martes, 15 de noviembre de 2011

Laetitia Sadier en Niceto


El principal enigma que tenía antes de ir al show de Laetitia Sadier en Niceto no era el show en sí mismo. Ni la música de Laetitia, ni siquiera saber cuánto de Stereolab podía llegar a tocar la cantante francesa. El principal enigma era saber cómo hacer para ponerme a tono de la noche cuando todavía el cuerpo guardaba la energía heredada del show de Pearl Jam en La Plata. Había que bajar un cambio. Y considerando que Laetitia Sadier adoptó el nombre de su banda alternativa a Stereolab (Monade) de un concepto de Cornelius Castoriadis, y que al primer disco de esa banda lo llamó “Socialismo o barbarie”, me puse en modo revolucionario y para conseguir estar a tono adopté el concepto de bajar dos, tres, muchos cambios. Y felizmente funcionó.
Bien, una vez preparado para el clima del recital llegué a Niceto suponiendo que siendo un Lunes las cosas podían llegar a empezar a horario, cosa que no sucedió. Cuarenta minutos después de la hora anunciada largó un miniset Rosario Blefari, que hizo las veces de telonera. La espera no fue sencilla, hay algunas canciones de Rosario que me parecen buenas, pero su manera de cantar me exaspera. No voy a ser cruel por hoy, además temo pecar de injusto, porque la recepción de la gente fue muy buena. Mientras tanto, uno va aspirando el humo ajeno (sabemos que en los boliches la norma de no fumar en lugares cerrados no se cumple y yo tampoco soy un fundamentalista anti tabaco ni mucho menos, pero el sistema de ventilación de Niceto es desastroso) sumado a que en la barra solo se dignan a preparar el Fernet con Pepsi (si yo fuera Jefe de Gobierno los clausuraría solo por esa herejía), la cosa no fue del todo cómoda. Por otra parte fue la primer vez que vi la pista de Niceto armada con unas cuatro o cinco mesas en la parte cercana al escenario, cosa extraña porque, al menos cuando se pusieron a la venta, se ofrecían solamente entradas de valor único. Pero empecé la crónica quejoso y no debería; Laetita pagó con creces todas las molestias ocasionadas.
Desde que la cantante francesa armó Monade como alternativa a Stereolab, abandonó por completo las intenciones más experimentales de su primera banda. Separó las aguas en realidad, porque Stereolab se mantuvo en funcionamiento. Y si Monade es la versión relajada de Stereolab, el disco solista de Laetitia (”The trip” - 2010), es la versión relajada de Monade. Y si de relajación se trata, cuando se descorrió el telón del escenario y la vimos a ella sola con su guitarra eléctrica y un amplificador, quedó claro de inmediato el tono intimista que iba a tener el show. Felizmente intimista, porque es en ese clima en donde mejor se aprecia la voz de Laetitia Sadier y muchas de sus melodías conquistan por sí solas, sin necesidad de aditamento alguno.
Del show en sí puedo contar que estuvo basado en “The trip”, más algunos temas de Monade. Que Laetitia se mostró muy locuaz a la hora de explicar sus canciones, y que con cada una de ellas consiguió mantener al público tan cautivado, al punto que con un leve gesto con su cabeza al final de cada tema, tuvo que “autorizar” los aplausos de la gente ensimismada. Canciones como “Fluid sand” o “Statues can bend” son dueñas de una melodía hermosa, que en el tono en que Laetitia las canta, contagian su tono melancólico. Hubo dedicatorias para su joven hermana que se suicidó (“Natural child”, una sentida balada) y para Pier Paolo Pasolini, con “Lost language”, un tema de Monade (“Well, I ain't sure, but I've been told he's baking cakes inside our souls”). También se quejó del gobierno de su país en “Our interest are the same”, tema en el que terminó con un grito liberador, abandonado su postura relajada. También se preocupó por quejarse de las 24 horas varada en al aeropuerto de Roma, víctima del paro en Aerolineas Argentinas, y que casi le impide estar a tiempo para el show. Y hasta se permitió recomendar la exposición "El color en el espacio y en el tiempo" de Carlos Cruz-Diez en el Malba.
Las canciones de Laetitia transitan por el lounge, con matices lejanos de bossa nova y remiten a la versión más distendida de Everything But The Girl. Su delicadeza en las formas inspira una fragilidad que resulta engañosa, porque si hay algo que no le falta a Laetitia Sadier es actitud y confianza sobre el escenario. Cantó casi siempre en inglés, pero rescató al frances para una de las más bellas canciones de “The trip”, “Ceci est le coeur”. Nos dimos el gusto de tener nuestro momento Stereolab, con “International colouring contest”, y el breve show se cerró con “The Swimm”, un tema del primer disco de Monade, “Socialisme ou barbarie: the bedroom recordings”.
El regreso al escenario fue con “Where did I go”, otra canción de Monade, y para el cierre Laetitia anunció un cover. Felizmente no optó por “Summertime”, del que grabó una versión en “The trip” que poco le suma al clásico de Gershwin, y sí se decidió por “By the sea”, una deliciosa interpretación del tema de Wendy and Bonnie, también grabada en el disco solista.
Calidez, intimidad, una intensidad sencilla y amable, fueron los atributos de un concierto conciso pero convincente que marcó el tardío debut de Laetita Sadier en Buenos Aires. Para mí fue el final de un rally de siete recitales en 14 días, porque aunque no haya contado nada en el blog, el Viernes me fui a ver a los Inspiral Carpets en el Movistar Free Music de Puerto Madero. Los de Manchester se mostraron vigentes teloneando a unos Interpol, que por mí se pueden llevar su angustia existencial a mejor puerto. La agenda de diciembre incluye a Catupecu Machu, Kings of Convenience y al gran Roger McGuinn.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Pearl Jam en el Estadio Unico de La Plata


El show de Pearl Jam de anoche puede resumirse en una sola imagen: mientras la banda está terminando de tocar ese temazo que es “Black” y la gente no para de corear la parte de guitarra del estribillo, los músicos aminoran el volumen hasta hacer silencio y se quedan embelesados mirando a la gente cantar. Entonces los miles de tipos que hace seis años nos íbamos con la piel de gallina caminando por las calles de Caballito, en una noche tán cálida y húmeda como lo indica el mandato porteño, preguntándonos si alguna vez íbamos a volver a ser testigos de semajante química entre una banda de rock y su público, nos damos cuenta que sí. Que no solo era posible, sino que para que se repita solo bastaba con volvernos a ver cara a cara con esos músicos que anoche terminan “Black” aplaudiendo a su gente, en una reacción que tiene poco de demagógica y mucho de sincera emoción. Porque realmente son conmovidos por esos cantos consagrados hacia ellos y a los que Eddie Vedder, en un gesto de auténtico peronista, llamará más adelante “música hermosa”. Pero eso sucede cuando promedia la extensa segunda tanda de bises, y antes Peal Jam hizo mucho para llegar a ese momento.
La primera sorpresa había llegado cuando Eddie Vedder subió como invitado a cerrar el set de X, la histórica banda punk de Los Angeles, casi desconocida en Argentina y que oficiaron de teloneros de la gira Sudamericana. Con una voz femenina al frente, la de Exene Cervenka (una especie de versión moderada y previa en la linea evolutiva de Beth Ditto), se las arreglaron para que la gente les preste atención al set, y con un punk primitivo, más las versiones de “Soul kitchen” de The Doors y “Breathless” de Jerry Lee Lewis, consiguieron animar la previa. El cierre con invitado de lujo resultó el moño. Una demostración de humildad por parte del cantante estrella de la noche, pero también de afirmación de identidad: Pearl Jam tiene especial preocupación en revelar las raíces de su música a la hora de elegir telonero.
Veinte años de “Ten”, veinte años de grunge. Y en Argentina con diferencia de días vamos a tener el privilegio de tener tres voces emblemáticas: Cornell, con su show acústico de la semana pasada, Scott Weiland y sus STP en Diciembre, y anoche Eddie Vedder, que dio inicio al concierto homenajeando a aquel puntepié inicial, con el confesional “Release”. Pero enseguida “Go” y “Corduroy” se encargaron de entregar las primeras andanadas de rock primal. En un show que se preocupó por repasar la larga carrera de la banda, Pearl Jam supo administrar energía e intercalar momentos calmos a las descargar brutales de furia punk. Así fue que el dueto de “Backspacer”, “The fixer” y “Amongst the waves”, fue interrumpido con la intensidad de “Inmortality”.
Lo que sucede a lo largo del show es la suma de pequeñas complicidades y anécdotas entre la banda y su público. La banda sí, pero en particular Eddie Vedder. Que pide tres pasos atrás a la gente cuando la ve agolpada contra el vallado (Rosklide los curó de espanto), que no para de beber y que hacia el final hasta se permite un cigarro. Que no olvida que en su primera visita al país llegó como seguidor de los Ramones, y que confiesa cuánto los extraña, antes de rematar la anécdota con “I believe in miracles”. Y que desgarra su garganta en cada tema sin medir consecuencias, entregando toda su vitalidad para un estadio que no hace más que recibirla y devolverla por duplicado. Supliendo en parte a un sonido que no favoreció a las guitarras, que en los temas más poderosos sonaron algo saturadas, al menos desde mi lugar.
La gente extasiada se entrega de manera absoluta. Salta con “Even Flow”, simplemente se rinde ante el rescate de “Ederly woman behind the counter in a small town” y corea a más no poder el fraseo de guitarra de “Do the evolution”, tal vez la característica que más sorprenda y atraiga a los músicos, del público argentino. Que en los intervalos entre temas se preocupa de corear el nombre de la banda, y recordar entre ole, ole y olas que Pearl Jam es un sentimiento y que no se puede parar. Que revolea remeras, que salta las vallas que dividen la parte trasera del campo de la del medio (la delantera, la VIP, resultó infranqueable) a riesgo de comerse un golpe de los tipos de seguridad, que impotentes observan como el orden que les encargaron los abandona. Cuando Pearl Jam vuelve a “Ten” para cerrar la primera parte del concierto con “Jeremy” y “Porch” (en un final prolongado de altísimo vuelo), yo miré el reloj y cuando noté que había pasado una hora y veinte, no podía creerlo. Parecía que recién había empezado, y con solo mirar las caras a mi alrededor me di cuenta que no era el único con esa sensación.
Volvieron al escenario en una versión relajada. “Just Breathe” y “Garden” fueron seguidas por la irresistible simpleza del cover de Wayne Cochran, “Last kiss”, que fue acomañado con aplausos rítmicos por miles de manos elevadas. Y luego del nombrado tributo a Ramones, cerraron ese tramo con “State of love and trust” y un “Blood” en donde la performance de Vedder se vuelve épica, exponiento al límite a sus cuerdas vocales, y el desgarrado grito “Fuck, fuck, fuck” resulta una mezcla de bronca y rebeldía descomunal.
Pero había más. Y mucho más. Porque regresaron con el riff hiriente de “Smile” y luego se embarcaron en “Mother” de Roger Waters, que aunque la vienen haciendo en la gira y uno ha buscado entre los videos disponibles en la web, solo es posible medirla en la dimensión de emotividad que emana la versión, escuchándondo en vivo. Emotividad que se incremeta y alcanza su pico en “Black” y la escena contada al comienzo. Y que continua con “Better man”, como si fuera poco, con el estadio cantando y Vedder saltando como un chico y alejándose del micrófono para oir al público entusiasmado. La batería de Matt Cameron da inicio a “Why go” y otra vez Pearl Jam desborda de ímpetu rockero, con McCready y Gossard sacándose chispas, y que llega a un final apocalíptico que se resuelve en el inmortal “Alive”. Y si hasta ese momento se había cantado, entonces la entrega, tanto arriba como abajo del escenario es absoluta. Y el “I'm still alive” es entonces un grito de liberación y celebración. Una éxtasis casi religioso por alabar el regreso de Pearl Jam a la tierra prometida. Y después a rockear en el mundo libre, festejando el cumpleaños de Neil Young, con las luces que se van encendiendo de a poco, y que no solo no logran cortar el clima, sino que además dan auténtico testimonio de la fiesta que se vive en el estadio colmado.
El final definitivo fue con la hendrixiana “Yellow ledbetter” y Eddie Vedder correteando frente a la gente y tocando cada una de las palmas a su alcance, y McCready haciendo su solo final sentado al borde del escenario. Entre amigos. Borrando los límites entre las estrellas de rock y el público. En una abosluta comunión que no terminará nunca y a la que solo podrá igualar una próxima visita de Pearl Jam.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Members of Morphine and Jeremy Lyons en el Teatro ND Ateneo


Mark Sandman es irremplazable. Y nada, absolutamente nada de lo que disfrutamos anoche en el Teatro ND Ateneo hubiese sido posible si alguna vez no hubiéramos tenido en el mundo a un tipo con el talento de Mark Sandman. Los músicos que anoche interpretaron sus composiciones lo saben más que nadie, y su espíritu y su impronta no solo sobrevoló cada uno de los tramos del concierto, sino que además es la que signa de manera indeleble la carrera de los tipos que lo acompañaron durante su trayectoria musical. Hecha esta introducción, empiezo contando que después de algunos videos amateurs en internet y un bootleg que conseguí por allí, las expectativas eran altas. Seguí los pasos de Dana Colley a partir del desbande de Morphine, y sus tres discos con Twinemen (nombre tomado del comic creado por Sandman), en donde junto a Billy Conway sumaron a la cantante Laurie Sargent, son una delicia. Y este nuevo proyecto, con el saxofonista ya reencontrado con Jerome Deupree (baterista original de Morphine), que incluye a Jeremy Lyons, y que comenzó como un tributo a Sandman al cumplirse diez años de su muerte en 2009, cobró vida propia y se transformó en “The ever expanding elastic waste band”. Un nombre tan ambicioso como el proyecto, que en definitiva terminó quedando como nombre del disco y la banda pasó a denominarse Members of Morphine and Jeremy Lyons, ya que al trío se sumó Billy Conway (el otro de los bateristas que pasaron por Morphine) para acompañar a Deupree en la percusión.
Para agrado de todos los que estábamos anoche en el ND Ateneo, la apertura del show fue a puro Morphine con “Have a lucky day” y “Claire”, y en realidad ese iba a ser el tono de todo el recital. Porque casi todo el set list estuvo armado con canciones de aquella banda madre y que era la que en definitiva nos convocaba. Los músicos rescatan la atomósfera espesa de las composiciones originales de Sandman, pero encaran el sonido desde otro lugar. Suenan como una versión contenida de Morphine. Colley toca un saxo acústico pasado por un amplificador de guitarra y eso, sin quitarle mugre al sonido, lo vuelve más luminoso y hace lucir más el tinte jazzeros de sus arreglos. Y Jeremy Lyons, excepto en sus propios temas cuando toca guitarra y aporta su “delta blues”, toca el slide bass y canta manteniendo (o imitando) el tono profundo de la voz de  Sandman. La puesta fue sencilla, la iluminación baja y sobre el escenario no hubo despliegue físico alguno. La única curiosidad fue un haz de luz que daba justo sobre Billy Conway, que llevaba puesta una camisa color piel, y que le daba un toque espectral a su figura. Además la imagen de Lyon, con boina y tiradores, parecía la de un diariero anunciando los periódicos en plena crisis del '30.
En la continuidad del show aparecieron “The other side” y “Sheila”, el primer momento en donde la banda abandona su postura mesurada. Dana Colley fue el encargado de tomar contacto con el público. Se mostró alegre y jodón, recibió preguntas y sugerencias del público (You are single? le gritaron con voz femenina desde el pullman, lo que provocó uno de los momentos más hilarantes), recordó los shows de 1997 con Morphine en Dr. Jeckyll, y nos puso al tanto que Jerome Deupree cumplía años, lo que fue retribuído con el Happy birthday correspondiente. Las versiones más medidas fueron las que encontraron matices más finos en los arreglos, como “Let's take a trip” o “French fries with peppers” más adelante, mientras que temas como “Honney white”o “Thursday” los mostró desenfrenados y con un público que embelesado, seguía con brazos y piernas rítmicos cada uno de los cortes y caminos que se sabe de memoria. Al margen de las versiones regrabadas con temas originales de Morphine, uno de los pocos momentos rescatados del disco fue “Different”, un tema de Jeremy Lyons con reminiscencias al “Whitin you without you” beatle.
En “I'm free now”, Conway y Deupree invirtieron sus lugares y fue Billy el que quedó a cargo de la batería, mientras Jerome fue a la percusión. Dana Colley presentó a los músicos y volvió a citar a Mark Sandman como si fuera un integrante más. Tocaron “Pulled over the car”, un tema que de alguna manera es el emblema de esta formación, ya que se trata del rescate de una canción no tan conocida de Morphine (The B-Sides and Otherwise ) y que la banda usa como distintivo. Cerraron con “Buena” y a esa altura la platea de pie se dividía entre filmar y dejarse llevar por la potencia de una banda que sonaba arrasadora. Volvieron para despedirse en un clima más íntimo, con una intensa versión de “You look like rain” que Dana Colley cantó a medias con la gente.
Excelente concierto de unos tipos que saben que mas allá de su talento como músicos, a más de diez años de su muerte, siguen bajo el influjo de un Mark Sandam, que desde un manojo de canciones maravillosas, continúa acrecentando el tamaño de leyenda. Y que a nosotros nos deja con la certeza que la muerte temprana nos privó de un artista tan único como irremplazable.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Personal Fest día 2: Sonic Youth

           
            Segunda jornada del Personal Fest, con un line up bien heterogéneo. Por un lado bien indie y alternativo, y por otro lado, una presencia caribeña expresada en el reggae y en la fusión de Calle 13. Quienes siguen este blog no tienen que pensar mucho para saber qué tipo de los artistas eran los que más me interesaban, así que me fui al festival pensando en The Kills como primer plato fuerte, dejando de lado el resto. Cuando llegué estaba terminando su set Mala Rodriguez, así que no puedo dar mayores referencias que de su portaligas colorado.  En seguida en el escenario 2 largaba Soldiers of Jah Army, o Soja como les gusta llamarse a los de Virginia. La verdad es que estaba con el modo reggae en off, y mucho menos reggae transgénico (¿?), así que me fui a dar una vuelta por el predio, recorriendo el resto de los escenarios, en los que no encontré nada interesante para contarles. Un rato más tarde sí me aproximé al escenario 1 para los esperados The Kills. De entrada se notó que había un buen grupo de fans que les eran propios y que les iban a celebrar cada una de sus intervenciones. Alison Mosshart de pelo rojizo tomó el micrófono y arrancaron con el irresistible “No wow”. Si bien vienen de hacer con “Blood pressures” su disco más compacto, no se dedicaron solo a   recorrer este, sino que gratamente trajeron algunos de los clásicos de sus discos anteriores. “Future stars slow”, y el reggae espeso de “Satellite” fueron puntos altos de un show que se sostuvo en la tensión sexual entre Jamie Hince y Alison Mosshart. Solo ellos dos sobre el escenario, más el disparo de pistas que le quitaron un poco de contundencia a la performance. Porque a veces resulta demasiado lineal el volumen y los climas dentro de los temas mismos, dueños por sí mismos de una gran dosis de energía, y a los  que imagino mucho más contundentes con el pulso de una banda de “carne y hueso” detrás. De todas formas, la densa “URA Fever” o bailable “Cheap and cheerful” se vuelven irresistibles. Alison tocó guitarra en varios temas y se le animó a unos tambores en “Pots and pans”, que a medida que pasaban inadvertidos a lo largo del show, parecía que estaban de adorno. Quedó la dedicatoria de Jamie Hince en “Baby says” para su esposa, que de no tratarse de Kate Moss, resultaría un dato intrascendente, y la idea definida de un dúo aplastante que en la apuesta minimalista, desaprovecha en vivo buena parte de su potencial.
            Seguido en el otro escenario volvía el reggae con Damian Marley. Un hijo de Bob Marley que hace reggae, nada original por cierto. Ni nada que me interese demasiado, así que corrí al tercer escenario en donde tocaba El Mató a un Policía Motorizado, que me recibieron con “El día del huracán” y “Chica rutera”. Nadie como ellos merecían tocar el día en que Sonic Youth volvía a la Argentina. Y con Santiago y su voz en estado impecable al frente, hicieron honor a la apuesta. En un predio que se iba llenando de a poco, aprovecharon para mostrar su estilo noise bien a tono con la noche. Hicieron “Navidad en los santos” y cerraron con una versión de “La noche de los muertos” (del imprescindible “Día de los muertos” de 2008) que de haber llegado a los oídos de Thurstoon Moore le habría arrancado una sonrisa.
            En ese momento se me presentó la única disyuntiva de la noche: los clásicos de Inxs en el escenario principal o los Massacre que seguían a continuación en el escenario 3. Y la verdad es que Inxs sin Michael Hutchence es como Simon and Grafunkel, sin Simon ni Garfunkel. Encima, yo que seguí aquel reality para reemplazar al cantante irremplazable, no quería que gane el que ganó. Así que me quedé en el predio mientras un SMS me entregaba la excelente noticia de los cuarto goles de Cavenaghi. Y cuando Walas entró al escenario saludando con su clásico “Hola, nosotros somos los Massacre. Un beso” y largaron con “Te leo al revés” supe que no me había equivocado en la elección. Con un repertorio haciendo base en el excelente “Ringo”, uno de los grandes trabajos que nos deja este 2011, Massacre dio uno (otro más) show inolvidable. No dejaron clásicos de lado, como “Plan B”, el lejano “Cae el muro” o “Sofía, la súper vedette”. Walas cambió gorro por sombreros de todos los tipos, se mostró excitado con la presencia de Sonic Youth (desmintió que la separación de Thurstoon Moore y Kim Gordon se deba a alguno de los Massacre), cantó “La octava maravilla” abrazado a un muñeco desnudo, y se mostró todo lo histriónico que le conocemos. Los temas nuevos tuvieron versiones notables, como la irresistible “Tanto amor”, “La web del siglo” (se derrumba el capitalismo, proclama Walas), “Muerte al faraón”, “La virgen del knock out” o “Tengo captura”. Cerraron con “El robot vs. La momia azteca”, volviendo a agradecer la posibilidad de tocar la misma noche que los Sonic Youth. De tantos festivales que he ido, jamás vi tanta gente en alguno de los escenarios alternativos.
            Cuando volví para reencontrarme con la familia (que optó por el show de Inxs) los australianos estaban haciendo una versión desabrida de “Original sin”. Una lástima. El cantante ni siquiera era JD Fortune, el ganador del reality, sino otro que llevaba apenas dos shows son ellos. Solo presencié la parte final del set, pero bastó. Un repertorio plagado de hits no es suficiente, y el carisma no se reemplaza con profesionalismo. “New sensation” y un cierre con “Never tears apart” terminaron por confirmar esta impresión. Lástima por los Harris, no se merecen este presente. Bah, no sé. Porque metieron un bis que nadie les pidió, así que tal vez sí lo merezcan. Chau Inxs, hola Calle 13.
            Todo un tema para mí Calle 13. No es la primera vez que los veo y sin duda tiene un vivo descomunal. Desde ya que han dejado de ser hace rato esa bandita que rozaba el reggaeton en sus comienzos. Pero tienen un discurso politizado que aunque lo intento, no les termino de creer. Eso de los ejecutivos de Adidas víctimas del engaño de un rapero de Puerto Rico es mas un chiste que otra cosa, y me pone a la defensiva ante ellos. Y aunque no son solo eso, y hay también mucha música en el medio, ese discurso suele quedar por delante de las canciones, que en muchos casos se sostienen por sí solas. Porque es cierto que cuando se sueltan en pasajes instrumentales la banda es un lujo (tienen un trompetista cubano que es una delicia), o que cuando abordan el hip hop  más denso como en “La bala” (dedicada anoche a Facundo Cabral) son implacables. Que tienen temas buenos y de los otros; que Residente y PG13 forman un tándem envidiable y que despliegan una energía sobre el escenario que es respondida con creces por parte de un público incondicional. Pero cuando suspenden un show en Comodoro Rivadavia aduciendo exagerado el precio de las entradas, pero aceptan hacer uno como el de anoche, con los tickets al mismo precio del que suspendieron, y en donde vendían un paty a $25 y un agua a $20, no hace otra cosa que aumentar mi sospecha. Todo esto más allá de la ironía de oír a Rene despotricando contra los programas de la farándula y cosechando aplausos desde un VIP en donde minutos antes sus concurrentes se sacaban fotos con cuanto famosos se cruzaran. Hubo música de la buena y arengas por doquier. La demostración de un cariño por la Argentina que resulta sincero. Hacia el final la versión de “Calma pueblo” puso a todo el mundo a cantar, y después la bella “Latinoamérica” con Pedro Aznar de invitado en coros. Cerraron con “Fiesta de locos” un tema de los pedorros, para trencito en cumpleaños de 15, pero que a su gente le gusta. Antes de dejar a Calle 13, dos últimas consideraciones: los cabritos brincan, René. Nosotros saltamos. Y además estaría bueno que ese discurso solidario que pregonan lo apliquen para con sus colegas músicos, porque sabiendo que se trataba de un festival, se cagaron en el resto de los artistas y extendieron su show por veinte minutos sobre lo establecido. Claro, con la mayoría del público de su lado y usándolo como freno ante las amenazas de corte de sonido, no les resultó muy difícil quedarse. No era un recital de Calle 13, era un festival con Calle 13 incluído, pero para quien se cree el centro del universo no parece fácil de entender.
            Y por fin Sonic Youth. Mientras el predio se vaciaba lentamente, porque la amplitud de estilos ni la curiosidad musical parecen ser atributos de los fans de Calle 13, nosotros nos aprontamos al escenario principal en donde Kim Gordon, Thurstoon Moore y los suyos nos esperaban para sacudirnos con “Sacred trickster” y “Calming the snake”, ambas de su último trabajo de estudio, “The eternal”, disco al que volverían más tarde con “What we now”. Si a alguien le quedaban dudas de si la reciente separación de la pareja que da vida a Sonic Youth iba a repercutir en la performance en vivo del grupo, las dudas habían quedado disipadas. Sonic Youth fue todo lo que esperábamos. Guitarras distorsionadas, acoples y ruidos y más ruidos. Sí, ruido en el sentido más musical de la palabra. Una bola sonora que se te mete por los poros y te posee. Una energética dosis de riff que se construyen y se desarman en canciones que no terminan por ser otra cosa que alaridos desesperados y trances de absoluto hipnotismo. No son necesarias muchas palabras desde el escenario, basta que un acople se demore y se defina en la intro de otro tema para entender la continuidad que Sonic Youth le da a un show sin respiro. Con citas a todos sus grandes álbums, privilegiando felizmente a “Sister” y “Daydream nation” en la elección. Del primero hicieron “Cotton crown”, “Stereo sanctity” y “White cross”, y del segundo “The sprawl”, “Hey Joni” y  el implacable “Cross the breeze”. Hay furia, estremecimientos, espasmos musculares siguiendo a esa energía que se desprende del escenario y que saca la noche del parámetro de espacio y tiempo en el que nos reconocemos. Lee Ranaldo arranca quejidos a guitarra con un arco de violín, Thurstoon Moore usa de slide a un ventilador que arrancó de uno de los lados del escenario. Cerca mío un tipo cercano a los cincuenta filma con su teléfono celular mientras todo su cuerpo se deshace en espasmos que convertirán la grabación en una toma digna de Michael Fox camarógrafo. La exageración y la exhuberancia sonora como emblema hace del show de Sonic Youth una experiencia incomparable. La banda sigue tocando y viaja a su pasado profundo  entregando dos temas de “Bad moon rising”: “Brave men run (in my family)”, y el voladísimo “Death valley ‘69”. “You’re perfect in the way, a perfect end today. You’re burining out their lights, and burning in their lights”, mejor cierre imposible, porque el final llegó con la descomunal “Sugar kane” mientras la organización del festival hace explotar antes de tiempo una bomba que lanza papelitos plateados, demostrando que no entendieron absolutamente nada, salvo que hay que encender rápido las luces y largar los fuegos artificiales, no sea cosa que a la gente se le ocurra pedir un bis. Eran cerca de las dos de la mañana, corría un viento fresquito y para salir había que atravesar los lagos de Palermo. Aún así, un “Eric’s trip” de despedida no hubiese venido nada mal como cierre ideal.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Personal Fest Dia 1: The Strokes


           
            Hacía rato que en este tipo de festivales no estaba tan entusiasmado con los line up. Más allá que uno siempre exagera a la hora de exigir, esta vez la gente de Pesonal se esmeró. Y más allá de eso, por primera vez se realiza este tipo de espectáculos en la sede San Martín del Club GEBA. Gigante, cómoda, sin vecinos cerca, y por lo tanto ideal para no escatimar en decibeles. Un tanto incómodo el acceso, pero realmente resultó un tema menor. Y ayer, en la primera jornada del Festival, la lluvia, que amagó a arruinar la noche, solamente se trató de un chaparrón fuerte pero pasajero.
            Llegué al predio caminando bajo la lluvia que empezaba a ser copiosa. La gente que había llevado paraguas se fastidiaba porque se los sacaban en la entrada, y los que compraban pilotos a $10 puteaban porque se desarmaban antes de poder calzarlos por la cabeza. Sonaban los White Lies, una de esas bandas que hacen culto a Ian Curtis, y que tiene algo de Ian McCulloch, o de Interpol, si uno no quiere irse tan atrás. Yo no los tenía tanto, escuché algo por curiosidad al saberlos partícipes del festival, y tengo que decir que aprovecharon al máximo los beneficios de un sonido impecable, con el volumen ideal para este tipo de conciertos masivos. Además la tormenta que se desató hacia el final del set le entregó un condimento especial: los rayos metían miedo y la gente en su combate contra el agua se dedicó a saltar, incluso cuando el ritmo no lo incentivaba. En seguida, en el escenario 2, con menor volumen, pero manteniendo la calidad del sonido, se presentaban los Broken Social Scene, el primero de mis platos fuertes. Los canadienses dieron un show impecable. Arrancaron a cuatro guitarras, incorporaron teclados y vientos e hicieron un set de recorrido parejo por todos sus discos. “World sick”, “Superconnected” fueron puntos fuertes del show. Terminaron de ganarse al público al invitar a Emilie Haines de Metric (una de las voces femeninas que los acompañó en sus comienzos) para hacer la sugestiva “Anthems for a seventeen year old girl”, y desatarse con “Almost crimes”.  A propósito, Metric es una cuenta pendiente para las productoras, tendrían una tercera o cuarta banda para un festival que les aseguraría un excelente show. Los BSS cerraron con el instrumental “Meet me in the basement” de su último disco. Adrenalítico riff al que se la van sumando instrumentos, y que sobre el final los vientos vuelven adictivo. Para los que no los conocían, inmejorable oportunidad para hacerlo. Los canadienses no solo no pasaron desapercibidos, sino que además convencieron por demás. Para los que los esperábamos, una confirmación de los que lo que preveíamos. Y en mi caso, me queda el lamento por haberme perdido el show de La Trastienda del martes. Claro, ese día estaba viendo a Charly, pero por el momento los científicos parecen más interesados en clonar a las personas, en lugar de disociarlas.
            Siguió Goldfrapp. Otra que aprovechó el sonido del escenario 1. Los británicos optaron por un set con los temas más bailables, y dejaron de lado la versión más intimista de su carrera. Alison apenas saludó a los gritos a un público que la siguió con atención, aunque sin demasiada efusividad. Se vio gente bailando en algún sector alejado del amontonamiento, pero poco más. Eso sí, momentos como “You never know”  y “Happiness” hicieron que el show valga la pena. Y el cierre con “Oh lala” y “Strict machine” resultó irresistible.
            A continuación fue el turno de Beady Eye. El único momento en el que la lluvia amagó con volver, pero los gruesos gotones que cayeron fueron apenas un susto. Bien. Beady Eye es Oasis sin Noel Gallagher. Y este es mucho más que un sencillo recuento de integrantes para algún desprevenido, sino que es una auténtica definición. La ausencia del hermano compositor hizo que Liam se muestre contento y desenvuelto. Hasta algo más humilde y simpático a veces. Andy Bell también aparece más suelto, y en los temas más potentes, Beady Eye alcanza una performance contundente. Abrieron “Four letter word” y “Beatles and stones” y tuvieron una buena parte del público a su favor. Sus fans se adelantaron hacia el escenario 2 e hicieron todo lo posible para hacer notar que para ellos, los británicos eran el punto fuerte de la noche. Como contrapartida, promediando el show, mucha gente se alejó para acomodarse mejor para el set de The Strokes. Y creo que no solo se trató de eso, sino que a medida que Beady Eye avanzó en su lista, el show fue decayendo. Cuando se trata de guitarras al frente, o incluso cuando incorporan tintes psicodélicos (“Wigwam”)  la banda se muestra compacta, pero cuando encaran temas más melodiosos es cuando el “sin Noel” prima, y a las canciones les falta vuelo creativo. Cerraron con Liam enfundado en una bandera argentina (antes había dedicado un tema al Kun Agüero) haciendo “Sons of stage”, el cover de World of Twist con el que vienen despidiéndose en la gira.
            Y por último The Strokes. Si alguien tenía dudas de sobre lo que los neoyorkinos eran capaces de dar arriba de un escenario, anoche se le fueron todas las dudas. Sobre una base machacante, las guitarras de Albert Hammond Jr. y Nick Valensi se sacan chispas. Julian Casablancas canta y se mueve con toda la indulgencia que uno espera. Y la banda arrolla por donde se la mire. Sin llegar a la continuidad enfermiza de los Ramones, el show se sostuvo en un encadenamiento de temas que no hacían más que duplicar la energía del anterior. Abrieron con “New York City cops” y “Heart in the cage” dejando en claro que no solo se trataba de presentar “Angels”. Sin embargo, canciones como “Under cover of darkness” y Machu Pichu” fueron platos fuertes del set. Ni hablar de  “You’re so right”, que de las nuevas, es la canción que más gana en su versión en vivo. La dupla de “Room of fire”, “12 51” y “Reptilia” terminaron por incendiar el escenario, con un público que combinaba pogo con pasitos dance, y piecitos rítmicos con cabeceos frenéticos. En The Strokes hay punk, hay Televisión, hay Lou Reed, y fundamentalmente hay una determinación a acuchillarte los músculos con guitarras de filo asesino. El final de un set breve, bien festivalero fue con la contundente “Juicebox” y el grito desesperado y agónico de “Last night”. Tras un breve receso, volvieron para despedirse con dos clásicos de su primer disco, “Hard to explain” y “Take or leave it” para un público que se quedó con ganas de más, pero al que no le quedó tiempo para pedirlo, porque las luces, la música y la irrupción de una andanada de fuegos artificiales, le indicó que la noche había terminado. Lo de los Strokes resultó una aplanadora (si ya sé, eso es de Divididos, pero juro que fue así) y si a alguien le quedan dudas, se busca el setlist en internet, y se lo arma  en grooveshark tal cual el orden de anoche. Si al cuarto tema no está saltando solo arriba de la cama, no escribo más crónicas de recitales.
            Hoy la segunda fecha. Y cierra Sonic Youth, nada menos.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Charly García en el Teatro Gran Rex - El angel vigía



            Cuando uno entraba anoche al Gran Rex le entregaban como programa un cuadernillo de tapas negras en donde figuraban las listas de temas de los tres conciertos de la serie con que Charly García festejaba sus sesenta años. La vanguardia es así, Detrás de las paredes y El ángel vigía. Tres conciertos, a veinte temas por noche. Sesenta años y sesenta canciones. Nada fuera de lo común, pero lo suficientemente tentador para estar allí cada una de las presentaciones. En mi caso, que fui solo la tercera, la primera reacción al estar ya acomodado en mi butaca, fue abrir el cuadernillo y decepcionarme con los setlist de los días previos. Empecé entonces por ese acto masoquista, mientras me negaba a ver la lista correspondiente a mi noche, algo que mi ansiedad hizo fracasar tras breves minutos de cavilaciones. Y comprendí que aún cuando hubiese ido las tres noches, también me hubieran quedado canciones en el debe. Claro, es Charly Garcia. El mismo Charly García que hacia el final del show va a decir algo como “van diecisiete canciones en este concierto, más las cuarenta de los otros dos, son cincuenta y siete. Y pensar que algunos con una sola...”, y un gesto de resignación irónica al que la gente va a responder rompiendo en furiosos aplausos.
            Cuando el telón se descorrió, se oyó la voz en off de Graciela Borges que inició su speach con un “La vida es una droga a la que se le acabó el efecto”, y por la pantalla trasera del escenario empezaron a mostrarse las tapas de cada uno de los discos de toda su carrera,  acompañado por un pedacito del tema más emblemático de cada trabajo. Si a alguno le faltaba memoria, allí tuvo un verdadero parámetro de la trayectoria del artista que engominado iba a aparecer sobre el escenario para dar puntapié al concierto con “Piano bar”. Junto a él, la banda que lo viene acompañando desde su regreso, con dos variantes: el japonés Hiuge Hayashida en segunda guitarra, y Rosario Ortega en reemplazo de Hilda Lizarazu. Pero además anoche, un trío de cuerdas,  más un polifacético Fernando Samalea se encargaron de darle un  marco más que especial a las versiones que Charly eligió para cerrar la triada de recitales. Y precisamente Samalea en bandoneón, es el que tiñe de tono tanguero a los dos primeros temas, porque pegadito a “Piano Bar”, “Canción de 2x3” sonó más porteña y melancólica que nunca. “I'm not in love” cambió a Gardel por Beatles, y “Plateado sobre plateado” resultó uno de los grandes rescates de la noche, con un destacado Samalea en vibrafón. Algunas huellas ya son la piel, y vaya si lo son.
            Las canciones eran interrumpidas por otra voz en off, la de Badía, que narraba historias absurdas sobre una mujer que robaba globos terráqueos de las escuelas y extraterrestres que embarazaban a las mujeres bellas de la tierra; o sobre una pregunta periodística al sobreviviente de un incendio, que consultado sobre el origen del fuego responde: “No sé. Estaba en llamas cuando me acosté”. Pasan también “El día que apagaron la luz” y “Deberías saber por qué” a la que la gente canta como cualquier otro clásico y provoca que Charly diga que es la primera vez que el público entiende esa canción. Alguien le agradece con un: genio!, a lo que Charly veloz responde: no. Genio es Maradona. Y anuncia una canción de la época “en que Maradona todavía hacía jueguitos y firuletes”, y cierra la primera parte del show con “Nuevos trapos”.
            El anunciado intervalo incluyó la proyección de partes de “Un perro andaluz”, el sueño surrealista de Luis Buñuel, mientras se escucha el piano de “20 trajes verdes” y la voz de Graciela Borges recita frases selectas de la poesía de García. Breve, pero a tono con la puesta conceptual del show. Un concierto que al regreso nos recibe con una andanada de rock and roll fenomenal, con “Popotitos” y “No se va a llamar mi amor”. Vaya uno a saber cuál es la fórmula de la alquimia química que consigue mantener a Charly en ese estado de lucidez. Pero lo cierto es que el tipo, aún con sus dificultades, pasea por el escenario, dirige a sus músicos, seduce a Rosario Ortega y hasta baila flexionando sus rodillas de una manera imposible de imaginar, cuando un año y medio atrás nos conformábamos con saberlo vivo y estábamos dispuestos a perdonarle cualquier torpeza con tal de escucharlo cantar aunque sea una vez más. Es tal el éxtasis sobre el escenario, que Charly decide bajar un poco los decibeles presentando a cada uno de los músicos de su banda, porque a continuación venía “Llorando en el espejo” (esta canción me hace llorar hasta a mí, García dixit) en una versión a la que las cuerdas hicieron más intensa que nunca. Y después “Por qué no te animás a despegar?” para seguir con el clima más denso, que se volverá a romper con “Raros peinados nuevos” y “Rap del exilio”.

            Ya no se trata de la sorpresa ante un tipo al que uno no creía poder ver de vuelta arriba de un escenario como en aquel diluvio de 2009, ni siquiera del músico prolijo que encaraba el repaso de su carrera con dignidad interpretativa en los Luna Park de 2010. No. Se trata de un artista que se muestra con sus neuronas abiertas a revisionar su obra desde otro lugar. Reentendiéndola, incluso autosorprendiéndose, reinventándola a veces y resignificándola otras. O acaso hay manera de recibir el impacto de la súplica de “Asesíname” (con dedicatoria a Celeste Cid) de la misma manera que  diez años atrás? O la “Canción para mi muerte” con la que cierra el tramo central del show que es cantada de memoria por todo el teatro mientras la banda intenta sostener la cadencia blusera de la versión que se habían propuesto ,sin desairar a la gente que sigue el tiempo de la melodía tal cual fuera grabada en el lejano “Vida”.
            Antes de los bises, que en realidad son parte programada del concierto y los que en definitiva le van a terminar de otorgar el carácter de glorioso, suena la versión García del himno mientras la pantalla muestra los créditos del concierto como si se tratase de un film. Para destacar  la mención a Juan Alberto Badía, que provoca aplausos al mismo nivel que la del “negro” García Lopez. Ya de regreso, Charly en el escenario acompañado solo por el trío de cello, viola y violín, se lanza a una emotiva versión de “Desarma y sangra”. El ángel vigía, leit motiv del tercer concierto de la serie, dice presente con unos arreglos de cuerdas deliciosos y que arropan al clásico de “Bicicletas” con una intensidad conmovedora. Y aunque en la platea todos sabemos lo que sigue cuando Charly dice que va a hacer un tema, que en realidad son tres (una suite! anunció), nadie podrá evitar los ojos enrojecidos que como inmediato correlato aparecen ni bien el maestro nos canta “Quiero verte la cara brillando como una esclava negra, sonriendo con ganas”. Sí, una “Eiti Leda” emocionante con el (aquí sí imprescindible) aporte de Rosario Ortega en la voz y una banda expandiéndose en su perfección sonora y llegando a lo más profundo de cada uno de los tipos que de pie no podemos quebrar nuestra perplejidad. Pero habrá más. Según el programa, lo que seguía era “Fanky” como para terminar todos bailando. Pero “Eiti Leda” habá dejado algo el ambiente que insinuaba que esa no era la continuidad adecuada. Y Charly llama a García Lopez y en voz baja le hace una sugerencia, entonces el negro arranca con “Cerca de la revolución” y el Gran Rex estalló para un final apoteósico.
            Poco se hizo esperar Charly para volver a cumplir con la lista prometida y regalarnos el “Fanky” que una vez superado el trance Seru, sí nos predisponía mejor a despedirnos bailando. Claro, todo esto si la palabra despedida hubiese estado en la cabeza de alguno de los que poblábamos el teatro. Porque no se movió nadie. Cantos, gritos, llamados. Que esta es la banda de Say No More, que si este no es aguante, el aguante donde está, y todo para convencer a un Charly, que aunque se demore unos cuantos minutos en volver, ya parecía convencido de antes. Y si al principio hablé sobre redescubrir canciones, “Instituciones” fue el gran redescubrimiento de esta serie de conciertos. Una versión que se inició en un tempo más veloz que la original, pero resultó implacable. “Tenes sábados, hembras y televisores” vocifera Charly, que se había dedicado parte de la noche a joder con Tinelli y su programa. Y es cuando todo va llegando a su fin el momento en el que  uno realmente cae de lo que acaba de ser testigo, con Charly arrodillado en el escenario, cantando aquello de "pero siempre el mismo terror a la soledad.....".Y uno que de tantos recitales que le ha visto cree haber pasado todo en materia de emociones se da cuenta que no tuvo ni para empezar. Inolvidable. A llevar los sueños al justo lugar entonces, aunque el teclado que quedó a salvo del telón clausurado genere alguna expectativa y haga que por casi veinte minutos nadie se mueva del teatro, hasta que la seguridad indique amablemente el camino de salida.
            Se repite 4, 8 y 11 de noviembre en el mismo teatro. Yo que ustedes en lugar de hacer cola en Casa Piano y lidiar con la AFIP por un puñado de billetes que si están verdes no los dejan salir, me voy derechito al Gran Rex a invertir en este Charly García. Que no conforme con haber resucitado una vez, promete que habrá más resurrecciones en su mundo.