A pesar de no estar repleto ni mucho menos, el teatro Gran Rex presentaba anoche un excelente aspecto y un público ansioso por escuchar a una de las voces más particulares surgidas en los últimos 15 años. Yo venía de una isla de luz en medio del apagón porteño y en el escenario del Gran Rex me encontré con una voz que podía brillar más que todas las luces de la avenida Corrientes, y que sin embargo miraba hacia la platea sorprendida, como si se considerase indigna de tanta admiración.
Pura sencillez y humildad, así es Madeleine Peyroux. Y desde la apertura del show se notó que la noche no tenía una sola protagonista sino que además se presentaba una banda que no iba a pasar inadvertida. Madeleine presentó a sus músicos durante el primer tema y a lo largo del show acompañó con gesto cómplice casa participación solista. Quienes la escoltaron anoche fueron Barak Mori es un bajo eléctrico y contrabajo, Darren Beckett en batería, Ron Miles en trompeta, Gary Versace en teclados y Jon Herington en guitarra eléctrica. Entre todos forman un conjunto sobre la cual Madeleine puede desplegar cada una de sus virtudes con el ambiente perfecto para la ocasión.
Si bien la gira tiene como centro la presentación de “Bare bones”, su trabajo de 2009, el recorrido del repertorio transita por toda su discografía, y hasta se da el gusto de estrenar un par de canciones, entre ellas, la musicalización de un poema de Woody Guthrie. A Madeleine le gusta hablar con su público. Se esfuerza denodadamente para que su español resulte comprensible, aunque la gente le entienda perfectamente en su inglés. Habla de Buenos Aires, de su primera visita y su deslumbramiento con el tango, de los folletos turísticos que invitan a disfrutar de la ciudad; y esa palabra (disfrutar) tal vez por su sonoridad o vaya a saber uno qué tipo de asociación libre la vuelve particularmente hilarante.
La particular voz de Madeleine y el modo que mereció los muchos comparativos con Billie Holiday se luce muchísimo mejor en los temas más jazzeros que en las canciones más cercanas al folk. De todas maneras la cadencia que Madeleine le imprime a las melodías permite hallar su sello en cada una de sus intervenciones. Entre los momentos más destacables de un show compacto, la versión de “La javanese” con los músicos invocando las calles de París mientras rodean a la cantante, es lo más destacable. En “Instead” se luce el slide de Herington, y cuando Gary Versace se arrima a su Hammond, la cadencia soul en el sonido le entrega al recital un clima intenso y atrapante. Leonard Cohen es rescatado en dos oportunidades. Primero en “Half the perfect world” y después en la celebrada “Dance me to the end of love”. “Homless happines” conmueve, “To love you all over again” es cariñosa y optimista. Madeleine consiente a sus músicos, los anima en los solos, responde con sonrisas a las exclamaciones aduladoras del público. “Bare bones” es su primer trabajo compuesto íntegramente por temas propios y las letras de las canciones están repletas de referencias autobiográficas. Entonces Madeleine aprovecha los silencios entre canciones para relatar sobre el motivo que inspira cada letra: el amor, la naturaleza, su ciudad adoptiva (New York) y sobre la de su padre (Nueva Orleans), y de cómo aquel le transmitió la pasión por la música y la bebida (no sé cuál de los dos fue primero, confió), y su simpatía consigue que ninguna de las intervenciones resulté monótona ni innecesaria.
El final llega con una nueva presentación de la banda sobre los acordes de “Bare bones”, y un posterior regreso al escenario para despedirse con “This is heaven to me”, último tema del álbum “Careless love” (2004) y que también sirve como cierre para el concierto. Breve pero consistente paso de Madeleine Peyroux por Buenos Aires, dejando a su paso el timbre inconfundible de su voz, la belleza de sus canciones, pero además rasgos de buen humor, calidez, y una complicidad que invita a pensar en un regreso no muy lejano en el tiempo.
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