domingo, 29 de septiembre de 2013

El Club de Tobi en La Oreja Negra

                El Rio de la Plata funciona de manera diferente a la hora de simbolizar la relación entre argentinos y uruguayos. A veces resulta casi un frontera infranqueable, como a la hora del futbol de selección, ciertos prejuicios basados más en mitos populares que en realidades concretas, la nacionalidad de Gardel, e incluso  ahora hasta la soberanía sobre las Malvinas (???) podría entrar en ese rubro. Pero en varios otros puntos, y en especial a la hora de la música, la cosa funciona diferente: el adjetivo de rioplatense resulta un manto que cubre a toda la zona bajo una misma hermandad, que transforma al cauce de agua dulce más ancho del mundo en ese charco al que solemos referirnos cuando el espíritu siente que las distancias se acortan hasta casi extinguirse.
                En el caso de El Club de Tobi, el cuarteto de cuerdas montevideano que felizmente se ha tomado la costumbre de cruzar el charco cada vez más seguido, lo que describí en el párrafo anterior funciona de manera más que elocuente. El repertorio (al menos en vivo) tiene tanto de acá como de allá, y el bagaje cultural que los lleva a sumergirse en su tan particular manera de interpretar esas canciones, es fácilmente reconocible y asimilable. Hace rato que tenía ganas de volverlos a ver en vivo, pero por lo general habían adoptado la mala costumbre de venir a tocar los días en que juega River, y el cruce de pasiones internas siempre me llevo a privilegiar a la banda roja por sobre cualquier evocación musical. Ayer no solo esto no sucedió, sino que llegaron para tocar en La Oreja Negra, el amigable recinto de Palermo, cuyo ambiente no solo permite acompañar el disfrute del show con un rico y variado tapeo, sino que también es capaz de construir una previa visual con una brochette ecléctica que incluyó a La Naranja Mecánica y al DVD de Spinetta y las Bandas Eternas.
                El tránsito entre la proyección del video y el inicio del concierto se dio de una manera tan natural como sutil. El DVD de Las Bandas Eternas iba por la parte de Jade, y cuando nos quisimos dar cuenta, los violines sobre el escenario sugerían la melodía de “Mañana en el Abasto” de Sumo, dándole a los sonidos una continuidad asombrosa. Tal vez era muy pronto como para concluir definiciones terminantes acerca del concierto, pero ese hecho, la naturalidad con que se cruzaron la música en teoría tan lejana de Jade y Sumo, es uno de los mejores argumentos de El Club de Tobi: las cuerdas rescatan la esencia de cada melodía, y en ese ámbito instrumental todas las expresiones hallan un punto en común que las hermana.
                En la continuidad del concierto, hubo algún privilegio para con “Tobismo”, su último trabajo hasta el momento, pero a diferencia de la vez anterior que los vi, este show tuvo una rítmica más marcada. La selección de los temas dejó de lado a los pasajes más melancólicos y desde el escenario se desprendió una mayor energía. En el propio “Arde puch”  se lució por primera vez Sebastián Estigarribia en la viola, quien desde el año pasado ocupa el lugar de Fernando Luzardo, y en “Sabadaba” sonaron más orientales que nunca, reclamando a la vez mayor reconocimiento para el talentoso Urbano Moraes.
                La disposición de los músicos sobre el escenario no parece ser caprichosa, y separados por la percusión de Paolo Buscaglia, se conforman dos pequeñas sociedades: del lado izquierdo  entre el cello de Bruno Masci y el violín de Fernado Rosa, mientras que del otro lado sucede los mismo entre el otro violín, el de Mario Gulla, y la viola de Estigarribia. Es Gulla el que más diálogo tiene con el público (esta vez hubo menos chiste interno, menos diálogo entre los integrantes) y el que por lo general presenta las canciones y sus autores. Spinetta se mezcla con Eduardo Mateo y Charly García; y los únicos dos temas sin percusión fueron la propia y “doble oriental” (SIC) “Milonga Japonesa” (compuesta a poco de nacer su hija, según confesó Mario Gulla) y “Albañil” de Jorge Lazaroff. La rítmica volvió con “Post Crucifixión”, y Paolo Buscaglia tocando su batería con escobillas en la mano izquierda, y golpeando con la derecha los tambores a mano abierta. Pero con sutileza, nada de estruendo. Digamos que como una especie de John Bonham, pero bajo los efectos del Rivotril.
                Un tema que no está en ninguno de los cuatro discos de El Club de Tobi y que sonó ayer, fue “Mandolín” del “príncipe” Pena, presentado como amigo de la vida por Mario Gulla (me pregunto si habrán escuchado la hermosa versión que grabó Jimena Lopez Chaplin de esa canción). “Come together” es siempre un punto alto en sus conciertos, y el momento Marley de la noche se consuma cuando los uruguayos se transforman en la Pizzicatto Reggae Band y entre “Jamming” y “Get up, stand up”, construyen el momento de mayor improvisación, con citas a otras melodías, incluyendo un regreso fugaz a “Mandolín”.
                Si antes hablé de un show más energético, esa percepción probablemente se deba al recuerdo que me dejó la interpretación de “Foxey negro”, ese mix entre Hendrix y Ruben Rada, proveniente de su primer trabajo, “Anselmo” de 2003. “La bestia pop” y su cita a “Sweet dreams”, fue seguida de “Vencedores vencidos”, y el espíritu de Patricio Rey se hizo presente en la noche de Palermo. A propósito, me pregunto si el uso de esa versión de “Vencedores….” por parte del programa TVR tuvo algo que ver en el éxito de convocatoria, puesto que el salón estaba colmado. Aunque la verdad es que prefiero pensar que lo que haya movilizado a los oídos expectantes haya sido el boca a boca y las recomendaciones, que a la larga terminan siendo más beneficiosas para un grupo que un eventual y pasajero empujón de la TV.  Para el final hubo tiempo de promover la venta de “Tobismo”, de tocar “Fuck you” y de una especie de chiste de despedida con pasitos de cumbia incluidos. Mientras preparan un nuevo trabajo, prometiendo composiciones propias, El Club de Tobi volvió a pasar por Buenos Aires dejando ese encanto particular que provoca el sonido de las cuerdas y su manera tan límpida que revalorizar las melodías.
                Y como todo tiene que ver con todo, en una noche de cuerdas, no puedo dejar de citar que en el taxi de vuelta a casa sonaba la versión de “Black dog”, que Robert Plant hace como solista, y que tiene a  un violín africano como protagonista estelar. Nada puede ser casual, y si a alguien se le llegara a ocurrir lo contrario, la música siempre le va a encontrar la lógica que le dé sentido a esa comunión de eventos concatenados. Aunque no es mi caso, yo siempre preferí pensar menos en caprichos del destino y más en un universo misteriosamente ordenado por la música. Porque es la que en definitiva, ayuda a saltar charcos aún más grandes que el del Rio de la Plata.

               


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