro que la leyenda no les queda chica. El set list de Invisible fue: “Durazno sangrando”, “Juego de lúcuma”, “Lo que nos ocupa es esta abuela la conciencia que regula el mundo”, “Perdonado” y “Amor de primavera” (de Tanguito) con Lito Espumer en el lugar de Tomas Gutbisch.
Y las presentaciones de fueron realizando a manera de precesión temporal. Entonces lo que venía después de Invisible era Pecado Rabioso, el momento más esperado por la mayoría del público. Carlos Cutaia, Black Amaya, David Lebón y la incorporación de Guillermo Vadalá, (luego se sumó “bocón” Frascino) subieron al escenario de Velez para un set demoledor. Fue el momento más poderoso de la noche, con el Spinetta compartiendo voces con Lebón, y con una carga emotiva y un pulso rockero que solo puede describirse en la sucesión de canciones: “Poseído del alba”, “Hola dulce viento”, “Credulidad”, “Serpiente viaja por la sal”, “Me gusta ese tajo” y “Post crucifixión”.
El final se acercaba llegando al origen. A esos adolescentes de Belgrano que empezaban a construir una obra que a la postre sería maravillosa. Era el momento de Almendra, de Emilio del Guercio, de Rodolfo García y Eldemiro Molinari. Del disco del payaso, de esa banda que mientras el rock nacional empezaba a buscar sus primeras identidades, se erigía como única por sus composiciones y su poesía. La única que ya tenia una reunión en su haber, allá por 1980. Y después de los pasos de Invisible y Pescado, no podían ser menos. Y esta la versión de Almendra deslumbró. Otra vez sin complacencias a la hora de elegir las canciones, dejando a la vista una obra descomunal. El set resultó impecable: “Color humano”, “Fermín”, “A estos hombres tristes”, “Hermano perro”, y el final con una versión preciosa y delicada de “Muchacha (ojos de papel)” dedicada a la madre de Spinetta, con Luis solo con la guitarra y sus compañeros de banda arrimados haciendo coros.
No se podía pedir más. Pero aquella suplica de “Muchacha”, eso de quedarse hasta el alba parecía ser la premisa a esa hora, y el flaco volvió. Como en una reunión de amigos dijo que había más y que después “los invito a todos a casa”. Y llegó el homenaje alas víctimas del accidente de Santa Fe, a hacer un lugar a la tarea con la cual se ha encomendado desde aquel accidente y su colaboración con la campaña Conduciendo a conciencia. Y tocó “8 de Octubre”, el tema que compuso con Leon Gieco en homenaje a aquellos chicos, invitando a otro asiduo de esa causa: Ricardo Mollo. El final fue un regalo extra. Un tramo para aplaudir y corear, para sacarse el frío e irse a casa con una sonrisa que no se borrará nunca. Entonces en seguidilla pasaron “Seguir viviendo sin tu amor”, “Yo quiero ver un tren” y el final con “No te alejes tanto de mí”, súplica innecesaria para quienes nunca nos habíamos sentido más cerca. Quedó un reproche a la revista Rolling Stone por haber diseñado la tapa de su último número (que Spinetta comparte con Charly García) son las letras tapando la leyendo de su remera de “Conduciendo a conciencia”. Una decisión que probablemente tenga más motivos estéticos que otra cosa, pero que a Luis le molestó mucho. Entonces el saludo final llegó con todos los músicos que habían pasado sobre el escenario a lo largo de la noche luciendo esa remera. Eran casi las tres y media de la mañana de en una noche de música y poesía inigualable. Un concierto que solo puede medirse en la dimensión de la carrera de un artista como Luis Alberto Spinetta. Que puede celebrar 40 años de carrera emocionando de principio al fin, y darse el lujo de dejar afuera canciones como “Barro tal vez”, “Los elementales”, “Los libros de la buena memoria”, “Canción para los días de la vida”, “Jardín de gente” y podría seguir hasta el infinito. Pero el flaco yo nos lo enseñó hace mucho: mañana es mejor. La celebración ya terminó, ahora solo queda brindar por las canciones que vendrán.
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