
Desde la primera vez que
escuché “Últimos soles del verano” me sentí a gusto con el
disco. No es que no se requieran un par de escuchas para sumergirse
por completo en el clima que propone la música de Gastón Urioste,
pero automáticamente el sonido me remitió a intimidad, a pasajes
reconocibles, a cercanía. Cada tema, cada melodía y arreglo es
fácilmente aplicable a situaciones y paisajes diarios. La música
llega a los oidos como procedente de una radio detenida en el tiempo
de una ciudad más relajada, amena, imaginaria pero que a la vez
resulta reconocible (Santa María, me anima a citar la nacionalidad
uruguaya de Gastón, en un acto de asociación libre por demás
pretencioso). En la música suenan tenues aires rioplatenses, pero
eso no resulta un límite sino todo lo contrario: es un punto de
partida para la imaginación y creación de sonidos, que llegan del
jazz, pero también pueden evocar a paisajes alpinos, al tango apache
parisino o incluso acercarse a los Balcanes. Nada directo, eso si.
Todas son suaves reminiscencias, lo cual facilita la expansión
imaginativa del oyente, y construye un disco que termina resultando a
la medida de cada uno.
Aunque también toca
guitarra y armonio, la novedad mayor en este artista uruguayo (que
hoy vive en Argentina, pero que supo recalar también en Francia), es
la incorporación del oboe como el elemento central de buena parte de
sus composiciones. Sin la asiduidad del clarinete, el jazz recurrió
a él en más de un oportunidad (Charles Mingus, es el primer ejemplo
que se me ocurre), pero en la música popular de estas tierras es una
auténtica rareza. Y si apuro a mi memoria al respecto en este
mediodía de jueves, solo me devuelve como dato alguna reescritura de
“Oblivion” por parte de Astor Piazzolla.

Para su presentación en
vivo, Gastón estuvo acompañado por casi todos los músicos que
grabaron el álbum: Nicolás Olivera en guitarra eléctrica, Agustín
Uriburu en cello, Nicolas Ojeda en el contrabajo, Victoria Zotalis en
voz, más el reemplazo de Omar Menendez en lugar de Pedro Bulgakov en
la batería. Y en la noche de este miércoles porteño, el disco fue
mostrándose reordenado, reforzando aquella primera impresión que
me había causado el formato físico: el clima, los pantallazos
fugaces que la música es capaz de evocar, cobran vida cualquiera sea
el contexto en el que se los escuche. Aunque claro, en la calidez del
Bebop y con una copa de malbec a mano, todo resulta siempre mucho
mejor.
“Vals de Emilia” (el
elegido para abrir el concierto) es un valsesito criollo al cual el
tarareo de Zotalis es capaz de situarlo en el Tirol. En “Lemon
paisano” el swing es contagioso, y hacia el final la voz de Zotalis
y el cello de Uriburu se hermanan provocando un efecto bellísimo. Un
cello que al igual que en “Remember la goutte d'or” encuentra
sonidos que remiten a caminos piazzolleanos.
En “Ola de lago”, el
intenso oboe de Gastón le deja paso al lucimiento de Nicolás
Olivera en la guitarra eléctrica, y aunque “Groovy farm” haya
sido presentada como una chacarera vaquera, situándola en la soledad
de un campo uruguayo, yo no pude evitar que la mente me translade
bastante más al norte, y que algunos pasajes de guitarra la hayan
detenido en el desierto texano.

La única canción
cantada del disco es “Flechazos”. O mejor dicho, la única
canción del disco con letra, porque la voz está más que presente,
y es un elemento central en la propuesta de Urioste. Hasta ese
momento los exquisitos aportes de Victoria Zotalis se limitan a
tarareos, a alguna palabra soltada con sentido rítmico,
convirtiéndose en otro instrumento que aporta arreglos etéreos a
las melodías. Pero en el caso de “Flechazos”, se trata de un
poema breve, cantado con gravedad mientras la voz es acompañada por
un cello que alterna entre el pizzicato y el arco. Hacia el final,
cuando las palabras desaparecen, la voz apaciguada entrega algún
rastro spinetteano. Dueño de una encantadora letanía, “Enamorarse
es irse al agua cuando sube la marea”, el tema que le siguió, dejó
lugar al lucimiento de Nicolas Ojeda en el contrabajo. El bajista, a
la hora de la presentación de los músicos, también sería
reconocido por Gastón por su aporte en los arreglos.
A partir de allí el
concierto sumó un nuevo condimento: la complicidad mas allá de lo
musical. Comenzaron algunos comentarios y diálogos entre Victoria y
Gastón, que rápidamente encontraron respuesta entre el público. En
“Intro” la excusa fue el lugar en la lista de un tema con ese
nombre. Pero más adelante el origen oriental de Gastón será excusa
también para divertidos contrapuntos. A pesar que en el disco
“Intro” dura menos de un minuto, anoche, intervención de
Menendez en la batería mediante, se prolongó por un tiempo más.
“Levitando” fue el único tema ajeno a “Últimos soles del
verano” que se esuchó anoche, aunque se acopla a la perfección
con el espíritu del disco.

El final se construyó a
partir de climas opuestos: “La goutte d'or” es rítmica,
universal y le sentaría a la perfección a una Big Band, aunque al
final la melodía baje las pulsaciones y los lamentos en la voz de
Victoria Zotalis remitan a lejanos aires flamencos. Y que el cierre
(al igual que en el disco) haya sido con “Oh!precipiciovolaromorir”
no resultó casual. Es en ese tema en donde el oboe de Gastón
Urioste se expresa con mayor profundidad en un cierre plagado de
tintes melancólicos, que terminó por redondear una noche más que
entrañable.
La vocación abarcativa
de “Últimos soles de verano” tendrá sin duda un correlato en la
expansión del incipiente recorrido solista de Gastón Urioste, y el
soplo de originalidad que su disco significa será capaz de abrirle
nuevos caminos y escenarios. Por lo pronto, para los que disfrutamos
del concierto en el Bebop, tenemos mucho para contar y recomendar.