
Allí llegué en lo que
será mi único contacto con la edición 2016 del Lollapalooza local,
a este evento anunciado en una segunda etapa de side shows (fueron
muchos más este año, por lo general eran tres). Y aunque el Luna
Park no estaba repleto, sí había mucha gente, puesto que los fans
no se conforman con los 45 minutos que tendrá Noel para hacer los
suyo el sábado en el Hipódromo de San Isidro.
De la previa mucho no
puedo decir, escuché el partido de River hasta donde pude, así que
me abstraje por completo de un clima que tampoco estaba demasiado
exaltado. Pero cuado apagaron las luces y empezó a sonar de fondo
“Shoot a hole into the sun”, mientras la banda se acomodaba en el
escenario, para dar comienzo al show con “Everybody's on the run”,
uno de los cortes que más sonaron del disco debut de la banda, todos mis sentidos estaba puestos allí. Y a
partir de allí, y tal vez con el espíritu festivalero con el que
llega al país, se sucedieron unas veinte canciones, la mitad de las
cuales fueron temas de Oasis.

La escenagrafía no tuvo
ninguna pretensión. Apenas las iniciales de la banda (NGHFB) al
fondo del escenario y solo el colorido de la mesa soporte de los
teclados de Mike Rowe se destacaba en escena. Incluso no hubo imagen
adicional alguna; las pantallas laterales del Luna Park se apagaron
cuando comenzó el show y ya no volvieron a encenderse.
En ese primer tramo la
cuestión avanzó en términos amenos entre banda y público. Ni
siquiera la suavizada interpretación de “Fade away”, un lado B
de Oasis, cambió la tónica. Sin embargo todo cambió apartir de una
excelente versión de “The death of you and me” (yo no puedo
dejar de emparentarla con “The importance of being idle”, pero
puede que sean solo cosas mías) con los vientos arremetiendo
estridentes, otorgándole a esta banda de Noel el principal sello
distintivo en comparación con la que compartió con su hermano.

Hasta el final del show
con “The masterplan” la noche había adquirido un clima más
festivo por parte del público. Tim Smith se destacó en “The
mexican”, aunque su aporte es notable a lo largo de todo el show, y
resulta bastante más que un repetidor de los arreglos de Gem Archer
a la hora de los clásicos. Y en el final de “Champagne supernova”
sus punteos conviven con la gente coreando a la argentina el fraseo.
Como postal final, en la voz acumulada de miles de fans, el “we're
all part of the masterplan” cobra un sentido casi épico, y termina
por ser un excelente cierre para un concierto que mantiene la
característica de los de Oasis: breve, compacto y contundente.
La
experiencia del público en materia de recitales hace que siendo tan
obvio un set de bises, ya nadie se preocupa mucho en batir palmas
para convencer a ningún artista de que regrese al escenario. Así
que el reingreso de Noel y los suyos al escenario fue saludado con
entusiasmo, pero ya no es esa exclamación corolario de una griterío
durante cinco minutos interminables, ni mucho menos. Y en esos bises,
aunque fue casi todo de Oasis (“Listen up” y un “Wonderwall”
apenas cambiado para que los versos que uno repite de memoria se
desacoplen de la voz del artista en escena), llegó lo que para mí
fue lo mejor de la noche, con “AKA...what a life!”. Y si uno
piensa que Noel Gallagher pisó por primera vez Argentina como plomo
de los Inspiral Carpets, el sonido de su banda hace justicia con la
influencia que mamó por aquellos años, y de alguna manera cierra un
círculo propio con estas tierras.

Quedará
por ver qué sucede en el Lollapalooza y en términos del espacio
breve que le dieron (45 minutos), qué elige Noel recortar de su show
de anoche para presentarse el sábado en San Isidro. Pero de lo que
uno puede estar seguro es que a la hora de atesorar este paso por el
país, los fans de Noel Gallagher elegirán este encuentro más
“íntimo” como mejor recuerdo. Por mi parte, y como conclusión
de la experiencia, la performance en vivo de los High Flying Birds
hizo que a la hora de escucharlos en el futuro elija más grabaciones
en vivo y menos sus discos de estudio, y fundamentalmente, que
extrañe mucho menos a Oasis.