
Llegué a La Oreja Negra
y mientras elegía el tapeo y el vino encargados de saciar las
necesidades menos espirituales, en la pared de mi izquierda Dennis
Hopper encerrado en un placard espiaba a Isabella Rosellini mientras
ella se desnudaba. “Blue velvet” no podía ser mejor augurio, y
aunque el peinado de Isabella en esa película resulte un atentado
terrorista, la cita a los '80 no sería una referencia fuera de lugar
en la noche.
Nubes en mi Casa me
seduce desde el nombre. Enterarme que proviene de un tema de Voivod
no va a cambiar mi opinión al respecto. Me remite a George Harrison,
pero también a Vox Dei, por aquello de encerrar a las nubes. Y ni
siquiera la idea de (mal)pensar el nombre como matáfora sobre un
cuarto lleno de humo marihuano le quita poesía a la imagen. Y además
cuando uno ve la banda en escena, en seguida se da cuenta de que ese
nombre les cae perfecto. Arrancaron el set con “Cuenta”. “Yo
me aburro de lo absurdo y prefiero derribar tu juego” canta
Josefina Mac Loughlin (a quien conocía por los temas que grabó con
Entre Rios), haciendo un enorme esfuerzo por vencer una angina
inoportuna, que no logró opacar su performance. El sonido prolijo y
los detalles delicados que motivaron mi atención aquella noche en el
Coliseo fueron apareciendo de a poco, y de a uno fueron confirmando
de que no me había equivocado. “Cuerpo” fue el segundo tema de
un set breve, pero encantador.
Antes dije que los '80
no serían una referencia desubicada, y “Después” es lo que
confirma esa apreciación. La película de David Lynch es del '86, y
poco antes (Noviembre del '85 para ser preciso) se editaba
“Psychocandy”, el disco de The Jesus and Mary Chain desde el que
los hermanos Reid parecen inspirar a la guitarra con la que Hernan
Dadamo acompaña la melodía de la canción. Esta fórmula se
repetirá en “Acostumbrados” y a mi juicio es, dentro de una
propuesta variada, lo que mejor le sienta a Nubes en mi Casa. Las
canciones por momentos tienden a un clima melancólico, pero si uno
afina los sentidos los colores y las luces no tardan en aflorar. “Me
suelto y vuelvo”, su segundo disco los descubre maduros y
confiados, y en vivo la banda consigue transmitir cada sensación
pretendida en las pistas grabadas.
El intenso y logrado
final de “Los gigantes”, la dulzura pop de “Aceleremos”, y la
bella melodía de “La ventana” (canción que los llevó a rotar
en Club Fonograma) se fueron sucediendo para redondear el concierto
precioso y delicado que fui a buscar. Cerraron con “Mareo”,
incluída en la banda de sonido de “Voy a explotar” de Gerardo
Naranjo, y que permitió al grupo hacerse de un lugarcito entre los
oidos mexicanos. Para cuando volvieron para despedirse
definitivamente con el optimista “Ser feliz”, mi botella de
malbec estaba lo suficientemente vacía como para dedicarles un
brindis a tono con la melodía.

Al final de la noche, y
mientras la avenida Córdoba sufría un embotellamiento impropio para
la hora, aquella intuición inicial se había confirmado. El universo
(el mío al menos) empezaba a recomponerse. La almohada se encargaría
de terminar el trabajo que el menú de La Oreja Negra, y la música
de Sobrenadar y Nubes en mi Casa había comenzado. Ahora falta que se
vaya el frio, pero el invierno es un enemigo dificil. Toneladas de
combustible fosil quemado a diestra y siniestra aún no consiguen
terminar con las olas polares que nos azotan.