
La
noche había empezado bastante antes. Porque la propuesta era de por
sí original. En primer lugar se interpretaría la primera ópera
compuesta por Rufus Wainwright llamada “Prima donna”, y luego sí
aparecería una selección de su obra más conocida por el público
que lo sigue. Y en aquel comienzo Rufus Wainwright solo limitó a
entrar al escenario para presentar a Bernanrdo Teruggi, director de
la orquesta, y las tres voces que le darían vida a la obra: la
mezzosoprano Guadalupe Barrientos (en el papel de Regine St.
Laurent), la soprano Oriana Favaro (Marie, su criada) y y el tenor
Carlos Ullán (el periodista).
La
ópera no es lo mio así que mi crónica de esa parte del show no va
a ser muy minuciosa desde lo técnico. Voy a decir, eso sí, que la
pretensión de “obra de arte integral” es tal vez demasiado
ambiciosa. La historia inspirada por una entrevista filmada a Maria
Callas en Paris, versa sobre una Prima Donna retirada, que intenta
retornar a los escenarios y recuperar la gloria de antaño. El amor,
el paso del tiempo, Paris y la fama son algunos de los tópicos de la
ópera, en donde el periodista y crítico insidioso y conspirador,
resulta el malo de la película.
La
orquesta ocupa todo el escenario, las tres voces líricas al frente y
sobre el fondo se proyectan imágenes que remiten a Maria Callas, y
durante el aria final se proyecta un corto en donde Cindy Sherman
filmada por Francesco Vezzoli indaga sobre el culto a la diva. Esta
condición audiovisual es la novedad para esta puesta de la obra cuyo
estreno data de 2009. Hasta allí la reacción del público fue
calma, respetuosa, pero se notaba que la parte que todos habíamos
ido a buscar era la segunda. Solo diré para terminar que a pesar de
encuadrarse en una ópera moderna, en varios tramos de la obra se
pudo apreciar rastros de la lírica que caracteriza a las
composiciones de Rufus.

El set
incluyó entre otras a emotiva “Vibrate”, el desencanto amoroso
que se define en un deseo antimaterialista de “The art teacher”,
la musicalización del “Sonnet 20” de Shakespeare y una canción
llamada “Argentina” que cuenta acerca de cómo extrañó a su
marido Jörn durante aquella gira sudamericana de 2013. Esta vez su
esposo estaba presente y lo citó varias veces dedicándole unos
cuantos gestos cariñosos hacia la platea. Rufus estuvo de extremo
buen humor, charlatán y visiblemente a gusto en el Teatro Colon. El
momento inusual de ese segundo tramo fue el retorno a la ópera,
cuando hizo “Last rose of summer”, el aria de Martha de Freiherr
Von Flowtow junto a Oriana Favaro. Sin embargo lo mejor llegaría al
final.
En “I
don't know what it is” el arreglo de Maxim Moston resulta
prodigioso y la canción resplandece como nunca. “Cigarretes and
chocolate milk” es pegadiza y casi tan adictiva como los caprichos
y antojos a los que está dedicada. Aparecen algunos intentos de
palmas que se diluyen, tal ven intimidados por la magnificencia del
teatro. Y el cierre estuvo a cargo de “Oh what a world”, con la
conocida cita a “Bolero” de Maurice Ravel y la orquesta otorgando
máxima intensidad a la versión.

Bajando
las escaleras desde el quinto piso, una abonada preguntaba a la gente
de dónde conocíamos al artista, y se mostraba gratamente
sorprendida por la cantidad de jóvenes que poblaron las butacas del
teatro. Por al lado de la señora pasó un pibe con una remera de Fun
People, y yo me pregunté hasta dónde se extendería la capacidad de
sorpresa de la elegante señora. Afuera dos tipos hacían un torpe
juicio de la voz de Rufus pretendiendo juzgar el pop desde la óptica
academicista de la lírica. Y unos doscientos metros más adelante, y
ya en la avenida Corrientes, los embelesados fans de Rufus Wainwright
pugnábamos porque las fans de Nicolas Cabré que salían del Lola
Membrives no nos arrebaten las últimas mesas libres de Banchero. En
definitiva, si hay algo que iguala a todos los hombres es la muerte y
una grande de mozzarella.