
Es imposible hablar del
show 2016 de Kraftwerk en Argentina sin citar la tragicomedia que lo
antecedió. A doce años de Cromañon, con un gobierno a cargo que
tomó definitivamente impulso utlizándola políticamente, y con
otras tantas pequeñas tragedias de menor tenor pero de similares
características en el condimento de su gestación, la única
respuesta que tiene el alcalde ante algún hecho que exhibe fallas en
la administración pública, es prohibir. Así fue que ante la muerte
de cinco chicos intoxicados con pastillas en la fiesta Time Warp, la
respuesta fue prohibir las fiestas electrónicas. A esto se sumó un
juez que tiene menos vida que una roca, que no sabe de qué se trata,
pero escanea mentalmente un expediente, y si se topa con la palabra
“electrónica”, clausura. Así como el algortimo de Facebook no
diferencia la exposición del nuevo implante en primer plano de la
modelo de turno, de una campaña contra el cancer de mama, el juez
toma decisiones según como estén “taggeados” los permisos. Una
pena, porque la ciudad sigue teniendo motivos sificientes como para
alzarse como cenit cultural en la región, pero está manejada por
ineptos. Una ciudad que tuvo que echar a su secretario de cultura por
minimizar el genociodio ocurrido en los '70, que aún sostiene a ese
mismo personaje al frente del teatro lírico más importante del
país, mientras patotea a los artistas que invita a tocar y alquila
el teatro para fiestas privadas. Un tipo que no tiene título
secundario y que es digno representante de un gobierno local que
homenajea a Borges poniendo en su boca frases de libro de auto ayuda
de segunda mano, y a Cortazar adjudicándole citas de Betinotti. En
fin, la cuestión es que la productora supo moverse, los fans también
hicimos ruido, y finalmente anoche estábamos todos en el Luna Park
con nuestros anteeojitos 3D colocados, esperando al cuarteto alemán
pionero en la música electrónica.

La previa estuvo
amenizada por un set de solo piano a cargo de
Esteban Insinger. No
conocía antes al artista, busqué algo de información al respecto
al saber que abría el show y lo único que puedo decir es que, al
menos desde una de las cabeceras, el murmullo creciente a medida que
se fue llenando el estadio, no fue el mejor contexto para una primera
aproximación a su música. Si hubo alguna presentación acerca de lo
que tocó, me la perdí porque entré cuando ya había empezado. De
todas maneras lo que llegué a escuchar me obliga a tenerlo agendado
para un abordaje en las condiciones más favorables.
Hablando de contextos
inapropiados, cuando vi a Kraftwerk en 2009, tocaron en el Club
Ciudad como apertura del único show en el país (espero que hasta el
momento) de Radiohead. Y entre la luz del día, el espacio abierto y
la marea humana, la esencia conceptual del proyecto, se había
dispersado. Las dos visitan anteriores a Obras (aún con Florian
Schneider) habían tenido los mejores comentarios, así que este show
con la promesa extra del 3D entraba en la categoría de imperdible.
Excepto por el chiche
del 3D un show de Kraftwerk en 2016 no es imprevisible ni novedoso.
Claro que eso no significa una experiencia digna de repetir. En
definitiva, en la repetición, las secuencias y códigos radica buena
parte de su encanto. La escena se reduce a unos atriles desde donde
cuatro tipos (que bien podrían no serlo) guian los sonidos mientras
los números que anticipan la apertura se desprenden de la pantalla
hasta nuestros ojos. Luego “Computer world” nos recuerda a los
muchos brazos que el sistema tienda para controlarnos. Desde agencias
de inteligencia hasta bancos. Y en “Computer love”, los alemanes
presumen de haberse adelantado unos cuantos años a las relaciones
amorosas en tiempos de redes sociales.

Entre tantos sonidos
reconocibles, el show apela a lo visual. En “The Man-machine” la
pantalla reproduce lineas y figuras geométricas que remiten a un
Mondrian que se quedó sin el amarillo. En “Spacelab”, Buenos
Aires pasa de ser un punto en una imagen satelital, a reducirse a una
imagen del Luna Park en primer plano. En medio el satélite y un
plato volador avanzan sobre el público provocando unos cuantos
“uhhhh” mientras los cuerpos los esquivaban por inercia. A
propósito del público: si bien la inmensa mayoría se dedicó a
transitar el recital en un microdancing continuo, los coros en “The
model”, más un incipiente “olé, olé, olé, Kraftwérk,
Kraftwérk” dieron la (mala) nota de la noche.
Kraftwerk grabó dos
veces “Radioactivity”. En la primera jugaron con Madam Curie y la
radiodifusión. En la segunda hicieron centro en la energía atómica.
Y anoche, sumando la palabra “Fukushima” a los alertas desde la
pantalla, refuerzan a esa segunda versión. Es precisamente la
energía la que guía el concepto de los de Düsseldorf. La cinética
(en “Tour de France”) o la aerodinámica (“Aéro dynamik”)
ya en la apertura de los bises. “Neon lights” es casi de juguete,
la cara amablem atractiva y colorida del sistema. También sostienen
en el repertorio sus odas a las grandes infraestructuras, como
“Autobahn” (aunque en un tono más contemplativo) y “Trans-Europe
express”, que en tiempos en que Europa como unidad comienza a
revisarse, hasta puede entenderse como ironía. Pero Kraftwerk no
pretende transmitir certezas, sino simplemente trazar guias:
palabras, imágenes, secuencias.

El show terminó con
“The robots”, con esos híbridos de camisa roja girando en la
pantalla y prolongando la mano hasta (gracias al efecto 3D) tenderla
hacia el público, como si quisieran escapar de la pantalla (hola
Woody Allen). Es ahí, en ese concepto híbrido entre maquina y
hombre, donde Kraftwerk sigue encontrando su mejor carta de
presentación. Les otorga misterio, un componente futurista y los
sostiene como una banda, que si bien en términos tecnológicos ya no
sorprende, sigue resultando inquietante y perturbadora.
El final sobrevino con
unos cuantos temas (“Planet of visions” y “Techno pop” entre
ellos) y terminó con “Musique non-stop”: synthetic electronic
sounds, industrial rhythms all around, music non stop. La música en
todo lo que nos rodea. Los integrantes se fueron despidiendo de a
uno, después de haber hecho todo lo posible para pasar inadvertidos.
Nosotros también nos fuimos, todos vivos para tranquilidad de
Larreta.
Ya de regreso en el 7,
un pibe repasaba el programa que daban en el Luna Park, tenía puesta
ua remera de Zappa Plays Zappa y yo me acordé de esos mitos nunca
confirmados de que Florian y Ralph le pidieron a Frank que produzca
“The man-machine”. Con hambre pasé el resto del viaje pensando
en qué hubiera resultado del encuentro.