De Nacho a Nacho. De
Nacho Fernandez en Nuñez a Nacho Vegas en el Abasto. Así terminó
mi fin de semana, con un domingo que compuso todo lo que Santa Rosa
había desarreglado el sábado. Aunque los meteorólogos en
televisión dicen que Santa Rosa no existe. Pero a la televisión
mucho no hay que creerle. A los Santos medio que tampoco. En realidad
hay poco en lo que uno puede creer, así que no queda otra que
aferrarse a lo que uno quiere. A los vinos, cantares y amores, a
decir del Nacho Vegas, el asturiano que luego de un año, volvía a
pisar Buenos Aires.
Aunque en el último
tiempo (y en especial a partir del nacimiento del movimiento 15M en
Madrid) ya nos tiene acostumbrados, la versión de Nacho Vegas
resultó diferente a la del año pasado. Porque su costado social ha
quedado más expuesto que nunca en su EP “Canciones populistas” y
lo que en sus letras y repertorio venía insinuándose sutil, se
transformó anoche en Ciudad Cultural Konex, en el hilo conductor de
su concierto.
La noche no comenzó con
él, sino con Manolos, un grupo local que no tiene nada que ver con
los rumberos catalanes, y que básicamente me sonaron como un grupo
tributo a Sabina. La paradoja es que especialmente más me sonaron
como tributo a Sabina cuando hacieron sus propias canciones. Lugares
comunes de la lírica y la prosa del madrileño repetidos como
fórmula, dieron por resultado un somero anticipo al concierto de
Nacho. Con poco para destacar a mi gusto, me resguardo de una opinión
definitiva por dos consideraciones: tocaron en un formato acústico
que no es el habitual en ellos que bien pudo haber exagerado mi
percepción, y a la hora de tocar un tema de Joaquin, eligieron “Con
la frente marchita”, lo cual necesariamente supone buen gusto de
origen.
Empecé hablando de la
diferente versión de Nacho Vegas que nos visitó este año, más que
nada por el repertorio. Pero hubo otra diferencia con el concierto
del año pasado: vino con banda reducida; apenas un cajón peruano,
bombo y platillos en la percusión, y una guitarra eléctrica. Y
necesariamente el formato no puede ser casual cuando el asturiano
viene reivindicando el formato folk de la canción. Al juglar que se
expresa con mínimos aditamentos y que hace de su sensibilidad
artística el arma para contactarse con el público.
El show comenzó bien
clásico: “El hombre que casi conoció a Michi Panero”, y varios
temas de “Resituación”, en donde se destacó “La vida manca”,
cantada por los porteños como si conocieran Gijon como la palma de
sus manos. Eso sí, después de los dos primeros temas se sumó al
escenario un coro presentado como “Coro Nacional Anti Fascista
Tamara Bunke” y que significó la primera aparición de las garras
rebeldes de Nacho. Además claro, de la imagen de la guitarra con la
insripción “This machine kills fascists”, una forma de
homenajear a Woody Guthrie, inevitable cita a la hora de hablar de
juglares comprometidos.
A partir de allí
comenzó el momento más combativo del repertorio, con temas como
“Canción para la PAH” (que retrata el drama de los desahucios en
España y colabora con el movimiento social que nació como respuesta
a ello), “Polvorado” y “Vinu, cantares y amores”. En este
último, el estribillo “Que sin una y vinu, cantares y amor, no,
esta nun llega mío revolución” tal vez mejor se expresa el
espíritu de este Nacho Vegas de mirada social. No hay renuncia a la
bohemia para seguir el tono marcial de una proclama. Las arengas no
están excentas de ironía, el humor abunda y el mundo resultante de
la revolución será un mundo en donde no falten los brindis y las
fiestas. En medio de todo eso, el guitarrista Hans Laguna fue
presentado como adherente a la República Socialista Catalana, “odia
tanto a España como al macrismo”, agregó Nacho y provocó risas.
Por suerte Nacho no se
conformó con eso y nos llevó a pasear también por sus mundos
intimistas, como “Dias extraños” (tal vez su mejor aporte al
disco en común con Enrique Bunbury) y “Lo que comen las brujas”.
De allí hasta el final los climas y temáticas se intercalaron,
mientras el público no dejó nunca de cantar e intentó tibiamente
algún comentario anti macrista. Pero estaba claro que quien dirigía
la batuta era Nacho Vegas desde el escenario, haciendo uso de su tono
cansino, a veces tímido, siempre poco adepto a las declamaciones, y
felizmente el show nunca dejó de ser tal, evitando caer en clima de
mitín (aunque la imagen de una guerrillera metiendo una bomba en el
culo de Videla, colada en una canción, se le acercó bastante).
No por eso dejó de
haber firmeza y consecuencia desde el lado social, como cuando se
sumó el banjo de “El violinista del amor y los pibes que miraban”
para una versión de “Santa Barbara bendita (En el pozo Maria
Luisa)”, un himno de los mineros asturianos.
Para el final quedaron
expuestas, con dos temazos de su repertorio, los diferentes abordajes
del universo según Nacho Vegas: “Cómo hacer crac”, y la
despiadada pintura de una sociedad a la deriva frente a la crisis, y
“La gran broma final”, su tema de “La zona sucia” que recreó
el final de su pareja con Cristina Rosenvinge.
Entre aprietes con el
horario de cierre de la sala, Nacho se hizo lugar para volver, y de
su paso por Chile se trajo una versión de “La Petaquita” de
Violeta Parra. La gente le pedía canciones anarquistas e incluso “La
internacional” (estuvo haciendo “Los dos gallos” en algunos
conciertos de la gira), pero Nacho respondió con la nostalgia hacia
su tierra natal cantando “Luz de agosto en Gijon”. Y cuando yo
esperaba que el cierre definitivo nos traiga a su recreación de Phil
Ochs en “Ámenme, soy un liberal”, Nacho eligió despedirse con
Townes Van Zandt y “Que te vaya bien, Miss Carrousell”, con el
público agolpado sobre el escenario.
Nacho Vegas agitando y
abrigando a la vez en el agosto porteño. Una costumbre que,
felizmente, se está volviendo habitual.
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