domingo, 17 de abril de 2011

No Te Va Gustar en el Luna Park

Demasiados shows internacionales me habían hecho olvidar estas auténticas celebraciones que son lo conciertos masivos de las bandas de rock nacional (rioplatense en este caso). Fogones gigantes en donde la gente canta a viva voz cada una de las canciones. En donde no es necesaria ninguna arenga porque cada gesto que provenga desde el escenario será interpretado y respondido al instante por un público que va a dejar sangre, sudor y lágrimas a cada concierto. Comunión absoluta, entrega total en una noche que en medio de los saltos y las voces resulta una reafirmación de identidad que lleva a que uno se atreva a creer que el norte no estuvo arriba y que, como en la canción, fue todo sur. Por lo menos ayer. O, citando el nombre del último trabajo de la banda uruguaya No Te Va Gustar, por lo menos hoy. Y el Viernes y el Lunes también, fecha en la que cierren una histórica zaga de shows en el Luna Park que va a haber convocado a unos 50000 personas marcando un record para la banda, y consolidando un crecimiento ininterrumpido desde que aquel odio despechado hecho canción que es “Al vacío” empezara a sonar por las radios de este lado del Rio de la Plata.
Una poco habitual apertura tuvo la noche, porque estuvo a cargo del grupo español Vetusta Morla, que anda por estos días en Buenos Aires y que con su pop melódico animó la previa. Fueron bien recibidos a pesar de un estilo nada congruente con el de NTVG, apelaron a sus temas más guitarreros del disco “Un día en el mundo” (2008) y hasta anticiparon una nueva canción de un nuevo e inminente trabajo.
Antes de subir al escenario, la banda mostró en las pantallas un “making off” de la grabación de “Por lo menos hoy”, el disco a presentar. Y eso no es casual. Por un lado porque se trata de una costumbre repetida en la banda, pero además porque es crucial observar el clima que rodea a la grabación para comprender de dónde surge la frescura plasmada en el disco y la fraternidad que se nota cuando los músicos suben al escenario. Se aprecian las sonrisas al grabar cada instrumento, la manera en que las canciones van tomando forma, la atención de los músicos frente al televisor y el estallido con el gol de Forlán a Ghana (el disco se grabó durante el Mundial 2010) y al mismísimo “loco” Abreu metiendo coros. Y después sí a abrir el show, con dos platos fuertes: “Con el viento”, del disco a presentar, y “Fuera de control” un clásico reservado generalmente para liberar las últimas energías al final de sus recitales y que esta vez sirve como puntapié inicial para desatar el primer pogo. Y le siguen “Chau” una manera sutil de despecho a un viejo amor que pretende regresar, sutil al menos al lado de los deseos de saltos al vacío y culpas eternas de “Al vacío”, canción que la prosiguió en la lista.
La escenografía constaba de una imagen gigante del bote dibujado a lápiz que es la tapa del disco, y un par de pantallas de leds, que apenas aportaban dibujos geométricos de colores. La consigna es simple: solo canciones. Y al principio de la crónica hablé de fiesta. Y cuando uno participó de una fiesta sabe que la mejor manera de contar lo que vivió es revivir anécdotas. Como que anoche se grababa un DVD y los músicos pidieron a la gente evitar los silbatos difíciles de ocultar en la mezcla. Pero las anécdotas en este caso, mas que nada son las canciones. La bella melodía de “Los indiferentes”; el gran solo de Pablo Coniberti en “Arde”; la recuperación de “Tirano”, esta vez sin Ruben Rada en los coros, y que se resignifica con la derogación de la Ley de Caducidad ocurrida en los días previos en Uruguay. La voz y la imagen de Eduardo Galeano hablando del “miedo de los hombres a las mujeres sin miedo” que preanuncia “Nunca más a mi lado”, la canción en la que No Te Va Gustar saludablemente se sumerge en la problemática de la violencia de género, tema poco abordado por las bandas de rock. Sobre una bella melodía, la letra evita caer en golpes bajos, aunque en esa intención cae en algunos lugares comunes. Es primer tramo del concierto se cierra con “El oficial”, otra canción de “Todo es tan inflamable” que relata el fusilamiento de tres amigos durante los días revueltos de Diciembre de 2001. Buen ejercicio de memoria en estos días en que los lobos asesinos de aquellos días se visten de corderos para sonreír desde los afiches de campaña.
La segunda parte del concierto arrancó con Emiliano Brancciari sentado y la banda en una versión semi acústica. Allí devolvieron a su repertorio a “De nada sirve”, una de esas canciones que incluyen una decena de frases que pueblan las remeras y los cuadernos de los fans adolescentes, que se encuentran representados en citas como “no sé entregarte la vida, tampoco vivir sin vos”. Después “Memoria del olvido” del último disco y el rescate de la hermosa zamba de “Aunque cueste ver el sol” (2004), “Ni uno suelto” y que representa la variedad de estilos que abordan las canciones de NTVG. Ska, reggae, rock, y por supuesto candombre y murga. Y seguido llega “Clara”, el punto de mayor emotividad de la noche, con Condor Sbarbati y Dany Suarez (en pijama, anticipando el regreso de Bersuit) aportando en los coros de indeleble matriz montevideana. Y después, con los dos invitados aún sobre el escenario y Emiliano recuperando la guitarra eléctrica, “Verte reir”. A la lista de invitados se sumó Juanchi Baleiron, productor del disco, que aportó en dos temas nuevos: el poderoso “Tu defecto es el mío” y el reggae “Volar” en donde la guitarra se Juanchi se sintió a sus anchas y despuntó un gran momento desde lo musical.
Desde que sonó el riff pegadizo de “Pensar”, hasta el final fue una sucesión imparable de hits con una respuesta de absoluta entrega por parte de la gente que hizo palpitar al cemento del Luna Park La chacarera “Mucho más feliz” cosechó las palmas de todos, y “Cero a la izquierda” ( con “Mosca” de Los Auténticos Decadentes) ganó por demolición. Después “Te voy a llevar” con la ya clásica cita al “Todo un palo” de Los Redondos. Y las pantallas abandonan por primera vez su postura abstracta para recordar innecesariamente la letra de “Ya no hay dolor”, porque la gente la canta de memoria, sin reparar en que el “pero me di cuenta que pudo seor peor, que no fue para tanto” se contradice con el “que podría ser peor, eso no me arregla a mí” que coreaban minutos atrás. Y el final fue con un tema de su primer álbum “Solo de noche” (1999), “No era cierto”. “Pensé que estaba solo y no era cierto, si tengo con quién quedarme a festejar” canta Emiliano mientras una apoteosis de revoleo de remeras en el estadio no es más que confirmarlo. Quedaron como bises, y para completar las más de dos horas y media de show, el bailable “El camino” y regreso al disco debut con “Nada para ver” y la gente revoleando remeras y coreando el “no, no, no, no, no te va gustar” sobre el riff de vientos en un tema reggae que en vivo deviene es un ska de desbordante energía.
No veía a No Te Va Gustar desde la presentación de “Todo es tan inflamable” y tengo que decir que el crecimiento en popularidad ha ido de la mano de una enorme madurez como banda. Suenan compactos, Emiliano canta mucho mejor, el creciente éxito no los estancó en la búsqueda de nuevas vetas rítmicas y melódicas para sumar a su ya de por sí variada oferta. Si alguno le sobra tiempo y nos pesos, le quedan dos fechas más para verlos. No se van a arrepentir.

miércoles, 6 de abril de 2011

The Flaming Lips en G.E.B.A.

La pantalla semicircular muestra la imagen de una chica desnuda que baila en la ruta. De a poco mientras las luces y la música acompañan su danza leve, la chica se va colocando en posición de parto y su vagina, que queda en primer plano, va ganando en tamaño y se convierte en gigante y multicolor. (Así que estos eran los famosos labios en llama? Mirá vos que ingenuo yo!) A través de ella “nacen” al escenario de a uno los músicos y toman lugar frente a sus instrumentos. Wayne Coyne aparece envuelto en una placenta transparente que se infla y se transforma en una burbuja espacial. Él la mueve desde adentro, a lo Peter Gabriel recorriendo el escenario para, explanada mediante, lanzarse sobre el público que se abalanza sobre ella y la hace pasar por encima de cada uno de los concurrentes, al menos de los que están más cerca del escenario. De regreso el cantante se libera, y mientras suenan los acordes de “The fear”, durante los siguientes minutos se podrán ver en escena: dos grupos de unos diez bailarines vestidos de naranja, mujeres y hombres, uno de ellos con barba beduina y hasta un enano; cada grupo a un lado del escenario, lugar en el cual agitarán sus brazos, animarán a la gente y bailaran por el resto de la noche, incluso rodeando a un alien inflable. Un bajista que toca sentado y un guitarrista que saluda con voz de Buonanotte. Un cantante que en sus movimientos toma la máquina de humo y convierte el escenario en una nube espesa, o que dispara con sus lanza-serpentinas de largo alcance, mientras decenas de globos recorren las cabezas de la gente, y que cuando explotan liberan miles de papelitos multicolores. Ese cantante además tienen una cámara en el micrófono y su imagen en primer plano se va a agigantar en la pantalla trasera como si fuera uno de los impertinentes hermanos que conducen MDQ. Se trata obviamente de Wayne Coyne, que como si fuera poco, si uno lo mira al descuido tiene un aire a Tim Burton y quien en un momento va a aparecer encaramado en los hombros de un oso, mientras decenas de flashes se disparan sobre nuestros ojos dejándolos perplejos. Para completar la escena, el paisaje se aúna con la propuesta y los trenes hacen sonar sus bocinas, mientras aparecen y desaparecen a un lado y al otro, por detrás del escenario.
El show de The Flaming Lips había comenzado de manera inusual: los músicos, Coyne incluído, hacían las últimas pruebas de micrófono sobre el escenario. En un momento Wayne Coyne llamó a una traductora que titubeante (mi pobre inglés entendía mejor lo que decía al americano, que la balbuceante traducción de la chica) para advertir que el show utilizaba fuertes luces y que en caso de convulsiones entre el público, lo que había que hacer era….no mirar. La gente, mientras tanto, recibió el anuncio de las convulsiones con un enorme griterío. Insólito comienzo, casi desmitificador para los grupos de rock que suelen hacer de su entrada al escenario un plato fuerte, pero claro, el inicio del concierto es tan fuerte desde lo visual que a los pocos minutos nadie se va a acordar de esto.
Hasta ahora solo me referí a la parafernalia que rodea a la banda, pero es indispensable decir que si esta apuesta sonora y lumínica funciona es porque detrás hay una banda de rock extraordinaria, que ha sabido absorber las mejores influencias y hacen de su música una especie de psicodelia progresiva que consigue trasladarse a escena con fidelidad y desenfado. Que han grabado una decena de discos magníficos, muchos de ellos indispensables, y que se toman tiempo para “entretenerse” con proyectos alternativos, como la reciente colaboración en un EP con los Neon Indian, o para grabar su propia versión de un clásico como “The dark side of the moon” y salir siempre bien parados. Basta introducirse en los primeros temas del show, como “Warm mountain” o “”Silver trembling hands” ambas de “Embryonic” (2009) para comprender que todo, música y escena, son parte de un solo conjunto, de un espectáculo que significa una experiencia sensorial incomparable con cualquier concierto que hayamos presenciado antes en nuestras vidas.
“She dont’s use Jelly” nos transporta al primer Flaming Lips, en la primera mitad de los ’90, y “The yeah, yeah, yeah song” encuentra al público por primera vez saltando y cantando, después de contemplar atónito el bombardeo inicial. Y todo el despliegue desaparece gradualmente, para que sea solo la melodía de la bellísima “Yoshimi battle the pink robots pt.1” la que produzca un momento de mágico encantamiento, mientras Coyne toca la acústica pasando la mano dentro de un globo transparente que cubre la parte delantera de su guitarra. Hacia el final de “See the leaves”, Wayne Coyne aparece con dos manos gigantes que disparan decenas de rayos laser y que apuntan contra un bola de espejos que desciende sobre el escenario y multiplica esos rayos consiguiendo un momento fascinante desde lo visual.
El bajo de “The ego’s last stand” marca el pulso del ingreso al momento más progresivo de la noche, cuando la canción se vuelve estallido, retorna a una calma siempre psicodélica y deriva en la descomunal “Pompeii Am Göotterdämmerung” de “At the war the mystics” (2006), que nos transporta hipnotizados al Pink Floyd circa “Animals”, mientras Wayne Coney golpea un gong gigante que despide luces multicolores desde su circunferencia y se acopla al bombardeo lisérgico de flashes que cubre el escenario. El final del show empieza su recorrido final como la contracara de todo lo visto hasta entonces, con el escenario en penumbras, nosotros ya entregados al hechizo que propone la banda, y la melodía sugerente de “What is the light” que gana de poco en intensidad mientras la pantalla recuerda, palabra por palabra, la letra que pregunta “What is the light that you have shinning around you? Is it chemically derived?”. El instrumental “The observer” termina por redondear el concierto.
Los bises fueron dos: primero el éxtasis absoluto de “Race for the prize” en donde todo lo visto hasta el momento se multiplica por mil, las serpentinas caen de todos lados, cañones lanzan papelitos de a millones y los flashes y las luces descargan todo su potencial mientras la gente corea eufórica el riff del teclado. Y luego la encantadora “Do you realize?” que se prolonga interminable, con la gente es absoluto estado de hipnosis cantando junto a Coyne que amaga con irse y empieza nuevamente, sabiendo que es un final que nos va a dejar a todos con ganas, pero que necesariamente tiene que terminar en esa adormecedora melodía que se volvió clásico desde el dia que salió “Yoshimi battle the pink robots”, allá por el año 2002.
Presenciar a los Flaming Lips es una experiencia única. Un show impecable al que solo puede achacársele alguna debilidad en el volumen, especialmente al comienzo del show, pero que sabemos que reclamar es una batalla perdida mientras en esta ciudad sigamos bajo los designios de Nuestro Señor de las Bicisendas.
A la salida veo a una chica con una nena en brazos que debe tener unos dos años y me imagino, después de tanta serpentina y tanto globo, lo difícil que será para esa madre conseguir pelotero que conforme a esa nena somnolienta los próximos cumpleaños. Se lo digo y la chica sonríe. Sonríe y me dice que la nena está acostumbrada, cosa que llevó a preguntarme sobre qué tipo de hongos crecerán en su jardín. Después apuré mis pasos porque temía que algún monstruo de luz haya cobrado forma a mis espaldas y me estuviera persiguiendo. A la salida, las balizas giratoria de los patrulleros me parecen apenas débiles luciérnagas. Mientras tanto mi mente me devuelve el recuerdo de un gran show anterior de Massacre, aunque a esa hora no podía asegurar que haya ocurrido en el mismo lugar ni en el mismo tiempo.

domingo, 3 de abril de 2011

U2 en el Estadio Unico de La Plata

Apenas entré, todavía de tarde, al lugar del concierto de U2 descubrí que parece hecho a medida de la puesta en escena del 360º tour. “The claw” y el Estadio Único se llevan de maravillas. El escenario es impactante. Uno espera eso de U2, pero siempre doblan la apuesta y terminan por sorprender igual. La estructura que ellos arman en tres días parece una obra pública de esas que acá se proyectan para dos años y terminan haciéndose en diez y costando el triple. El mismo Estadio Único es buen ejemplo de esto. Empiezo por contar esto, porque no creo que se aun hecho menor. En definitiva: buena acústica, se ve bien de todos lados y encima está rodeado por vecinos de clase media, con lo cual, si algún día se quejan de las vibraciones en el suelo, no habrá Rodriguez Larreta que les de pelota.
Excelente elección la de Muse como teloneros. Porque se trata de una banda que (HAARP mediante) demostró que los estadios le sientan perfecto. Yo los había visto en el Gran Rex en un punto más alto de su carrera (“The resistance” es, definitivamente, un paso atrás), y tengo que decir que los cuarenta minutos de anoche fueron poco. Aunque al comienzo la voz de Bellamy no fue ayudada por mezcla, para la altura de “Time is running out” ya mostraban lo mejor de sí. Levantaron al público con “Uprising” y “Starlight” y cerraron con la arrolladora “Knyghts of Cydonia”. Una presentación que, a diferencia de lo que pasó con Franz Ferdinand en 2006, acaparó la atención del público que no los conocía a fondo (más de uno hoy anda en Taringa! bajando sus discos) e hicieron las delicias de los suyos, que no fueron pocos: ví muchas, pero muchas en serio, remeras de Muse en el estadio.
Ya con el estadio repleto, la espera estuvo amenizada, como toda la tarde, por música clásica variada (Sinfonía 40 de Mozart, Bolero de Ravel) que parecía de esos compilados de “Los mejores 100 momentos de la música clásica” que se venden por TV compras. Ya acercándose el momento del show se escuchó a REM y una sorpresa que provocó el primer estremecimiento: el riff de “De música ligera” levantó a la gente que saltó y cantó como si estuviese en un show de Soda. Regalo inusual para una banda extranjera y que sirvió para complementar el rezo por la salud de Gustavo Cerati que Bono hiciera en el show del Miércoles. Después lo sabido, el 360º tour.
Si la puesta en escena tenía pretensiones épicas, la melodía del “Space oddity” de Bowie que antecede la salida de los músicos termina por coronarlo. Ya en escena los irlandeses muestras de entrada sus dos versiones: primero la experimentación made in “Achtung baby” con “Even better than you real thing” Y después la frescura de sus inicios con “New year day”. “Magnificent” nació para himno de estadio y “Mysterious ways” nos devuelve a “Achtung baby”, un disco que está cumpliendo 20 años y como a los mejores vinos, el paso del tiempo no hace más que enriquecerlo.
El setlist es un repaso de buena parte de los hits de su carrera sin olvidar que, entre otras cosas, hay un excelente “No line on the horizon” para presentar. “Get on your boots” será el primer gesto en ese sentido. “Elevation” levanta al público por primera vez y con “I still haven’t found what I’m looking for” (con cita a “Stand by me”) la magnificencia de la puesta se rompe para colocar a la banda en una relación íntima con el público. Situación que se complementa cuando Bono hace subir a una chica para hacerla leer dos estrofas de “Gracias a la vida”, dedicada a una cantante que “ya no está” (Bono no nombró a Mercedes Sosa). Desconozco si el corazón de la chica sobrevivió al episodio, pero yo me quedo con una curiosidad: Bono y Hugo Chavez rescataron en la misma semana y en la misma ciudad, los mismos versos de Violeta Parra.
Que U2 es un mecanismo perfecto no es ninguna novedad. Relacionándolo con el lugar del concierto, se podría decir que U2 es Estudiantes de la Plata. Sólido, que no te da respiro en ningún tramo de la noche y cuando es necesario contundente. Contundencia que aparece cuando suenan temas como “Get on your boots”, o más tarde, “Elevation”, pero que no pierde eficacia cuando el show apela a lo emotivo. En ese sentido no hubo manera de no sentir como la piel se erizaba con la preciosa versión acústica de “Stuck in a moment”, con dedicatoria a Michael Hutchcence. “It’s just a moment this time will pass…and never tears apart” cantó Bono en el final. “Beautiful day” fue la encargada de cerrar a puro salto ese tramo del concierto. La base Clayton-Mullen no es solo monolítica sino que es corazón de la banda, la guitarra de The Edge inventa sonidos todo el tiempo, y Bono es un frontman de esos a los que ninguna situación les queda grande. Y si alguien duda, busque en Youtube alguno de los cientos de videos que debe haber de la interpretación de “Miss Sarajevo”, haciendo gala de sus tonos operísticos y consiguiendo que el recinto permanezca en un silencio perplejo de respeto y admiración.
Lo más sorprendente es la manera en que Bono y los suyos consiguen que la gigantesca parafernalia que los rodea se limite a ponerse al servicio de la música. Algo que yo no había podido percibir desde mi pésima ubicación en el “Vértigo tour” y que ahora, con una puesta más pretenciosa aún, fue una sensación tan natural como evidente. Los efectos, los bombardeos lumínicos de una estructura que desde sus “garras” despide luces como fogonazos, que tiene una pantalla superior que a veces desciende hasta quedar sobre la cabeza de los músicos, los puentes móviles que unen al escenario con el anillo que lo rodea (cuando Bono y The Edge buscan tocarse estirándose desde cada uno de los puentes, son dos chicos jugando en su parque de diversiones), todo es un complemento de una banda de rock, que desde el centro de la estructura, literalmente te pasa por arriba. El momento crucial en cuanto al lucimiento de “The claw” fue la triada “City of blinding lights”, “Vertigo” (perdón Japon, si volvió a temblar, esta vez fuimos nosotros desde el otro lado), y el éxtasis de adrenalina lumínica en “I’ll go crazy if I don’t go crazy tonight”, con el estadio convertido en un auténtico boliche, en otro momento culminante que incluyó cita a “Two tribes” de Frankie goes to Hollywood. Durante “City of blinding…” Bono hizo subir a otra chica, que esta vez fue la privilegiada destinataria del “You look so beautiful tonight”
Luego, el redoble más famoso de la historia dio por inicio a “Sunday, bloody Sunday” que significó el momento más político del show, con la mención a la liberación de Aung San Suu Kyi en Birmania, una de las causas que la banda asumió como propias y un final con “Scarlet” y el escenario rodeado de velas con el símbolo de Amnesty International. Pasó “Walk on” y luego “One” con la gente elevando sus celulares y cantando con lo que quedaba de voz, una de las más bellas canciones que los irlandeses hayan creado. Y otro clásico: “Where the streets have no names” que bien podría estar dedicado a La Plata, aunque algún fundamentalista platense diga que allí, las calles sí tienen nombre.
Le siguió un video lisérgico que cuando se apagó, mostró a la banda regresando desapercibida, con Bono cantando “Ultraviolet” con un micrófono rodeado por un círculo rojo, que parecía un volante iluminado, y que también le sirvió para improvisar alguna pirueta gimnástica. Micrófono que se volvió azul para otro clásico: “With or without you” (algún día me gustaría que esos DJ’s adeptos a mezclar canciones, cruce esta con “Heroes”, hay algo en el pulso del bajo que las une). El final fue, al igual que el miércoles con “Moment of surrender” en un cierre de alta emotividad y un lujo que no puede darse cualquier banda con más de treinta años de trayectoria: terminar un concierto con un tema de su último disco. Y mientras Bono se despedía al grito de “Aguante La Plata” (lo pongo con mayúsculas porque quiero creer que él también lo pensó así), la gente se amuchaba para irse, sabiendo que el regreso iba a ser más que complicado. Yo hice lo mismo, porque si perdía la combi que me traía de regreso a Buenos Aires, quedaba más perdido que Stevie Wonder en Parque Chas.

viernes, 1 de abril de 2011

Jane's Addiction en el Anfiteatro Costanera Sur

Si uno consulta a cualquier asociación de defensa del consumidor, sabrá que las compañías de telefonía celular son las líderes en cuanto a reclamos. Ya se sabe: planes poco claros, promociones confusas, etc, etc. Pero si a mí me decían que mi compañía de teléfono celular me iba a regalar un concierto de Jane’s Addiction, no hubiera tenido problemas de firmar un contrato de por vida, a la manera de un Fausto 2.0. Aunque en lugar del diablo, estaría Movistar del otro lado. Bueno…no quiero hilar muy fino, no sea cosa que sean lo mismo, solo que en su versión tradicional, el señor de las tinieblas te entregue poder y mujeres, y en su versión moderna te regale minutos libes y SMS. Y recitales, claro. Porque de eso se trata esta crónica.
Llegué cuando estaba terminando Bicicletas. A lo lejos escuchaba el riff de “Araña negra” y pensé: yo los voté para que sean soporte (era una de las maneras de conseguir entradas) y ahora me los pierdo. Lástima. Lástima por dos motivos: por habérmelos perdido y por tener que presenciar el show de Edward Shape and The Magnetic Zeros. Si nosotros como público éramos la comunidad Movistar, ellos eran la Comunidad de la estrella Movi. Uno hippies fundamentalistas con un cantante que…como decirlo? Vicentico bajando del techo después de cambiarle la membrana asfáltica a la terraza durante la peor tarde de un verano de Enero, es Michael Buble al lado de este tipo. Exagero? Puede ser, pero el día que los recitales de rock sean auspiciados por empresas de grifería, se tiene que buscar otro laburo. O vivir de lo que coseche, para ser más justo. Canciones folkies, con algún rastro lejano de psicodelia. Arreglos a veces exagerados de cuerdas. Melodías que se pierden y de pronto estallan en estribillos tipo “Hair”. Alegres, eso sí. No me gustaron y fuimos varios. Pero algunos bailaron levemente y aplaudieron, lo reconozco.
A las 21hs en punto se descolgó un telón negro que cubría el escenario y Jane´s Addiction arrancó con “Whores”. Sonido poderoso marca registrada. Del techo colgaban atadas una rubia y una morocha enfundadas en cuero. BDSM & Rock and roll. Perry Farrell con pañuelito al cuello y musculosa negra presenta un look que a sus más de 50 empieza a darle un tono pendeviejo que le queda bárbaro. Gran performer, timbre inconfundible y simpatía al por mayor. Dialogó mucho con el público en un esforzado español. Recordó su visita como DJ a Pachá a principios de siglo y bromeó acerca de Justin Bieber. Preguntó si la chica encaramada en los hombros que estiraba los brazos hacia él era su regalo de cumpleaños, a lo que la gente le respondió con el “Happy birthday…” de ocasión. Recomendó irónico no beber y reservar el sexo para después del matrimonio. Se acercó al público para que lo toqueteen, se revolcó por el piso y se entregó a las chicas amordazadas, que volvieron para bailar provocativas delante de una imagen religiosa. Si Bergoglio estuvo anoche, hoy se pasa a Personal.
Stephen Perkins se desloma detrás de sus tambores y Chris Chaney hace que no extrañemos a Eric Avery. Y además está Dave Navarro. Un animal. Cualquier cosa que yo haya pensado de él hasta ayer queda chica cuado uno está frente a esa guitarra del infierno. Cada acorde y cada riff que sale de su instrumento se te mete en el cuerpo como una descarga eléctrica. Los solos son saguinarios, pero además como guitarrista rítmico se pone a la altura de Hendrix. Un lujo poder verlo sobre el escenario, en donde se comporta como la contracara de Farrell. Parco, escondiendo la mirada bajo un sombrero que no se saca en todo el show. Fumando y apenas devolviendo una sonrisa y un tímido “thank you” a los halagos del público. Hasta mira apenas de reojo a las chicas cuando bailan a su lado, claro que después de Carmen Electra es lógico que nada lo sorprenda.
El set fue tan clásico como breve. “Ain’t no right” provocó el primer pogo. Lo mismo pasó con “Been caught stealing”. Hubo momentos más densos como “Ted, just admit it…” y hasta un tema nuevo: “End to the lies” con una guitarra espesa sobrecargada de efectos. “Three days” fue la encargada de ponerle música al baile sacrílego de Farell, y “Superhero”, “Ocean size”, “Then she did” y “Mountain song” fueron auténticas andanadas de una energía descomunal. Se fueron del escenario para regresar con “Stop” y arrasar con lo poco que quedaba en pie. Y le dieron a un concierto desbordado de energía, un cierre minimalista y acústico con “Jane says”. Me hubiese gustado un cierre más arriba. “Just because” por ejemplo no hubiese estado nada mal. Pero se trató de apenas una hora y media, y además gratis. Nada para reprochar. Primer paso de Jane's Addiction por el país, al que llegaron de rebote, porque vinieron en realidad a Chile, a la versión Sudamericana del “Lollapalooza”, aquel festival que Farell ideara en los ’90 que alcanzó dimensiones míticas.
El resto de las empresas de las van a tener que esforzarse mucho para que cambie de compañía de celular. Resucitar a Hendrix o a Zappa, como mínimo. Porque estos tipos de Movistar, de los cuales no esperaba más que una banda tributo a Styx, me trajeron a Jane’s Addiction! Inesperado por donde se lo mire. Aunque pensándolo bien, tiene algo de lógica. Porque para qué nos vamos a engañar, si aquella advertencia que inauguraba “Ritual de lo habitual” y que decía “Señores y señoras, nosotros tenemos más influencia con sus hijos, de la que tu tienes” hoy se ajusta mejor a la compañía que auspicia el concierto, que a cualquier banda de rock del planeta.