Por lo general prefiero
ver a El Cuarteto de Nos en vivo a la hora de la presentación de sus
discos, y siempre lo hago con las canciones con varias escuchas en su
haber. Pero en este caso en particular el interés era doble.
Después de la trilogía “Raro”, “Bipolar” y “Porfiado”,
la banda uruguaya se despachó con disco de quiebre extraordinario.
Con los mismos argumentos musicales de siempre e idénticas fórmulas
a la hora del entramado de palabras, pero con una mirada personal, en
donde la ironía, el inconformismo y la inmadurez dan lugar a
devaneos existenciales, cuestionamientos filosóficos y un repaso por
las incertidumbres de la adultez, como el paso del tiempo, hijos, padres, la
memoria y la trascendencia. Y si bien “Habla tu espejo”
no es estrictamente lo que se se suele calificar como un disco
conceptual, tiene una ilación y una lógica en el orden de
aparición de las canciones, que me llevó a imaginar (erróneamente,
como no tardaría en descubrir) que la presentación se haría de un
tirón, respetando el armado del álbum.
En un Luna Park casi
colmado (estimo que se trató de su show más convocante en
Argentina), poco más de diez minutos después de lo pactado,
abrieron con “El aprendiz”, tal vez la canción nueva que mejor
linkea con la trilogía que los volvió masivos. Pero no solo eso fue
lo que me llevó al pasado. A principios de siglo, y cuando aún no
cruzaban con asiduidad las fronteras del Uruguay, El Cuarteto de Nos
tenía una canción sarcástica para con el death metal llamada
“Mamá, el bajista me está pegando”. Y durante buena parte del
primer tramo del show me sentí maltratado por una mezcla que dejó
al bajo demasiado al frente y con un grado de saturación que por
momentos impedía comprender lo que cantaba Roberto Musso. A mi
alrededor las caras de espanto fueron varias, mientras que en el
campo la gente celebraba y cantaba a viva voz sin rastro alguno de
semejante incordio. Tal vez no haya sucedido esto en todos los
sectores del estadio, pero con la tecnología sonora con la que se
cuenta hoy en día cuesta creer semejante desatino, que fue una
enorme mancha en el show.
“Ya no sé qué hacer
conmigo” y “El hijo de Hernandez” confirmaron que la
presentación del disco no sería lineal, y el inconformismo primero,
y la definición por oposición luego, levantaron a la gente que se
sabe las letras de memoria. Santiago Tavella y su“ Enamorado tuyo”
cerraron ese primer tramo de la presentación. Varias pantallas
detrás y por sobre la banda emitían imágenes fugaces, coloridas,
por momentos geométricas, que en consonancia con flashes por
decenas, conformaron la puesta de un grupo que no suele exagerar a la
hora de la escenografía.
El tema que le da nombre
al disco tiene un estribillo pegadizo y concentra el espíritu del
trabajo: un auto reconocimiento impiadoso, sin concesiones. “Cómo
pasa el tiempo” se introduce en la filosofía de interpretar el
concepto de tiempo, que se resuelve en un “Carpe diem”
imperativo. En medio de ellos varios pasajes anteriores que se
acoplan perfecto a las nuevas canciones. Roberto Musso escribe por lo
general en primera persona, y aunque uno sabe que eso no
necesariamente convierte en una confesión de por sí a cada canción,
facilita que “Asi soy yo”, “Breve descripción de mi persona”
o “Cuando sea grande” resulten creíbles y hasta lógicas en el
contexto del proceso de reflexión personal de “Habla tu espejo”.
“Whisky en Uruguay”
es una reinvención del “Whiskey in the jar” irlandés, que yo
conocí por Thin Lizzy, otros por Metállica, y que tiene infinidad
de versiones. Ya habían hecho algo parecido tiempo atrás con el
“Mr. Postman” beatle devenido en el propio “Bo, cartero”. En
el disco esta canción tiene una función primordial: descomprimir la
angustia que deja “21 de Septiembre”, canción que en el show
terminó sucediéndola. Roberto Musso canta sobre el Alzheimer de su
madre de una manera desgarradora, sobre una melodía bellísima y con
unos hallazgos poéticos que estremecen. Es imposible no terminar con
los ojos enrojecidos con esa historia en la cual un primer beso como
recurrente recuerdo resulta el único anclaje de un ser evadido de la
persona que fue algún día. La fecha con tono primaveral no es
casual: es también el día que el mundo dedica a concientizar sobre
la enfermedad. Cuesta no quebrarse al oirla, y es admirable la
entereza de Roberto al cantarla.
“No llora” es otro
de los puntos cruciales del disco. La paternidad y la inquietud sobre
la fortaleza de una hija que alguna vez tendrá que vivir en el mundo
sin la protección paterna. La mirada condescendiente, la
construcción de un futuro imaginario para el devenir de una niña
que aprende a dar sus primeros pasos y a transitar las primeras
adversidades, son las vacilaciones que expone la canción que
transmite alta dosis de emotividad. Antes había sonado “Algo mejor
que hacer” y luego siguió “Pobre papá” en donde un Santiago
Tavella, con su tupida barba entrecana y su puño izquierdo levantado
resulta un Carlos Marx, pero cuyo manifiesto es una apología a la
fiaca digna de Roberto Arlt.
A la hora de definir
hits, ese sitio en “Habla tu espejo” le corresponde a “Roberto”.
Dentro del álbum es el momento en el que aflora la conciencia. Base
hip hop típica del Cuarteto , un compilados de consejos para
atravesar desventuras y contratiempos, y una sentencia: el día que
no escuches estas voces es que vas a estar muerto. Desde allí el final
se encadenó con la eufórica “Miguel gritar”, y ese divague
surrealista y pop que es “Yendo a la casa de Damian”.
Mientras esperábamos el
regreso al escenario, me quedé pensando en que tres canciones del
disco habían quedado afuera, y que posiblemente (ahí sí acerté)
no sonarían en los mal llamados bises. “De hielo” (en donde el
amor trastoca a un personaje destemplado a fuerza de desvelos y
desengaños), la prepotencia optimista de “Caminamos”, y “Un
problema menos”, el casi resignado cierre del disco, en donde el
personaje inconformista y provocador, asume que en el mundo que lo
trascienda apenas se lo recordará como un escollo salvado. Esas
ausencias en medio de un disco de un recorrido metódicamente
estructurado, a mi juicio hicieron que el show resultara trunco en
tanto presentación.
Desde ya que de ninguna
manera esas elucubraciones que empezaba a crear mi mente y que
concreté en el párrafo anterior hicieron que deje de disfrutar lo
que siguió. De “Porfiado” llegó “Todos pasan por mi rancho”,
luego “Me amo” y como la venganza es un plato que se sirve frio,
para último momento quedó “Benito”. Aunque la despedida
definitiva fue con la suma de desgracias del “Invierno del 92” y
la hija de Musso saltando y bailando por delante de la batería.
Me fui feliz, volviendo
a cantar para mis adentros varias de las canciones, pero con una
íntima sensación de que el show resultó algo modesto en función
de las posibilidades que permite un trabajo brillante como “Habla
tu espejo”. Aunque tal vez la culpa sea de mis pretenciosas
expectativas de adulto, y a mí también me corresponda un profundo
reconocimiento frente a un espejo, antes de seguir juzgando a los
demás. Qui lo sá.