miércoles, 30 de mayo de 2012

Joe Bonamassa en el Teatro Coliseo


Las primeras noticias más o menos masivas acerca de Joe Bonamassa llegaron a Argentina a traves del programa de radio de Bobby Flores allá por el año 2003. A esa altura, después de haber “currado” unos cuantos años, Bobby sabía que no podía seguir exprimiendo el catálogo de Alligator y comenzó a difundir a dos jóvenes artistas como novedad: la todavía adolescente Joss Stone, y al guitarrista neoyorquino que nos ocupa. Internet y su poder masivo no tenían el alcance de hoy, y salvo en oídos especializados, no era posible acceder a toda la música que se producía en el mundo. Pero en verdad para aquella época, Joe ya no era ninguna novedad. Había abandonado a sus compañeros de Bloodline, el grupo en el que lo acompañaban tres “superhijos”, Erin Davis (baterista, hijo de Miles), Berry Oakley Jr. (hijo del bajista de los Allman Brothers), y Waylon Krieger (la otra guitarra del grupo, hijo de Robbie), para iniciar un carrera solista en la cual empezaba a apuntar su talento para con el blues hacia un rumbo más rockero. A qué viene esta introducción poco habitual en este blog? Pues a que en aquella presentación de Bobby Flores, Joe era catalogado como el nuevo Steve Ray Vaughan y mientras íbamos por el segundo tema del concierto de anoche (“Last kiss”; había abierto con “Slow train”, de “Dust bowl”) yo pensaba que el tipo me hace acordar más a Gary Moore que a SRV. Bien, a continuación y de inmediato, su versión de “Midnight blues” me demostró que esa referencia era bastante más que una casualidad.
Casi sin publicidad el Teatro Coliseo estaba “sold out” desde un par de días antes, y si bien llegué bastante sobre la hora (20:30 hs es un horario poco habitual para un concierto entre semana), se notaba la ansiedad por encontrarse cara a cara con el afamado guitarrista. Y Joe, casi sin hablar, se fue metiendo al público en el bolsillo a fuerza de solos, impronta blusera y espíritu rocker. Bonamassa nació treinta años tarde. Tanto su música en sí como el ritmo de su carrera es de otro tiempo. Un disco de estudio por año, DVD's y grabaciones en vivo, más su faceta hard rock en Black Country Communion (supergrupo que comparte con Derek Sheridian, Glenn Hughes y Jason Bonham) lo convierten en un caso inusual en el siglo XXI. Y a ese ritmo, cada grabación nueva no es otra cosa que una excusa para sumar y renovar parcialmente el repertorio en vivo. Por ese motivo, aunque anoche alguien podía presumir la presentación en sociedad del reciente “Driving towards the daylight”, en realidad solo sonaron un par de temas nuevos del disco. Entre ellos, el cover pesado que hace del “Who's been talking” de Howlin' Wolf (y al que se podría enganchar “Whole lotta love” sin que nadie se diera cuenta del todo). En esa primera parte del show, Joe privilegió la distorsión y la tracción a sangre, excepto en “Dust bowl”, dueño de una base funky irresistible. “Slow gin” fue el momento en que ese rumbo se rompió, para continuar el concierto en climas sinuosos, alternando rock and roll con blues más suave.
En medio de la noche, y durante de uno de los pocos silencios que la banda permitió, alguien gritó: animal! Y la verdad que cuando uno está parado ante ese tipo de músicos, no vale la pena matarse buscando adjetivos, y la mejor definición será ese tipo de exclamaciones pasionales. Bonamassa es un guitarrista de blues blanco hasta la médula. Lleva en la sangre la santa triolgía Yardbirds, y ama el sonido sanguíneo y valvular. Además su manera pulcra de cantar lo transforman en un producto muy apto para FM. Claro, Joe Bonamassa, de proponérselo, podría ser John Mayer; pero felizmente lo evita. Y si bien nadie que toque blues podrá ignorar influencias negras, su estilo pasa más por un virtuosismo expansivo setentista que por las raíces más puras del género. Eso sí, ni un ápice de soberbia. Casi no tiene diálogo con el público, y sobre su estadía y comodidad, solo le leí en su perfil en facebook un comentario generoso para con la comida de Buenos Aires (nadie con ese apellido podría pasar por alto ese detalle).
La banda que lo acompaña tiene por estrella destacada a Tal Bergman, el baterista. Alguna vez “Bonzo” Bonham, consultado acerca de su estilo para tocar la batería, lo graficó dejando caer con fuerza su brazo sobre una mesa de madera. Así toca Tal, porque aunque su currículum incluya desde Billy Idol y Rod Stewart hasta Joe Zawinul y Terence Trent D'arby, es el típico baterista de una banda de hard rock. Carmine Rojas, el bajista, es preciso y melodioso cuando el clima lo requiere, y no adepto a los lujo, mientras que los teclados a cargo de Richard Melick no lucen. No están mal, al contrario, pero bien podrían tener algo más de protagonismo. “The ballad of John Henry”, “Lonesome road blues” son temas muy bien recibidos, como así también “Song of yesterday”, del primer disco con Black Country Comunnion. Pero lo mejor llega al final y a fuerza de covers. Primero “Look over yonders wall” (de James Clark, pero más conocido por las versiones de Paul Butterfield y especialmente Freddie King), y después “Blues deluxe” de Jeff Beck, en donde Bonamassa saca lo mejor de su feeling blusero. Para el cierre un “Young man blues” de The Who, explosivo y arrollador. Durante todo ese último tramo del conciertose se suceden desde guiños y citas (“Stairwy to heaven”, por ejemplo) , solos demoledores, y duelos entre Joe y su baterista, que también tendrá su momento de lucimiento personal.
Al regreso, Bonamassa hizo el tema que bautiza su nuevo trabajo (“Driving towards the daylight”), una balada melódica e intensa, muy facil de imaginar en esas voces de tonos medios como las de David Coverdale o Paul Rodgers, y para la despedida definitiva queda el momento monumental de sus conciertos: “Just got paid” de ZZ TOP. Allí Bonamassa confiesa lo que ya sabíamos: ama el hard rock de los setenta. Cambios de ritmo, solos que van y vienen, citas a temas que son un auténtico ejercicio para la memoria musical (anoche incluyó “Still of the night” de Whitesnake, por ejemplo). O esa pieza clave del rock de fusión que es el “Stratus” de Billy Cobham (a cuya línea de bajo le debe tanto “Safe from harm” de Massive Attack; a veces el mundo es un pañuelo), y al que Joe se sumerge respetando el abordaje que hiciera Tommy Bolin y que ya había tomado prestado Jeff Beck. Después el solo de “Dazed and confused” para volver y despedirse con el riff irresistible de los barbudos de Texas. Palillos y puas que vuelan por los aires hacia un público que se amontona hacia el escenario, y que se lleva la promesa de que no tendrá que esperar otros veintitres años para volver a verse cara a cara con ese gordito prolijo y canchero, que en la calle pasaría inadvertido, pero que con una guitarra entre manos sabe ser el centro mismo del universo.

jueves, 24 de mayo de 2012

Happy Mondays en el Anfiteatro de Puerto Madero


Si el nombre Happy Monday es una respuesta al Blue Monday de New Order, el día que que les tocó a los de Manchester para presentarse en Puerto Madero bien pudo haber sido un sarcasmo climático para que el miércoles parezca lunes. Buenos Aires en su expresión más agotadora: gris, una humedad insportable, un clima templado que amagaba a enfriarse de un momento a otro, un aire pesado e irrespirable y por si hiciera falta esa bruma pegajosa capaz de convertir el inminente fin de semana largo en tres días de reposo absoluto. A pesar de todo no estaba para perdérselo; lo gratuito por estos días suma y mucho, y además la posibilidad de ver a Happy Mondays con su formación original no era para desperdiciar. Eso sí, tampoco era para clavarse toda la previa abajo de la llovizna, por lo que no tuve el placer de conocer a los “We have band”, aunque tanta precaución hizo que me perdiera la primera parte del set de Wild Beasts. Temas más bien ambientales, hipnóticos, en donde las pocas melodías se sostienen en la voz teatral de su cantante Hayden Thorpe y su falsete, que resulta el sello de la banda. Más que interesantes, muy bien recibidos por la gente, terminaron por ser una apertura ideal.
Mientras acomodaban el escenario y Movistar se empeñaba en recordarnos que estábamos ahí gracias a su bondad y desinterés, uno de los plomos gritó “Manchester!” y puso “She bang the drums” para levantar el clima, pero al minuto le cerraron el sonido y sus intentos de ganar el corazón de la gente (???) quedaron en la nada. Unos pocos meses antes vi en el mismo lugar a los Inspiral Carpets, con lo cual podría decirse que el sello del sonido Manchester no era ajeno al anfiteatro. Como todo evento gratuito, si hubo algo que caracterizó al público fue el ecleticismo, pero el hecho que haya visto pasar a tres personas que me remitieron a Wil Weathon, puede acercar una idea de la fauna del lugar. Después puntualmente Bez haría su aparición sobre el escenario para presentarnos a la banda, que arrancó el set con un dueto irresistible: “Loose fit” y “King afro”. Shaun Ryder es un grande de esos de los que uno se la pasa lamentando cómo han desaprovechado su genio. Verlo allí parado, gordito y poco expresivo, limtando todo movimiento a tomar el agua que sostiene con su mano izquierda (y fumar a veces), al principio me produjo cierta indulgencia; pero su voz inconfundible y en buen estado, más una banda que sonó impecable, transformaron esa sensación en una anécdota. Rowetta sostenía una especie de látigos bondage de varias puntas, pero con los que jugaba ingenuamente como porrista. La guitarra de Mark Day empezaba a tomar temperatura y las cabecitas de todos se iban moviendo al ritmo que proponían los británicos.
Bastante menos gente que en otros eventos de la compañía de celulares en el mismo espacio. No sé si fue por el clima o si repartieron menos entradas, pero si lo comparo con la noche de, por ejemplo, Janes Addiction, el espacio libre era inocultable. Shaun Ryder se empecinó en saludar en español al público, con una pronunciación deplorable a pesar del “machete” que lo acompañaba. “Ustedes son un público incredible”, dijo cuando aún no terminábamos de reconocernos (su último paso por el país fue en Diciembre de 2007). Por otra parte su fanatismo por el United evitó referencias futboleras en general y a Kun Agüero en particular. Al paso de las canciones, que por lógica tuvieron el primer gran momento con “24 hour party people”, la banda fue ganando en contundencia. El sonido fue impecable e implacable, gran mérito de la organización. Y seguido a ese hit, cuando adoptaron su sonido más “clubber” (tramo que tuvo su pico en “Hallelujah”), directamente arrasaron.
Factory Records no existe más, y sus fundadores y promotores fueron exterminados por sobredosis, golpizas, cánceres y miterios. El ataúd de Tony Wilson lleva el 501 como número final del catálogo FAC. A excepción del primer disco con Black Grape, Shaun Ryder no ha vuelto a alcanzar los picos creativos de los '80, pero los Happy Mondays reunidos demuestran que aunque su música ya no sea novedosa, puesta a prueba al sonido en vivo, la fórmula todavía funciona. Rowetta entra y sale del escenario según los temas, el inefable Bez entra esporádicamente a bailar, pero su desenfreno no se repite en el público que acompaña todo el show con un leve bamboleo, pero sin exageraciones (salvo un par de chicas unos metros delante mío que se sacuden enajenadas y poseídas). Y así fue transcurriendo un show que a muchos nos devolvió la fe en la banda.
“Bob's Yer uncle”, la guitarra que arde en “Mad cyril” y un cierre desbordado con “Step on” le pusieron un broche sónico fenomenal a un set breve pero contundente. Bez volvió para arengar al baile y mientras desde unos de los VIP soltaban unos globos con helio que se escapaban hacia Alicia Moreau de Justo (único aditamento inesperado en una puesta sobria tanto escénica como lumínica), los Happy Mondays se despidieron entregando su mejor versión. Aquellos despropósitos en español de Shaun al inicio (“Ustedes son un público incredible”, “Movistar es fantasticou”), ahora repetidos se aunaron al tema como en un remix improvisado. Al rato volvieron sin que nadie se los pida e hicieron “Jellybean”, uno de los pocos puntos altos de su fallido regreso al estudio en 2007 (“Uncle Dysfunktional”). Un tema denso, muy cargado de capas de guitarra disonantes, que indujo a un breve trance. Y por último “Wrote for luck” para cerrar definitivamente a puro baile. Happy Mondays pasó por Buenos Aires sin novedades, apostando a lo seguro tanto desde la elección de los temas como en cuanto al sonido, pero entregando la versión más convincente en años. Ojalá esa energía pueda plasmarse en música nueva, porque basta con bailar un rato con ellos para darse cuenta lo falta que hacen.

lunes, 7 de mayo de 2012

Crosby, Stills and Nash en el Luna Park


El domingo tenía una doble oferta musical y ambas muy tentadoras, al menos para mí: por un lado Noel Gallagher en GEBA, y por el otro Crosby, Stills and Nash en el Luna Park. La suma de espectáculos más los precios abusivos hicieron que aguante hasta último momento para decidirme, esperando el primer sitio de cupones de descuento que ofreciera lugares para alguno de los dos shows. Esta modalidad resulta una verdadera estafa para quienes se apuran a asegurarse un lugar en los conciertos, y se ha transformado en una habitual y muy poco leal práctica por parte de las productoras, pero mientras Lealtad Comercial (un verdadero oxímoron a esta altura) lo permita, yo voy a empezar a aprovecharlo. Pues bien, primero salió el descuento de C,S&N y con ellos pasé la noche del domingo.
“Nos vemos pronto” les decía en perfecto español Stephen Stills a los centenares de fans que se habían amuchado delante del escenario y a los miles que aplaudían desde sus lugares, mientras el trío se despedía definitivamente cerca de la medianoche del domingo, después de un concierto extraordinario. Tres horas antes, la misma voz había saludado con un “al fin!” como si los cuarenta y tres años de espera hubiesen sido por parte de los músicos y no el anhelo de la platea que poblaba buen parte del Luna Park. Y sea cual fuera el orden de la ansiedad por el encuentro, al final de la noche estos tres tipos que rondan de 70 años (Stills zafa con apenas 67) habían conseguido el milagro de revivir la chispa de fines de los '60 en un recinto sin barro en el piso, con el público acomodado en cómodas butacas y en el que no se permite fumar ni siquiera tabaco.
“Carry on, love is coming” coreaban los tres en el principio como una reafirmación del espíritu que los mueve no solo a seguir tocando juntos, sino a mantener vivo un mensaje pacifista increbrantable cuya llama permanece vigente a lo largo de todos y cada uno de los clásicos que nos dimos el gusto de cantar con ellos por primera vez. El concierto apeló a las emociones, a revivir pasiones y encantar con caricias el alma de tipos cuyo contacto más cercano con el trío había sido a partir de la película de Woodstock en el viejo cine America. Ahí estaban por fin los tres: Stephen Stills a la izquierda, descollando con su guitarra sanguínea, dueña además de una delicadeza y buen gusto únicos; Graham Nash y su timbre inconfundible en el centro; y David Crosby a la derecha, el más apocado y menos comunicativo de los tres, pero que haciendo alarde de un caudal vocal inusual fue el único que consiguió aliento por separado, con los “ole, ole, ole, Crosby, Crosby” que le arrancaron una sonrisa hacia el final del concierto. Los tres y sus armonías vocales inconfundibles, que aprovechando un sonido impecable que burló el maleficio del Luna Park , permitió (salvo alguna saturación inicial) gozar de los tintes de sus voces, los arreglos y la superposición de guitarras con absoluta fidelidad.
De entrada nomás pudimos disfrutar de clásicos como “Marrakesh express” o “Long time gone”, y de una potente “Southern cross” con el primer gran lucimiento de Stills. Pero entre esas explosiones intensas de una banda implacable, se intercalaban momento mínimos de belleza infinita, como el “Lay me down” de Nash y Crosby. Fue Nash, a pesar del español perfecto de Stills, el encargado de comunicarse con la gente y el que, por lo tanto, anunció “Almost gone (the ballad of Bradley Manning)”, tema dedicado al detenido y torturado analista de inteligencia del ejército norteamericano, cuyas filtraciones a Wikileaks permitieron conocer los crímenes de guerra perpetrados en Irak por el ejército de su país. Coherentes e inflexibles en su mensaje, Crosby, Stills and Nash no solo mantienen en alto sus banderas sobre el escenario, sino que además continúan activos en su militancia antibelicista y espíritu antisistema, como cuando hace unos meses atrás visitaran el campamento del movimiento Ocuppate Wall Street. Antes de “Almost...”, la elocuente “Military madness” y ya en la segunda parte del concierto, el mismo Nash interpelando a Dios por los crímenes cometidos en su nombre en la bella “In your name”, transitarán el mismo camino.
El concierto se dividió en dos partes. La primera de una hora y media mas eléctrica, que incluyó el “Bluebird” de Buffalo Springfield” y que terminó con “Deja vu” y “Wooden ships”, con preeminencia del órgano de Todd Caldwell, y los cambios de ritmo y climas en las melodías, dando lugar a la versión más “progresiva” de la banda. Sus integrantes fueron presentados citando los antecedentes de cada músico acompañante: además de Caldwell, Steve Distanislao en batería (David Gilmour), Kevin McCormick en bajo (Jackcson Browne), Shane Fontayne en guitarra (Sting, Springsteen) más el piano de James Raymond, a quien se reconoció como gran compositor. La segunda parte, luego de un intervalo de unos veinte minutos, incluyó las melodías más calmas y abrió con “Helplessly hoping”, el citado “In your name” y un exquisita versión de “Girl from north country” de Bob Dylan, interpretada por ellos tres solos en un escenario despojado. Mas adelante Crosby y Nash volverán a quedar solos para la preciosa “Guinnevere”.
Cada momento fue inmenso, cada pieza de colección. Nadie canta como ellos, y oírlos en vivo no hace más que confirmar ese dicho popular que dice que “mas viejo es el viento y todavía sopla”. O mejor, corroborar la sentencia de Jimi Hendrix que figuraba en el programa que nos daban en la entrada al estadio y que define a Crosby, Stills and Nash como “la música occidental del cielo”. En continuado siguieron “Jesus of Rio” (magnífico Raymond en el piano), y un nuevo lucimiento del órgano de Caldwell en “Cathedral”, en una explosión de psicodelia. Después Graham Nash dedicó “Our house” a las “beautiful women from Florida Street”, y un Crosby que arrancó aplausos con “Almost cut my hair”. Hacia el final un "Love the one you're with" explosivo para cerrar el concierto a lo grande.
En la despedida pudimos habernos quedado cantando hasta el amanecer, el Luna Park era un fogón gigante en donde el fuego estaba dentro de cada uno de los presentes. Al regreso hicieron otro tema de Buffalo Springfield, “For what it's worth ”, pero cuando amagaban a irse el índice en alto de Crosby indicó que había una más. Había que ver la cara de la gente cantando “Teach your children”, aplaudiendo y sonriendo, en una mezcla de inocencia y fascinación asombrosa. Generacionalmente no puedo ubicarme en ese lugar, pero era imposible no percibir la emoción con la que la gente recibía esa canción a modo de despedida. No porque uno no disfrute, pero era evidente que la llegada a los más grandes (mayoría, por cierto) era más intensa, y seguro centenares de recuerdos retornaron a cada memoria más vívidos que nunca. La energía que quedó flotando en el recinto obligó a un nuevo regreso y “Suite: Judy blue eyes”, fuera de programa, sirvió para que el hechizo fuera completo. “It's getting to the point where I am no fun anymore, I am sorry” se despiden culposos Crosby, Stills and Nash desde el escenario del Luna Park, que enciende las luces para devolvernos al siglo XXI. Y ese “nos vemos pronto” de parte de Stills que como gente de palabra que es, sonó más que prometedor.