lunes, 18 de abril de 2016

Hamacas al Rio en Café Vinilo - Presentación de "Fresco"

La música y el clima. A mediados de semana la ciudad amaneció cubierta por una bruma londinense luego del paso de la británica Laura Marling. Parecía una puesta en escena perfecta. Ayer, mientras Hamacas al Rio presentaba “Fresco”, su reciente EP, la ciudad empezaba a recibir el aire del sur que además de bajar la temperatura, promete terminar con dos semanas de humedad pegajosa. Es así, a veces se da que todas las piezas encajan a la perfección, porque claro, además era noche de domingo y la calidez e intimidad del Café Vinilo invitaban a escuchar música en las mejores condiciones.
Los que siguen este blog saben de mi debilidad por la banda de Laura Ciuffo y Fernando Bellver, así que su regreso no podía ser mejor noticia. Mis vacaciones me había privado del primer show del año, pero la balanza se equilibró cuando en mi regreso como público pude asisitir a la presentación oficial de las nuevas canciones, publicadas únicamente en formato digital.
Llegué con los deberes hechos y las cuatro nuevas canciones oidas un par de veces, pero teniendo en cuenta que no las presentaron todas juntas, sino mechándolas dentro de un setlist que recorrió toda su carrera, voy a ir dando mis impresiones haciendo el mismo recorrido propuesto por la banda.
El show abrió con “Cuando” del primer disco que ya lleva una docena de años de publicado y que sigue siendo mejor punto de referencia para iniciarse en el universo de Hamacas. El mundo íntimo contado desde una perspectiva personal, a veces tímida, a veces en tono confesional, pero siempre envuelta en melodías amigables, que sugieren escenas y paisajes, y seducen desde los arreglos y la preciosa voz de Laura. Por eso, reencontrarse en vivo con bellezas como “El mismo invierno” no pudo resultar otra cosa que una experiencia reconfortable.
Luego del parate motivado por maternidad (y paternidad en este caso) mi curiosidad iba dirigida a cómo ese hecho se haría un lugar en las letras y la temática de Hamacas. Y es facil de advertir en “Zoo”, primer tema nuevo que tocaron, cómo las mismas palabras habituales reorganizadas en función de la experiencia, cobran un sentido nuevo. En esta y en otras nuevas canciones, el mar, el invierno y ese caractertístico “mi”, que expresa un mundo interpretado desde la primera persona, encuentran la forma de concretarse en un sentido diferente. Aquí la palabra clave es puente, en una canción tan facil de salir tarareando, que enternece.
El café Vinilo admite el show electrificado a volumen controlado, y en ese contexto la elección de las canciones resultó adecuada. Tal vez algunas como “Otra forma” y en especial la intensidad de “En el aire”, requerían de menos límites para lucir en su mejor forma, pero de todas maneras encontraron hacerse un lugar destacado en la noche. El show que se dividió en dos tramos, cerró su primera parte con “Al final, el parque” del disco homónimo de 2010.
La seguda parte abrió con “Fresco”, otro de los temas nuevos y que linkea directamente con “Zoo”. Acá son el vuelo y la mañana las que se resignifican y en el “todo es nuevo para mí” se resume el sentido de otra melodía pegadiza. Luego, “Lleva el mar” devuelve inmediatamente a Hamacas al Rio al mundo íntimo, en un tema que parece salido de “Mitad de Junio”. Y otra vez al pasado. “Seis soles”, con un destacado coro a cargo de Florencia Salmon, el hit “Sin decir” y una de las viejas canciones que más me gustan y que el público mejor recibe: “Campanas”.
“A la luna” es tal vez la canción nueva que necesita más oidas para aprehenderla, pero enlaza con aquellos dos primeros discos de la banda, y son los arreglos los que la terminan por redondear otro gran tema. Por eso la despedida con la intimidad desnuda de “Mitad de Junio” resultó un enlace perfecto. Aunque claro, “Un nuevo amor” y sus aires de bolero, enmarcó como bis la despedida definitiva en un tono mucho más luminoso y optimista.
Había que volver a la calle. Y si al principio lo de “Fresco” me remitió al clima y al termómetro, al escuchar las canciones en escena la sensación que me llevé no fue de fresco sino de frescura, en el sentido más aliviador de la palabra. Hamacas al Rio promete más shows y seguro el regreso traerá consigo más nuevas canciones. Será cuestión de estar atentos.



jueves, 14 de abril de 2016

Laura Marling en La Trastienda

En mayo se van a cumplir cinco años de la primera visita de Laura Marling a Buenos Aires. En aquella oportunidad vino a formar parte de un festival y en una de las fechas le tocó telonear a Jack Johnson. Sin embargo se había reservado un encuentro ínitimo con sus fans en el Samsung Sutdio en donde nos regaló una docena de canciones. Fue aquella vez cuando un puñado de personas apiñadas frente a un escenario, cuando comprobamos la madurez de una artista que parecía haber nacido con ella. Laura tenía por entonces 21 años y sin embargo cantaba como si tuviera diez vidas vividas por contar.
Estamos en 2016 y a esta altura la británica parece haber superado hace rato cualquier tipo de prejuicio y carga que pudieran haberle significado las calificaciones que fue recibiendo a lo largo de su carrera. El aporte económico que supone su familia de título nobiliario, y la facilidad con la que llegó a grabar su primer disco (“Alas, I cannot swim”) de la mano de Charlie Fink de Noah and the Whale, su pareja por entonces, entran en la columna de los prejuicios. Que a los 18 años se haya hecho referencia a ella comparándola con Joni Mitchell puede significar para una joven apenas dejando la adolescencia una (usando una expresión de moda) más que pesada herencia.
Sin embargo Laura Marling atravesó todo. Convivió con noviazgos de alta exposición (Marcus Mumford), despedazó a los prejucios a fuerza de canciones maravillosas, siguió ganando premios y cosechando elogios, y u día a los 23 años dijo estar cansada, amenazó con dejar la música, y como si aquellas comparaciones con Joni Mitchell le hubieran guionado un recorido, se fue a vivir a California.
Dos años después reapareció con “Short movie”, un disco que la devolvió con algunos pequeños cambios: la aparición de algunas guitarras eléctricas en sus canciones, el pelo corto y unos leves tonos aterciopelados en su voz, que le aportan cierta gravedad a las nuevas canciones. Hasta acá un resumen de todo lo previo y la expectativa que singificaba su regreso al país (en sus tiempos californianos y anunciando un plan de moderada vida nómade, alguna vez nombró a Argentina como posible lugar de residencia). Pero anoche estuvimos otra vez cara a cara con ella, y eso es lo que vengo a contar.
Es cierto que la inflación ha mermado el poder adquisitivo y que la devaluación aumentado los precios de las entradas para poder ver a artistas internacionales, pero yo le adjudico que anoche La Trastienda haya estado apenas a la mitad de su capacidad, a la paupérrima campaña de prensa alrededor del show. Aún así éramos unos cuantos más que en aquel 2011 los que nos vimos sorprendidos cuando con una puntualidad digna de su procedencia, Laura Marling salió al escenario acompañada apenas por un contrabajo y una batería.
El concierto fue breve e intenso. Comenzó con la sucesión de cuatros temas que abren “Once I was an eagle”, su trabajo anterior de 2013: “Take the night off”, “I was an eagle”, “You know” y “Breathe” y que interpreta a modo de suite. Recién después saluda levemente, sosteniendo una postura parca sobre el escenario que intentará sostener durante todo el concierto. Y si digo intentará, es porque un par de exaltados elogios conseguiran quebrarla durante un par de momentos de la noche, y arrancarle una sonrisa y hasta “charming man” como devolución al elogio. Pero esa actitud auténtica y transparente hace a su escencia: cuando Laura Marling canta sus canciones expresa cada uno de sus sentimientos que motivaron los versos que va cantando. Por ejemplo en “Short movie” (primer tema nuevo que cantó, a continuación de la magnífica “Master hunter”), cuando sus gestos acompañan una rabia resignada que confiesa “estoy pagando por mi error y eso está bien”.
La guitarra eléctrica estuvo ausente y tal vez por eso no hubo tantos temas de “Short movie” en el setlist como uno esperaba. De todas formas hay una conexión entre todas sus canciones que no produce quiebres en los climas, más de los que la propia Laura pretende darle al show. Si bien sus agudos son los que remitieron de entrada a Joni Mitchell, su procedencia, y la riqueza y colorido de su voz me llevan inmediatamente a pensar en Sandy Denny. Y además Laura es una gran guitarrista capaz de orientar sus canciones hacia la melancolía de un Nick Drake, y tambiér hacer que sus temas suenen como para que uno sienta que bien podrían haber formado parte de Led Zeppelin III (“The muse”, por ejemplo)
A la hora de las versiones escuchamos la previsible (porque suele formar parte de sus shows) “Do I ever cross your mind” de Dolly Parton, y la inesperada “Up to me” de Bob Dylan. De las suyas celebramos mucho la blusera “Ramblin man” y las melancólica “Once” y “Sophia”. Laura recordó su paso anterior por Buenos Aires (que incluyó la grabación de un video), preguntó por cuántos presentes anoche habíamos estado aquella vez, y en ese desenvolvimiento se sobrepuso a cierta timidez que le noté en aquella primera visita. Y hasta se animó a estrenar un tema.
Al cantar versos como “You must let me go before I get old I need to find someone who really wants to be mine” (“I feel your love”), Laura expone toda su fragilidad. Pero quienes la seguimos sabemos que eso bien puede resultar aparente, y que también es capaz de afirmar que “Woman alone is not a woman undone” (“Daisy”) y que allí florece la mujer dispuesta a no dejarse arrastrar más allá de cualquier pretensión ajena.
Para el final de un show de apenas una hora y diez minutos, Laura Marling eligió despedirse con “How can I”, tal vez la canción que mejor expresa su periplo californiano y el regreso a su música y su tierra. “Me gustaría ir a cualquier parte contigo. Voy a ir cuando me preguntes: cómo puedo vivir sin ti?. Voy a volver al Este donde pertenezco, pero cómo voy a vivir sin tí?”. Teñidos por esas palabras, cubiertos por esa melancolía tierna y dura a la vez, volvimos a las calles de San Telmo. Si alguien cree que la niebla con la que amaneció esta mañana Buenos Aires nos tomó por sorpresa, se equivoca.


sábado, 9 de abril de 2016

Valle de Muñecas en La Trastienda - Presentación de "El final de las primaveras"

“El final de las primaveras”, el último trabajo de Valle de Muñecas se publicó, haciendo honor a su nombre, en Noviembre del año pasado. Pero la presentación quedó para cuando la primavera recién empieza a hacer pie, pero en el hemisferio norte. Sin embargo este hecho no pareciera ser caprichoso.
Jan, el protagonista de “El malentendido” de Albert Camus, le dice a su descreída hermana Marta durante una charla algo así como que “el otoño es una segunda primavera, donde cada hoja es una flor”. En la obra la frase se afirma en una mirada optimista de la vida y sugiere una apuesta a las segundas oportunidades. Fuera de contexto, las palabras que Camus pone en boca de Jan bien podrían remitir a un elogio de la madurez. Y precisamente esa fue la primera sensación que me quedó del show que Valle de Muñecas ofreció anoche en La Trastienda: madurez. La madurez de una banda asentada hace rato, pero también del disco, maduro en su concepto, con cada canción expresando el máximo de su potencial en escena. Y también maduro en los oidos del público, que recibió la música con más júbilo que sorpresa.
Por ese motivo si tuviera que resumir el show de Valle de Muñecas de anoche, diría que más que una presentación, asistimos a una celebración del disco. Y si de puro rebuscado fui capaz de meter a Camus en la crónica de un show del indie porteño, redoblo la apuesta y lo meto también a Stravinsky: digo entonces que asistimos a la consagración de “El final de las primaveras”.
Para mí la noche arrancó extraña. Amagaba a llover todo el tiempo. El horario del show me permitió una pizza casera antes de partir. Debuté en el 4 con el nuevo precio del pasaje. El colectivo casi no se detuvo en ninguna parada, con lo cual de salir ajustado, terminé llegando a San Telmo con tiempo de sobra. Y eso me permitió presenciar la salida del público del show anterior: las insólitas “Noches sabineras”, que vienen a ser algunos de los músicos de Sabina, pero sin Sabina, cantando canciones de Sabina. Algo así como una reunión de Punch sin Miguel Cantilo (!). Mi yo lombrosiano, además, detecto al sector más arjonesco del público del andaluz.
Aunque voy a hacer solo una mención al pasar, si el inicio del post incluyó cita literaria, no puedo dejar de contar que mientras buscaba un trago en la barra, El Principe Idiota abrió la noche con cuatro o cinco canciones acústicas. La Trastienda no estaba muy poblada a esa hora (después sí llegó más gente), y yo me preguntaba que cómo era posible. La expectativa era grande, los medios del palo le dieron amplia difusión al show (Valle de Muñecas llegó a ser tapa del suplemento joven de Clarin) y las entradas no eran caras. Evidentemente hay un público al que no le interesa expandir sus gustos, concluí. Un público conservador que parece darle más la razón a los Alejandro Medina que a los Alfredo Rosso. En realidad, es muy pobre esta explicación, y solo pretende dar cuenta de la, por lo general pasajera, impotencia que me produce saber que estamos ante un momento tan rico del rock argentino y ver lo cuánto que le cuesta trascender. Pero durante un momento estuve indignado y quería contarlo.
El show arrancó como el disco, con “Las espadas del sol” y al principio creí que iban a tocarlo completo y en orden. Pero no. “Días de suerte” y “Dejadez” fueron las encargadas de sacarme rápido esa idea de la cabeza. “Una brisa fugaz y el zumbido del mar en las entrañas”, esos versos bien podrían resumir el concepto de la música de Valle de Muñecas: el zumbido de las guitarras y la brisa que significan las melodías sobre ese sonido eléctrico. El disco nuevo tiene mucho del anterior (“La autopista que corre del océano hasta el amanecer”), pero sin embargo no es tan facil de asimilar. Algo anduvo diciendo Manza acreca de esto en los medios. Tal vez dando lugar más a su mirada de productor que de músico, dio en el clavo en las dos características fundamentales que distinguen a “El final de las primaveras”: las guitarras de Fernando Blanco y el carácter algo más exigente del álbum, a la hora de degustarlo.
El esquema del show consistió en idas y vueltas a lo largo del disco y del resto de la discografía de la banda. “El final de las primaveras” (la canción) pasa de una voz quebrada a una explosión noise envolvente. “Reinvención” sostiene ese mismo esquema aunque en un andar melódico más ameno. De las nuevas, “Una hoja en blanco” y “Las cosas perdidas” fueron las mejor recibidas. En “Esta vez” un único haz de luz ilumina la cabeza calva de Manza que le canta una despedida confidente. Y “Sábados” y “Ni un diluvio más” ganaron entre los clásicos más festejados.
A la hora de citar a Menos Que Cero, Manza eligió la inesperada “Cartas” y después la punkie “Recuerdos del invierno”. Y de allí, de esos días de lluvia y viento que recuerdan a los inviernos que se van, uno puede intuir el comienzo de esa primavera a cuyo final le estábamos cantando. Porque como dice “La llave de los días mejores” que le siguió: nada sucede al azar.
Para el final quedaron “La soledad no es una herida” y “Gotas en la frente” para que la comuníón entre la banda y su público sea absoluta. Y un tramo de bises a la medida de fans de la primera hora con “Rutina especial”, “Regresar (a traves de la noche)” y una despedida definitiva con “Vamos al cine”. Otra vez la suerte, esta vez como guía de una caida inevitable, dice presente en universo Valle de Muñecas, para darle cierre a una noche que tuvo en el afuera un guiño cómplice: la llovizna que aumentaba su caudal disfrazaba el clima de una típica primavera porteña en retirada. Claro que el otoño bien podría reclamar con justicia también esa puesta. Pero que se arreglen entre estaciones, yo me quedo con la música. Que de flores y hojas secas, se ocupe Camus.


domingo, 3 de abril de 2016

Enrique Bunbury en el Luna Park - Mutaciones Tour 2016

“Hoy amanecí con los puños cerrados, pero no lo tomen al pie de la letra, es apenas un signo de perseverancia”. Así comienza “Otra noción de patria”, el poema de Mario Benedetti al que Enrique Bunbury le pidió prestado el primer verso para su caótica y desesperanzada visión de su España, en “Iberia Sumergida”. Música que nació a mediados de la década del '90 pero a nadie que esté un poco atento a las noticias le pasará desapercibida la actualidad de aquella descripción. Allá en Iberia, y ahora, después de unos años de respiro, también por estos pagos. Pero además, y desde ya sin que medie intención posible, el poema de Don Mario habla de perseverancia, y esa condición sirve muy bien para adjetivar al artista zaragozano más latinoamericano que jamás haya existido. Un artista que sin perder jamás su impronta no se conforma nunca, no se detiene en las búsquedas y lleva su forma de vida al escenario con sincera fidelidad.
Anoche, el del Luna Park era un concierto especial: por lo general Enrique comienza sus giras en el norte y llega al país al final del recorrido. Esta vez Córdoba y Buenos Aires fueron la plataforma de lanzamiento para el “Mutaciones Tour 2016”, la expansiva concreción sobre el escenario del Unpluged (que en verdad no lo es tanto) en MTV, cuyo testimonio grabado se publicó como “El libro de las mutaciones”. Ese reencuentro y replanteo de su obra llegó como nunca a una etapa a la que Bunbury ha recurrido en su etapa solista solo en ocasiones esporádicas: las canciones que grabara con Héroes del Silencio. Sin nostalgia y con apenas una leve cuota de inevitable melancolía, el reencuentro de Bunbury y esas canciones con el público porteño, concretó una enorme fiesta en donde la memoria y las gargantas, fueron las destacadas de la noche.
Se trata de una etapa extraña y novedosa en la carrera de Bunbury, porque además de apelar como pocas veces al repertorio de su banda madre, viene de publicar “El camino más largo”, el rockumental de Alexis Morante, en donde deja ver su intimidad (en el marco de una gira norteamericana) como nunca antes.
El repaso, tal cual lo advertía el programita que repartían en la entrada, no sería parejo. Así que mientras “El club de los imposibles” cita al Bunbury más bohemio, “Destrucción masiva” se corre al tramo más apocalíptico de “Palosanto”. Y el cover de Raphael, “Dos clavos en mis alas”, es el único tema nuevo en esta etapa. Pero claro, los fans esperaban el viaje al mundo Heroes.
Si bien los temas grabados en MTV daban algunas pistas, fueron varias las sorpresas. Y a primera vista lo que yo noté fue que las canciones elegidas fueron las que más explícitas referencias literarias tienen. Alejandro Casona en “La sirena varada”, la decadencia de Baudelaire en “Avalancha”, William Balke para “El camino del exceso”. Esas fueron algunas de las primeras citas. En el medio “Porque las cosas cambian”, con los reflectores tiñendo el escenario de amarillo. Ironías del destino.
En escena Bunbury sigue siendo el mismo de siempre: una cruza de Daltrey y Jim Morrison, con movimientos de torero. Su banda, Los Santos Inocentes, es una extraordinaria conjunción de buen gusto y energía rockera, aunque este último atributo no estuvo tan presente anoche como en las últimas visitas. El escenario estaba adornado por una especie de serpientes aztecas luminosas, que le daban un toque místico a la puesta.
A la hora de los nuevos arreglos a las canciones de Héroes del Silencio, “Iberia...” adquirió una cadencia reggae, y en un principio se nota que el encargado principal de revestirlas es Jorge Rebenaque desde los teclados. Es él el responsable del leve toque funk en “El camino del exceso” y del rythm & blues más puro para “Avalancha”, donde además se destaca el slide de Jordi Mena. Pero al margen de los esfuerzos, la efusividad con la que el publico cantó esas canciones, tapó cualquier pretensión a la hora de degustar los nuevos sonidos.
“Que tengas suertecita” primero y “Alicia (expulsada al país de las maravillas)” dieron paso a un momento del show donde Los Santos Inocentes se pusieron el traje de El Huracán Ambulante. Rebenaque tomó el acordeón y sonaron “El extranjero” e “Infinito”. Curioso momento el de parte del público, que al cabo de gritar eso de “los nacionalismos, qué miedo me dan!” pasó a cantar “el que no salta es un ingles”. Pero bueno, era dos de Abril y había que meter Malvinas por cualquier hueco. “El hombre delgado que no flaqueará jamás” (esos temas donde Los Santos Inocentes rockean a lo Heartbreakers) y “Despierta”, fueron las encargadas de encaminar el show hacia el final.
Llegó “Mar adentro”y ese amor que cambia de labios, y que muestra al Bunbury más hedonista. Y la gran sorpresa de la noche, con tal vez el mejor tema que Bunbury haya compuesto jamás: “Maldito duende”. Versos nacidos bajo la percepción reconvertida por los efectos de las drogas, cuya letra fue cantada de tal forma, que poco podré decir de cualquier nuevo arreglo que Bunbury haya pretendido. Y si se trata de soledades y suspensiones, el cierre dejó de lados las citas literarias de Héroes del Silencio, para su gran tributo a Bowie, y su propia reinvención de la historia de Major Tom: “Lady Blue”.
Los bises constaron de dos tramos de tres canciones cada uno. El primero empezó con “Más alto que nosotros sólo el cielo”, siguió con “El rescate” de “El viaje a ninguna parte” y cerró con otro clásico a viva voz: “La chispa adecuada”, o como diez mil personas le cantan a un desamor con, otra vez, versos prestados de Mario Benedetti.
Pero fue el segundo regreso el que evidentemente estuvo craneado como despedida. Dos temas de “Las consecuencias”: “Los habitantes” y “De todo el mundo”, una especie de auto plegaria en la que Enrique se confiesa, como si hiciera falta, un espíritu libre. Y por último, el vals de “Flamingos”, “...y al final”, tema que parece ideado para una despedida definitiva en los mejores términos, pero que en su tono ameno, en la relación de Bunbury con su público, pareciera dar puntapié a la melancolía que perdurará hasta el próximo encuentro.

La gira recién comienza y habrá que ver si Enrique Bunbury la armó como una retrospectiva inalterable, o si guardo gemas para ir corrigiéndola o renovándola al cabo de su continuidad. Por lo pronto, en Córdoba y en Buenos Aires la lista fue la misma, y por el momento lo que los porteños podemos decirle al resto de Latinoamérica es que preparen sus gargantas. Las van a necesitar.