viernes, 22 de febrero de 2013

Acorazado Potemkin en Ultra Bar


Mientras esperaba con una pizza y una cerveza el show de Acorazado Potemkin en el Ultra Bar, me acordé del contraste que me provocó ver al Juan Pablo Fernandez apocado que contaba el final de Pequeña Orquesta Reincidentes en “Qué sois ahora?” (el documental de Mariano Goldfgrob y Gustavo Galuppo), con la energía que me infundía la escucha obstinada del, por entonces reciente, disco de su nueva banda llamado “Mugre”. Ni bien aparecido no le fue dificil cosechar elogios y ganar recomendaciones, a pesar de que solo estába disponible en formato mp3 gratuito (y de sufrir además el asalto del FBI a Megaupload, que los obligó a mudar los archivos de servidor), pero que en lo que a mí respecta me reencontró como nunca con el hábito de escuchar un disco una y otra vez, hasta saberlo de memoria. Y desde ese día que vi el documental no puedo dejar de pensar en “Mugre” como una explosión, una descarga furiosa, un desahogo creativo. Tal vez sea injusto, puesto que Acorazado Potemkin es un trío y limitar el juicio a un solo integrante no sea lo correcto, pero aquella impresión fue tan real, que aún hoy perdura y la comparto.
Ese repaso no fue lo único que acompañó la espera, puesto que antes de Acorazado tocó Juguete Ruidoso (van a tener que reveer el nombre: dije ayer rabioso por ruidoso, volví a repetir el error al escribir hoy, y hasta se confundió Luciano Esaín cuando más tarde les iba a agradecer el set: Arlt es omnipresente). No los conocía y la primera impresión pudo resultar injustamente lapidaria: algo en la voz de Martín Mendez me recordó a Roque Narvaja. Después descubrí que ese no era sino un condimento loable, puesto que en medio de las capas de guitarras (excelentes arreglos) esa voz le daba a las melodías gran expresividad. Tocaron algo más de media y hora y como perla cerraron el set con Mariano Lopez Gringauz de Valle de Muñecas en el bajo. Poco puedo agregar para una primera impresión, solo decir que me tomaré el agradable trabajo de escucharlos, porque valen la pena. En el debe apenas me quedó la impresión de que el teclado merecía mayor protagonismo en la mezcla, y uno de los temas que me remitió demasiado a “Boys don't cry”, pero puede que sea injusto.
La excusa para el show de Acorazado Potemkin de anoche era la presentación en sociedad del video de “La mitad”, dirigido por José Guntin Rodríguez, el que se proyectó como anticipio de la salida a escena de la banda. Después Acorazado abrió con su versión del tema de Adriana Calcanhotto, “Unos versos”. Si la tierra es de quien la trabaja, las canciones son de quien las toca, dictaminó Juan Pablo para apropiarse definitivamente del tema. Después siguieron con “Lengua materna”, y con todo el disco “Mugre”, más un par de temas extra, que para mí eran nuevos, pero quien sabe si ya venían sonando en show anteriores. Lo cierto es que la energía es la misma y la tónica se mantiene: rock crudo, eléctrico, valvular; letras personales, solitarias y a veces confesionales. Todo en Acorazado Potemkin se expresa con dientes apretados, sin perder por ello (o tal vez justamente gracias a ello) la belleza en esa mirada descarnada, auténtica y de una poética única.
En la sala reducida y el público cercano, el sonido duplica el impacto y las canciones se suceden en un orden diferente al del disco, que no por ello abandonan ese hilo invisible que las conduce y define. “Perrito” es desolación, “Puma Thurman” ironía y en “Gloria” Juan Pablo Fernandez canta una linea, valga la redundancia, gloriosa: la gloria fue esa prostituta que me dio su nombre verdadero. En los coros y estribillos las voces de Fernandez y Esaín forman un tándem único, y la banda por momento arrolla. La furia punk ataca con los dos temas de Fede Ghazarossian: “Caracol” y “Quiero”, y para el final reservan la primera parte de “Mugre”, con “La carbonera”, el descomunal “Desert” (“En los mismos gustos, en la misma mueca, tal vez sobre la íntima, deliciosa y exquisita calidez de nuestra comunidad y sus justos gestos, ya ves, el desierto de cenizas que da molde a la paz, yo que nunca tuve paz, me envuelvo en esa paz, lo gris contra lo gris, soy lo gris contra lo gris” canta Juan Pablo parafraseando al poeta peruano Jose Watanabe ), y “Algo”.
“En este nuevo mundo en el cual el suicidio de pronto era una palabra en clave para indicar que lo que habías dicho iba en serio, nada podía estar más a la moda que un cadaver”, describe con crudeza los tiempos del punk londinense Greil Marcus en su “Rastros de carmín”, y Acorazado Potemkin, hijos lejanos pero legítimos en espíritu de aquella revuelta cultural, se despiden cantándole a los muertos. Envidiándoles la insensibilidad, la quietud, la paz y la eternidad toda, en una marcha que alcanza climas épicos.
Para el final definitivo hubo un regreso al escenario y otro tema extra-Mugre (mi falta de consecuencia con la banda en vivo me inhibe de decir nuevo), y por fin el cierre con “La mitad”, mientras la pantalla superior repetía las imágenes del video. “Ahora que no hay nada, sino fotografías”; la frase de Eduardo Darnauchans que dispara el tema se encarna en esas imágenes en blanco y negro que acompañan a una de las mejores canciones de desamor que se haya compuesto por estos lares. “La mitad” desgarra, deja esas huellas que duelen pero a las que no se renuncia porque precisamente es en ellas en donde uno mejor se reconoce. La pareja gastada baila en un pasillo angosto, ambos se mecen, se abrazan, se pierden, se buscan frente a un espejo que les devuelve soledad, se contornean en la ausencia de un hombro invisible pero presente. Son como siluetas individuales que solo se concretan cuando juntan esas dos mitades que les dan sentido. El video es cruel, trasmite el mismo frio implacable que la canción, y la complementa, la hace aún más grande. Como un círculo, Acorazado Potemkin vuelve entonces al inicio de la noche, porque lo que al principio fue entrega absoluta, apropiación casi obsesiva; ese “seré yo tu paradero” de “Unos versos”, encuentra en esa otra mitad que no sabe olvidar, esa “que te diga donde estoy” el mismo afan, el mismo destino inevitable, la misma convicción de que aún sumergido en el licor más venenoso, hay siempre una parte de uno que guarda las esperanzas más incrédulas y que se somete por completo a la fatalidad. Solo faltó Flopa en los coros y podría estar hablando de noche perfecta.