viernes, 23 de noviembre de 2012

Joss Stone en el Luna Park

Yo ya había pasado por esto. Dos años atrás había estado en la misma situación. Había salido de un recital con tal grado de exitación que no me imaginaba la manera de cambiar de estado para imbuirme en el clima de otro recital de tono absolutamente diferente, apenas un solo día después. Aquella vez fueron los Pixies los que me dejaron enchufado, esta vez fue el turno de Pulp. Y en 2010 la encargada de bajar los decibeles fue Regina Spektor, esta vuelta la tarea le correspondía a Joss Stone. Y la palabra mágica, tanto en aquel caso como en este, fue encanto. Con diferentes argumentos y atributos, pero ambas cantantes son capaces de irradiar el mismo halo de magia que transporta, en apenas unos minutos, a ese otro universo tan diferente e igual de placentero. Encima el frente frio que redujo diez grados la temperatura de la ciudad, no pudo ser más oportuno.
Otra vez llegué cuando una tal Coral estaba terminando su show, nada para decir al respecto. Pero la espera fue amenizada por una especie de comedia protagonizada por un vendedor ambulante de cd's orginales, que recorría las tribunas con un cajón de madera de esos en el que suelen llevar mani y sugus confitados. La reacción de la gente ante la oferta de cd's orignales fue de absoluta extrañeza, como si se tratase de un producto retro. El tipo fue insistente, pero no vendió ninguno. Un recital extraño, al menos para mi costumbre, en cuanto a la variedad de público: algunas mujeres con vestidos de noche, y gente repasando con carilina la butaca antes de sentarse. Un espanto, porque aunque la chica que canta es rubia, venimos a escuchar música de negros.
Joss Stone entra al escenario con un largo vestido lila cuando la banda ya empezó a tocar “(For God's sake) give me more power to the people”, el clásico de The Chi-Lites incluído en “The soul sessions Vol. 2”, un sexto disco que supuestamente la devuleve a las fuentes que en realidad nunca abandonó del todo. Pero lo que sí se retoma es el formato de aquel primer trabajo que lanzó a Joss Stone al estrellato: clásicos (y no tanto) del soul, covers de otros estilos bien arreglados al tono, y un sonido vintage que revive el espíritu con el que Motown y Stax signaron a la década del '60. El segundo tema “While you're out looking for sugar”, también del último disco, termina por delinear el rumbo de la noche. Y con un meddley entre “You had me” y “Super duper love”, la británica termina por comprarse al público porteño.
El programa que repartía la acomodadora (al margen de que constaba de tres párrafos que decían exactamente lo mismo, pero en difrente orden) describía a Joss Stone como joven y bella cantante. No es casual esta presentación, y no lo digo solo porque lo de joven y bella sea una obviedad. Joss Stone sabe muy bien como sacar provecho de su figura, su rostro y su (no tan) breve trayectoria como cantante. Porque el hecho de haber grabado su primer disco con apenas quince años la coloca en el lugar de niña eterna. Y el coqueteo adolescente con el que perversamente juega con la platea la convierte en una seductora de altísimo voltaje. Mira de reojo, se sonroja, se tapa levemente la boca, se sonríe con una inocencia impostada capaz de convencer al Lester que compuso Kevin Spacey para “American beauty”, de que se vuele la tapa de los sesos ahí mismo. Cada tanto se vuelve hacia la parte trasera del escenario en donde la espera un tecito con el que mantiene la garganta a punto. Se muestra tímida, fragil y a cada paso y movimiento se consolida elegante y sutil. Juguetea con esa pose inocente, pero a la hora de las interpretaciones su voz se expresa con todo el caudal y expresividad que se le conoce. Sin abusos, dosificando los climas, haciendo gala de una versatilidad asombrosa. Porque en ese aspecto, Joss Stone nació madura. Tanto es así que supo conducir su carrera por los caminos que ella eligió, y a los cuales supo incorporar hip hop, blues, pop, reggae, R&B y otros estilos, sin jamás renunciar a convencionalismos comerciales que en su ambición la conviertan en un producto multiplatino pero vacío. Ya se sabe: siempre cerca de un joven talento está el riesgo de caer en manos de un Emilio Estefan que le haga grabar “Aquel bahiano”, o algún otro espanto por el estilo. A Joss Stone le colgaron el cartelito de Aretha Franklin cuando tenía apenas quince años y sobrevivió; no es moco de pavo.
La banda que la acompaña (todos negros) sabe todo lo que tiene que saber. El grupo formado por bajo, guitarra, batería y teclados, más tres corista y tres vientos, tiene ritmo, intensidad, maneja los volumenes a su antojo y dosifica el lucimiento individual en privilegio de un sonido compacto que a la hora del funk se vuelve irresistible (el slap del bajista es fundamental en este aspecto). Pasan “Teadrop” también del último disco, y “Jet lag” ( de “Mind, body and soul” primer disco en el que la cantante participó como co-compositora), y cuando la temperatura de la banda llega a su climax, entonces Joss se destapa con una versión acústica y despojada de “Landlord”, bellísima creación compuesta en conjunto con Dave Stewart, productor del muy buen disco “LP1” (2011). “I don't wanna be your landlord anymore” canta la rubia mientras esconde los ojos detrás de su cabello, y el Luna Park irremediablemente se rinde a sus pies.
El tramo final del concierto encadenó un meddley de seis temas que nos dejó sin respiro y en el cual aprovechó para citar a todos sus trabajos. Así fue que tuvimos a “Bad habit” (de “Introducing Joss Stone” - 2007) y “You've got the love” (de “Colour me free” - 2009). En “Put your hands on me” hace un lindo juego vocal con las coristas (dos mujeres y un varón, que cuenta también como dama), y que aprovechan para lucirse. Porque a decir verdad el coro está contenido, refuerza algunos estribillos, y poco más: la mezcla destaca todo el tiempo a la voz principal. Para la despedida con el cover (más que cover, reinvención) de “Feel in love with a boy” de los White Stripes, el guitarrista mete un solo distorsionado, casi metalero, que pertenece a otro show, a otra fecha y a otra dimensión. La gente aulla igual (algunos insufribles aullaron toda la noche, pero era parte del riesgo que yo asumí al comprar la entrada), y después sí el reconocido fraseo que es seguido por la gente y su “oh, oh, oh, oh, oooh, oh”. Una versión mas potente que la grabada en “The soul sessions vol.1”, y que significó el final del show.
Un ratito se demoró la británica para volver y allí nos regaló “Right to be wrong”, cuyo final se vio demorado porque cada vez que Joss se aprestaba para el cierre a capella, un “I love you” llegaba desde la platea, y sus risas conspiraban y quebraban su concentración. Por suerte los gritos cesaron y la garganta de Joss Stone tuvo un último instante de lucimiento. Después, mientras sonaba “Tell me what we're gonna do now”, fue presentando a sus músicos, y saludando por última vez a los más privilegiados lugares de la platea. Joss Stone se fue repartiendo flores blancas y sonriendo con esa ingenuidad impostada con la nos sedujo toda la noche. Yo me quedé con las ganas de su versión de “The high road”, pero no hubiese tenido coraje de reprocharle nada. No faltará oportunidad.

 
(La crónica específica del show terminó, pero hay algo que me veo obligado a contar. A la salida fuimos con mi hija al Burger King de Florida y Corrientes, y los paspados que atienden el local, y que tienen menos reacción que la defensa de River en las pelotas paradas, cuando vieron que se juntaba mucha gente, dijeron “uh....”, y se asustaron. Es increíble. Los pibes de McDonalds ven mucha gente y se exitan, los de Burger se inhiben y se culpan ante el éxito. Son los Kurt Cobain de las hamburguesas)


jueves, 22 de noviembre de 2012

Pulp en el Luna Park

A esta historia la voy a comenzar a contar desde Marzo de 2008. Jarvis Cocker había llegado por primera vez a la Argentina para dar dos shows en La Trastienda presentando su primer disco solista. Hacia el final del primer recital nos ilusionó con un “ahora voy a tocar un tema de Pulp.....Fiction”. Turro, muy turro el remate. Y mentiroso además, porque el tema en cuestión (“Little green bag”), en realidad pertenece al soundtrack de “Reservoir dogs”. Cuatro años estuve con la jodita atragantada. En medio una expectativa enorme por su juntada con Steve Albini para un segundo disco solista, cuya concreción demostró injustificada. Y una vez conocida la reunión de Pulp, la ilusión de que aquella performance de 2008 termine resultando apenas un aperitivo de algo más grande. Que funcione como funcionó el show de The Breeders para los demorados Pixies, conciertos también unidos por una imaginaria linea entre La Trastienda y el Luna Park. Y así como en Mallorca alguna vez nació el “Waiting for Waits” para esperar al gran Tom, la ansiedad en la Argentina fue creciendo hasta que desde Niceto, bajo la sugestiva pregunta ¿Viene Pulp?, empezaron a llegar los primeros síntomas de la concreción del sueño.
Entré al Luna Park cuando Les Mentettes Orchestra estaba terminando su set. Los shows entre semana me están retaceando la posibilidad de disfrutar de las bandas soporte y la verdad me jode bastante. Pero por otra parte después de una jornada por encima de los 30º C en Buenos Aires, uno necesita una ducha antes de volver a salir de su casa, más cuando el rubro “sucio y desprolijo” no está contemplado en el universo de la estética Pulp. El escenario estaba cubierto por un telón negro traslúcido sobre el que, ni bien se apagaron las luces, los laser comenzaron a dibujar preguntas y advertencias: ¿Están dispuestos?, ¿Vamos a pasarla bien? No queremos problemas ¿Tomamos algo? Inlcuso a la pregunta ¿Quieren ver un delfín?, siguió la imagen de dos delfines zambulléndose en un mar verde fluor. Graciosa la presentación, que nos hizo saber lo divertido que podría ser el Infotrans si Jarvis Cocker fuera chofer de colectivo. ¿Se acuerdan de la primera vez?, preguntan los laser a un público virgen de esa experiencia, antes de que se enciendan de a una, por detrás del escenario, las letras de neón que forman el nombre del grupo. El telón recién cae cuando llega el estribillo de “Do you remember the first time?” y uno ya está feliz antes de saber cuánto le queda por celebrar.
Los que habíamos visto en 2008 a Jarvis sabíamos muy bien qué tipo de performance es capaz de producir en vivo. El tipo es simpático, irónico, a veces humilde y otras algo sobrador. Intenta hablar (leer) en español, apela a frases cotidianas y porteñas (tirar la casa por la ventana, la noche está en pañales, la verdad de la milanesa, chiche bombón) provocando una mezcla de sonrisas y exclamaciones jocosas. Cuando la gente canta por él (la palabra Pulp es imposible de incluír en la métrica del clásico “ole, ole, ole...”), Jarvis hace encender las letras de neón para resaltar al grupo por sobre su figura. La banda suena potente y de entrada queda claro que nadie escatima en cuanto a volumen. “Pink gloves”, “Razzmatazz” y la bella “Something changed” (con Jarvis con la acústica colgada por primera vez) son momentos para ir entrando en calor, pero a partir de “Disco 2000” la cosa nunca volverá a ser igual. Y cuando digo la cosa no me refiero solo al show, ni a la noche, sino a la vida de cada uno que haya estado allí dentro. El Luna Park se transforma en una discoteca gigante. Un mundo de neón, humo y electricidad. Todo es exagerado y nunca kitsch. Los laser hieren los ojos, el tipo de anteojos de marco grueso reparte golosinas, recibe otras (alquien le arroja una Vauquita), se sacude en espamos, baila, canta igual de bien que en los discos y se entrega por completo al show. El día de la música es hoy, sentencia Jarvis, adelantando el santo de las Cecilias, y aprovechando el cabalístico número 211112 que se forma con la fecha del show. Y tiene razón, después de lo de ayer van a tener que cambiarlo.
Las canciones son todas clásicos. Haciendo base en el período de mayor éxito de la banda (“His'n' heres”, “Different class” y “This is hardoce”) Pulp ofrece un repertorio seguro: “Sorted for E's & wizz”, “F.E.E.L.I.N.G.C.A.L.L.E.D.L.O.V.E.”, “Like a friend”. Las canciones son delicadas, exquisitas y todas explotan en estribillos que mueven a la euforia. En eso Pulp es al pop lo que Wagner a la música clásica. Grandilocuencia, pero sin valquirias que inciten a arrojar napalm desde un avión o a invadir Polonia, sino, a lo sumo, que mueven a salir a correr en pelotas por la costanera con una botella de whisky en la mano. Desenfado, abuso, exaltación, goce y éxtasis. Pulp.
En medio de esa celebración, Jarvis Cocker se escapa de la fiesta, se encierra en un cuarto reservado y después de seducir de manera bizarra con “Underwear” se introduce en la perversión de “This is hardcore”. “This is hardcore” es sexo al límite. Es cuero, cadena, violación de la intimidad. Es el labio mordido hasta sagrar, el estremecimiento que produce el surco que deja el filo de un cuchillo recorriendo la piel desnuda. Son las palabras pero también la densidad de los arreglos, la melodía, la veneración oscura e inmoral. El clima de tensión sexual que despide la banda desde el escenario en ese tramo, hace quedar al “Pornography” de The Cure como el video de una fiesta de bautismo. Jarvis Cocker termina en el piso, meciéndose sobre un cuerpo invisible mientras cierra la sesión con un inapelable “What exactly do you do for an encore?, cos this is hardcore”.
Después de eso “Sunrise” es apenas como un coctel de cortesía servido en el “Bar Italia” que lo sucede. Y narrar lo que ocurre cuando suena “Common people” merece una crónica aparte. El éxtasis al extremo, las saltos, el pogo y el baile en un solo movimiento espasmódico y desenfrenado que hace del Luna Park un crisol de sudores que hierven en una temperatura inusual. Antes hablé de euforia y en ese momento la euforia llega a su clímax. Queremos ser gente común y corriente, pero en ese momento somos todos especiales y únicos. La adrenalina conduce cada movimiento y cuando Jarvis Cocker se derrumba sobre el escenario, la entrega y devoción de la gente es absoluta. Y los (pocos) que se van, lo hacen un poco por el horario, pero otro poco porque saben que nada de lo que pueda suceder después va a poder superar ese momento.
Pulp sabía de nuestra espera y ansiedad y por eso se tomó buen tiempo para dedicarle a los bises. “Mile end” (de la banda de sonido de “Trainspotting”) y “Little soul” fueron suaves caricias para los que todavía no habíamos recuperado el ritmo de la respiración. Después “Help the aged”, ese extraordinario tema de “This is hardcore”, con una letra magnífica que derrumba más prejuicios que cualquier publicidad emotiva de la ANSES. Uno no puede dejar de pensar en los versos, aunque Jarvis ha declarado hace poco que no es bueno leer las letras mientras se escuchan la canciones (lo que presumo es un burdo argumento para que compremos sí o sí el reciente libro “Madre Hermano Amante” que compila todas sus letras). Y mientras nosotros intentamos olvidar de que nada dura para siempre, “Mis-shapes” es la encargada de dar por fin a ese primer tramo de la extensa despedida.
Las luces nunca se encendieron y algunos plomos reacomodaron micrófonos e instrumentos. Había más, y ese premio adicional fue con “Live bed show” y su coro irresistible. Y un “Party hard” como gesto para los que, a pesar de los hits, a la hora de hacer preferencia, guardamos un lugar privilegiado para “This is hardcore” en nuestros corazones. Después sí fue despedida definitiva, y yo salí del Luna Park completamente aturdido y exausto. Pulp debe su nombre a la película homónima de 1972, con Michael Caine haciendo el papel de Mickey King, un escritor de novelas de detectives baratas. El afiche promocional de aquel film decía : Mickey King writes pulp, lives pulp, very soon could be pulp”. Premonitorio, porque ayer de verdad todos salimos siendo un poco Pulp.
El show de anoche en el Luna Park será un hito. Yo recuerdo muy bien la perfección de Radiohead y la emotividad a flor de piel de los shows de Pearl Jam. Pero la energía de Pulp solo puede ser comparada a la noche de los Pixies en ese mismo estadio. En mi caso podría sumar a esta percepción lo que hizo Jason Pierce con Spiritualized en La Trastienda, pero allí fue menos masivo, así que me lo reservo. Hice lo que nunca: salí del show de Pulp y volví en el 4 escuchando “Different class” en el Ipod; no podía parar. Hoy voy a ver a Joss Stone, y todavía no sé como carajo voy a hacer para ponerme a tono.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Robert Plant en el Luna Park

Para los que me conzcan desde antes de ser un ignoto bloguero, saben perfectamente de mi predilección por Led Zeppelin a la hora de encaramar un nombre en la absurda (pero siempre entretenida) lista de las bandas más grandes de la historia del rock. Con el tiempo llegué a pensar que Radiohead podría amenzar esa convicción, pero ese es otro tema que ahora no viene al caso. La cuestión es que aún en la época en que la economía y las incipientes (no tan incipientes, a decir verdad) responsabilidades me impedían concurrir a recitales con asiduidad, una de las pocas excepciones fue aquel inolvidable show de Page y Plant en Ferro, allá por enero del '96. Unos pocos años antes, escuchar por Rock and Pop desde mi casa a Plant solista haciendo “Babe, I'm gonna leave you” me había colocado bajo shock emocional. Por estos motivos, ya con otro ritmo de inversión en recitales, para esta tercera llegada de Robert Plant, me apresuré a estar entre los primeros en tener la entrada, y me propuse hacerme de una buena ubicación (aunque no las mejores, inaccesibles para alguien que se propone ir a todos, o casi todos, los shows que se andan promocionando).
Llegué temprano al Luna Park, o mejor dicho, creí que llegaba temprano y resulta que me perdí el show de Richard Coleman que hacía las veces de artista invitado. El show estaba anunciado para 20:30hs, algo que nadie nunca creyó del todo, y que provocó (aún cuando el inicio se demoró unos veinte minutos) que varios entren a las corridas cuando ya iban dos o tres temas del concierto.
La banda que acompaña a Plant en esta gira (Sensational Space Shifters) ya había empezado a tocar cuando Robert, de jean y remera negra, entró caminando al escenario para iniciar el concierto con “Tin pan valley” y “Another tribe”, dos temas de su disco “Mighty ReArranger” de 2005. Elección que iba a condicionar la noche, ya que si uno se guiara por los temas elegidos, pareciera que Plant encaró esta gira borrando de un plumazo sus últimos dos trabajos: la colaboración con Alison Krauss (Raising sand), y el disco con Band of Joy de 2010. Esos trabajos son discos bastante despojados en cuanto a la pretensión de los arreglos. Cada uno con sus propias características, devolvían al cantante a un sonido más depurado y tradicional. Y nada de eso ocurrió anoche, ya que el recital bien podría haber funcionado como la presentación del nombrado “Mighty ReArranger”. Eso sí, Robert Plant nunca se olvida de que alguna vez fue (como lo anunciaba innecesariamente el afiche de promoción local) “the voice of Led Zeppelin”, y entonces nos regala “Friends” para la primera gran ovación de la noche.
El escenario solamente estuvo decorado por el logo de los Sensational Space Shifters y el rostro de una versión jovencísima de Robert Plant rodeado de flores y colorido. Un afiche bien sixtie, psicodélico y flower power, al estilo de los de Canned Heat o Grateful Dead. Sin abusar de diálogos prolongados que puedan poner a prueba su español, Robert Plant usó el castellano para comunicarse con la gente: para agredecer, saludar y demás formalidades. Pero también esos momentos funcionaron como un guiño para anticipar los platos fuertes, es decir, los clásicos: “Y ahora?”, se pregunta y luego de un “No sé” como auto respuesta, largan con el nombrado “Friends”. Más adelante la contraseña será “Por qué no?” como pie para “Black dog”.
Plant no ignora lo que su figura representa, su condición de miembro de una de las bandas más grandes de la historia, pero no se resigna a ser un digno intérprete de sí mismo, sino que no cesa en la búsqueda inconformista. Bajo sus parámetros, está claro. Sus obsesiones, su fascinación con la música oriental, los instrumenos africanos, los arreglos y sonidos de la India. Elige no ser demagogo y se sumerge en su obra sin temores, sin limtaciones, pero sin liviandad ni complacencia. Por eso, así como hace una semana Jack Bruce le devolvió al “Spoonful” de Howlin' Wolf su esencia blusera, Plant la recubre de un halo místico y se transforma en una especie de chamán, que en medio de un ritual tribal nos recuerda que “a little spoon of your precious love, good enought for me”.
“No quarter”, aquel proyecto que lo reencontró con Jimmy Page en los '90, le da la matriz perfecta a la manera de cómo abordar las canciones de Led Zeppelin, y esas canciones se muestran dóciles y sumisas a la voluntad de Plant. Lo siguen, se amoldan, lucen (a veces hasta mejor) en cada nuevo arreglo. El que busque el intrincado riff de “Black dog”, lleva las de perder. Recién hacia el final con “Ramble on” se podrán reencontrar los sonidos a los que el oído está más habituado. Y si bien Plant no se olvidó de rockear, y no duda en dejarlo bien en claro, en el centro del show muchas veces queda (al margen del excelente trabajo del primer guitarrista Justin Adams) Juldeh Camara, el músico originario de Gambia encargado del banjo y violín africano, quien además le pone voz a los pasajes más étnicos de los temas.
Puedo citar el setlist completo, y aunque quien con esa información se arme una lista en su reproductor de música, nunca podrá tener noción de lo que es el concierto. Porque al no ser las versiones iguales a las grabadas, las sensaciones frente a la música jamás podrán ser las mismas. Hay climas diferentes en medio de los temas, especialmente en los más densos como “Somebody knocking” y “The enchanter”. La gente aplaude, se sorprende, saluda a su ídolo con el porteñísimo grito de “aguante Roberto!”, y por supueto reacciona y celebra cuando descubre los clásicos como “Bron-Y-aur stomp” y “Four sticks”.
A esta altura me doy cuanta que no hice referencia a un detalle central: el encantamiento que produce la figura de Robert Plant sobre el escenario. A pesar de su pose humilde, el excelente estado de su voz y sus tonos inconfundibles lo vuelven irresistible. Y con esos atributos, se da el lujo de mostrarse fragil y emotivo en la bellísima y despojada “All the king's horses”. Cuando levanta el volumen, es sorprendente como sus agudos aún pueden erizar a la platea, aunque no está demás reconocer que a la hora de los gritos, la consola de sonido hace un gran trabajo con los efectos. El cierre llega con “Fixin' to die” y un “Whole lotta love” con una base afro y el riff cortado, que parece salido de una versión valvular de “Achtung baby”
El final, después de un breve intervalo, fue con más clásicos. Y a esa altura no hay mucho para agregar, solo dejar en claro de lo lindo que resulta escuchar a Robert Plant en 2012 cantando “Going to California” apenas un tono abajo de aquella versión del cassette de Led Zeppelin IV, cuya cinta quedó transparente de tantas pasadas. Y el final es con “Rock and roll” al que aunque siga sonando poderoso, y la gente coree a viva voz el “lonely, lonely, lonely time”, guarda un lugar para un desquiciado violín africano que lo coloca en otro nivel. Esa versión termina de confirmar, a días del estreno en el país de “Celebration day” el motivo por el cual Plant fue el menos interesado en prolongar aquel alabado regreso de 2007: los caminos de su música hace rato han encontrado su propio y fascinante rumbo.